Feria de Abril

Una fiesta con mayúsculas

  • La Feria mantiene algo que la Semana Santa está perdiendo: la liturgia de los tiempos · Muchos matrimonios se conocieron en la Feria y vuelven a esta génesis sentimental

Si la Feria fuera lo que dicen que es la Feria habría durado menos que la caseta La Francesita. Sus detractores y sus acaparadores, es decir, los que no creen en ninguna Feria y los que creen en una sola, comparten esa complicidad de hacer una Feria de cliché y postal. Por dentro late un fenómeno distinto, unas pautas de sociabilidad que harían las delicias de Malinowski, Evans-Pritchard y Pitt-Rivers, que son los romeros de la Puebla de la antropología.

Sin vivencias como las de Felipe Hernández, la Feria de Sevilla no pasaría de ser una feria. No sé si hay una instancia internacional que homologa las mayúsculas, que últimamente la Semana Santa, más semana que santa, está a punto de perder. Ayer volvía por Asunción, tras atravesar la portada, Francisco Ortiz, deán de la Catedral de Sevilla. Da la sensación de que el real es un recinto más sacro que la carrera oficial. En la liturgia de las medidas y proporciones, en la pausa de los tiempos.

El cronista entra en la caseta Callejuela de Regina (Ignacio Sánchez Mejías, junto a Tussam), pregunta por los hermanos Rodríguez, los carniceros de la Encarnación, y lo atiende Hernández, Felipe. Es uno de los 28 socios fundadores de esta caseta que dio sus primeros pasos en la llamada calle de los partidos políticos. Tiempos de transición municipal. Felipe vive en Viriato, tiene despacho en la calle San Miguel y en Feria vuelve a Regina. Ahora comparte bufete con su hijo, abogado, de nombre Miguel Hernández. Estudió Graduado Social y trabajaba en Pichardo. Fue miembro del grupo teatral Esperpento, con los que trabajó en obras de Bertolt Brecht y Ionesco. Aún recuerda, entre tortillitas de camarón, las dotes de memorizador de Alfonso Guerra.

Una vez al año los amigos de Regina vuelven a verse. Es esa amistad el principal legado que le han dejado a sus hijos. Y la que sostiene de forma imperceptible los cimientos de la Feria.

En Semana Santa la gente espera La Lanzada. En Feria, esperan la lanzadera. Miles de coches se dieron cita en el paseo Colón, configurando un atasco morrocotudo, para presenciar en el lado del río, junto a la torre del Oro, todo un espectáculo. Dos volantes en perfecta sincronización camino de la Feria: Ana de Zayas, blanco y rojo, y Ana, su hija, licenciada en Criminología, rojo y negro, Stendhal en el real.

Reyes Morales cerró la Bodega, consulado oficioso de Valdepeñas en Sevilla, y cruzó el puente de San Telmo camino de la Feria. Viene de la calle García de Vinuesa, que fue alcalde de Sevilla. Idénticos honores, pero sin calle, que pronto alcanzará Alfredo Sánchez Monteseirín, a punto de pasar a la categoría de quien fue alcalde de la ciudad.

Antonio Balón, arquitecto-conservador del Alcázar, no recuerda si esta fortaleza fue objeto de portada de Feria. Cada caseta es una fortaleza escondida, guiño a la película de Kurosawa. Entras y la vista te regala un thriller. La música no es de Max Steiner o Bernard Herrmann, pero no le va a la zaga en clasicismo. Son muy pocos los novelistas de los ochenta de quienes el público lector recuerde un título. Las sevillanas de Manolo Melado, que datan de esa misma década, gozan de tan buena salud que Cantores de Hispalis las ha reeditado en un nuevo disco. A bailar, a bailar las cantan en japonés y de una de ellas hay una atrevida versión de David Bisbal.

Eduardo Jordá, poeta, novelista, columnista de este periódico, autor de libros de viajes, buscaba con su brújula una caseta de la que es socio José María del Nido. Jordá, mallorquín de cuna, conoció a María José, su mujer, en la Feria. Del Nido estará pensando en el próximo entrenador del Sevilla. Por Pascual Márquez paseaban Antonio Álvarez, que consiguió el último título del equipo.

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