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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Sábado de feria

Brotes verdes sobre el albero

  • La penúltima jornada recupera el pulso tras años en los que las calles estaban casi desiertas. El riesgo de lluvia no impidió que numerosos carruajes participaran en el primer concurso de enganches de este día.

Antonio Machado hablaba de la monotonía de la lluvia tras los cristales. En la Feria el agua que cae del cielo atravesando enjambres de farolillos es de todo, menos monótona. Apenas perceptible por unos minutos, obliga a los presentes a buscar refugio allá por donde puedan. Algunos resisten el húmedo pitón de su embestida, mientras que otros abren el paraguas comprado en el bazar chino más cercano, delicada arquitectura de fino alambre que se dobla a la voluntad del aire cuando el dios Eolo se pone caprichoso. Lo que el viento se llevó de una mañana que mira con perspectiva de añoranza a la Feria expirante de un sábado.

Cielo gris de antiguo Viernes Santo para una fiesta que se aferra a las últimas horas de vida. La muerte llega con la esperanza de recuperación en forma de balance. Aguacero de cifras el que ofrece el delegado de Fiestas Mayores (y tres cargos más) en la caseta municipal, huérfana en esta jornada de los aperitivos degustados en días anteriores. El sábado de farolillos tiene en esta caseta su particular muñidor que anuncia la agonía inminente. La soledad de los muertos que glosó Bécquer es comparable con el silencio de la municipal cuando ya no hay invitados (y gente sin invitar) a la conquista del canapé y la cerveza gratis. Crespón negro para el gañotero que vive estas horas su particular calle de la amargura sin discípulo amado que lo consuele.

En esta mañana con liturgia de lonas echadas e inspectores con fajos de multas bajo el brazo, Gregorio Serrano da cuenta de la recuperación, de esos brotes verdes que aparecen sobre el albero en forma de incrementos porcentuales. Pura estadística que usa la putrefacta postrimería de la fiesta para confirmar que se ha comido más. Contradicción barroca. A más basura, más riqueza. El fantasma de la crisis parece esfumarse de esta ciudad efímera que ha recuperado hasta el pulso de un sábado abocado años atrás a la mortaja de la soledad.

El real tarda tiempo en ambientarse, pero lo hace con un paseo de caballos bastante concurrido y con el aliciente del concurso de enganches que se celebra por primera vez esta jornada. Concurso del que, por cierto, nadie sabía dónde estaba el jurado encargado de otorgar los premios. Equinos aparte, este sábado -con un sutil condimento de lluvia en las primeras horas- matuvo la estética propia, tan distinta a la de los otros días. El traje de flamenca vive el fin de semana su particular vintage, eufemismo para enmascarar la realidad objetiva: el uso de modelos con varias décadas de confección y que dormían hasta ahora el sueño de los justos en los altillos.

Aunque para ser justos, hay que añadir que junto a los trajes que lucen forasteras y algunas sevillanas que perdieron el rumbo de la moda también se vieron varios modelos que parecían traídos directamente de la pasarela Simof. Transparencias propias de Fin de Año y algún que otro escote que dejaba a la portadora de la indumentaria al borde de un resfriado causaron furor por las redes sociales con la consiguiente alegría para la vista ajena.

De todo esto daban cuentan el incansable Julio Domínguez Arjona -autor de la web La Sevilla que no vemos, (de obligada visita en estos días de farolillos)-y su mujer, Ana López, en Juan Belmonte, 59. Esta caseta refleja a la perfección el ambiente propio de un sábado de Feria. Reuniones familiares que ocupan mesas sin solución de continuidad. Abuelos, padres, hijos, nietos, suegros, consuegros, cuñados y sobrinos en torno a la cerveza, el rebujito, su poco de chacina y su mucha fritura.

Estampa repetida en otras casetas en las que los niños invaden el ambiente con pompas de jabón que amenazan con estropear la intacta permanente de ciertas señoras de rictus hieráticos. Encuentros con ecos navideños. Sin mapping, pero con el rojísimo carmín en la mejilla del beso estampado -con huella aceitosa de pescado frito- por la suegra.

El sábado de Feria también relaja la estética en los hombres. Hay turistas con impermeables y pantalón corto. Con sandalias y botines. El vaquero se cuela en un real que bien entrada la tarde registra un lleno bastante considerable.

En Pascual Márquez, María José Soriano parece reescribir Cien Años de Soledad. Nadie compra en su puesto de helados en una tarde vestida con los atavíos de noviembre. En la calle del infierno los puestos de turrón son bodegones inmunes al tiempo. Todos los años aparecen con idéntica colocación y con la misma soledad. Y en ese momento el cronista se acuerda de la lluvia de primera hora al ver en el puesto el agua que brota de unos chorritos. Surge entonces la duda existencial de cada primavera: ¿Quién come cocos en la Feria?

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