“En Los Galindos hubo dos personas. Lo demás es un misterio”

Heriberto Asencio, instructor del crimen de Los Galindos

El juez que reabrió el caso se inclina por el móvil pasional o económico

“Nombrar un juez especial fue inconstitucional”

Heriberto Asencio, en su despacho del TSJA en Sevilla
Heriberto Asencio, en su despacho del TSJA en Sevilla
Amanda Glez. De Aledo

27 de enero 2019 - 02:00

Heriberto Asencio Cantisán, magistrado de lo Contencioso-Administrativo del TSJA en Sevilla, tuvo su primer destino como juez en Marchena y reabrió la causa por el quíntuple crimen del cortijo de Los Galindos. Gracias a ello se demostró, seis años después, que el tractorista José González no había sido el asesino sino una víctima más, descuartizada y quemada. Cuarenta y cuatro años después del crimen, Asencio tiene la “sensación” de que pudo haber un móvil pasional o económico y de que se produjo la “tormenta perfecta”.

— Qué pasó en el crimen de Los Galindos?

Sigue siendo un misterio y solo podemos hacer conjeturas. Durante el tiempo que yo estuve de juez (1981-1983) se avanzó en la investigación, se exhumaron los cinco cadáveres y el forense Luis Frontela concluyó que el tractorista José González no había sido el asesino ni se había suicidado sino que lo habían matado violentamente y descuartizado para que ardiera más rápido. hubo mucha gente a la que no le hizo gracia que se avanzara.

—¿A quién no le hizo gracia?

Hubo quien pensó que aquello se estaba moviendo sin motivo alguno, que ya estaba todo hecho y que no había que hacer nada más. Luego yo ascendí a magistrado y me fui a Las Palmas de Gran Canaria, llegó un nuevo juez al que le quitaron el caso y nombraron un juez especial. A mí en principio eso me parece absolutamente inconstitucional, estamos hablando de 1983, ya teníamos la Constitución funcionando y yo entiendo que aquello fue sustraer la instrucción al juez natural predeterminado por la ley. Pero nadie se quejó y aquello supuso que prácticamente se paralizó la instrucción.

— ¿Qué otras decisiones tomó?

Se hizo lo que se pudo, algunas medidas llegaron un poco tarde teniendo en cuenta que los crímenes se cometieron en 1975 y yo llegué en 1981. Por ejemplo, que los buzos de la Guardia Civil buscaran un arma en un pozo, después de seis años la sedimentación hacía muy difícil encontrar cualquier cosa.

También pedí a la Policía que investigara el anónimo de una persona que decía que en una estación de tren había oído hablar sobre el crimen y que prueba de que había estado allí era el billete que enviaba, de la misma fecha en que habían ocurrido los hechos. Intentamos averiguar algo pero no lo conseguimos.

En aquella época me pusieron un policía adjunto al juzgado, José Antonio Vidal, y un Guardia Civil, el capitán Díaz Trigo, que realizaron sendas investigaciones paralelas y llegaron a conclusiones un poco intuitivas porque nunca hubo pruebas y el asunto terminó archivado por prescripción.

— Cual era más convincente?

Ninguno de los dos me convenció más, los dos tenían poderosas razones. Y además no eran conclusiones antagónicas sino complementarias y las dos podían convencer perfectamente. Pero también eran conscientes de que no había una prueba plena.

Eran opiniones intuitivas sobre lo que podía haber ocurrido que no me atrevo a comentar por el principio de presunción de inocencia de un asunto que está prescrito.

— ¿Fueron uno o dos los asesinos?

La opinión de Frontela, y a mí me convenció, es que había más de una persona. Por los rastros de sangre y la forma de trasladar los cadáveres parece que no podía ser una sola persona, tenían que ser más de uno.

— ¿Estamos hablando de dos asesinos o de un asesino y un cómplice?

Dos personas intervienen. Es más, el hecho de que la dinámica sea distinta en cada muerte (golpes, disparos, cuerpos quemados) hace pensar también que podría haber más de una mano asesina. O pudiera ser la misma mano en distintas situaciones. Todo eso queda en el aire porque no se sabe lo que pasó. Se sabe el resultado, pero por qué es el gran misterio.

— Una de las incógnitas es por qué el tractorista José González fue a buscar a su mujer a Paradas y la llevó al cortijo, vestida de domingo.

Eso es un misterio que nadie sabe, porque si alguien lo sabía era la madre de José González, que estaba en la casa cuando llegó su hijo y le dijo a su mujer que se iban al cortijo. Estábamos convencidos de que la madre de González oyó la conversación pero nunca quiso decir nada y murió con el secreto. Ella seguro que lo sabía porque era de esas casas con la parte de arriba hueca entre las habitaciones y se oía perfectamente.

— Se dice que mucha gente en Paradas sabía cosas que no contaba.

Era un tema del que, en aquella época, la gente no hablaba. Yo entraba en un bar y se callaba todo el mundo, había como respeto -no digo miedo- al asunto.

—¿Respeto a qué?

Yo creo que en general lo que pretendía la gente era olvidar que aquello había pasado y que Paradas no pasara a la historia por el crimen de Los Galindos.

— ¿Sabe al menos lo que NO pasó?

Sé que no fueron los extraterrestres, como dijo algún periodista, sé que no tiene sentido aquello de reuniones de la extrema derecha para preparar un golpe de estado ni la plantación de marihuana. Como me decía un guardia civil: “una plantación de marihuana en Paradas la conoce todo el pueblo a los diez minutos”.

— Queda el crimen pasional por celos y el móvil económico

Es la sensación, pero hablamos de sensaciones.

— ¿Fue el crimen perfecto o la chapuza perfecta?

Fue la tormenta perfecta, hubo parte de crimen bien hecho y parte de chapuza. Un poco de las dos cosas. Yo creo que una investigación distinta, más profesional quizás, más como la que se pueda hacer hoy, hubiera dado un resultado muy distinto.

— ¿Los crímenes se cometieron de forma improvisada?

Es la sensación que da. Pero no sé si fue improvisado o aparenta que fue improvisado. A lo mejor el crimen estaba tan bien hecho que quisieron aparentar que era improvisado.

“Me entusiasmó ser juez de Vigilancia Penitenciaria”

— ¿Qué supuso Los Galindos en su vida profesional?

Fue un caso más. Me marcó más mi época como juez de Vigilancia Penitenciaria. Fuimos los primeros y éramos muy pocos: Manuela Carmena en Madrid, yo y pocos más. Estuve en Vigilancia Penitenciaria en Canarias entre 1982 y 1984 y luego en Sevilla hasta 1991.

Me entusiasmó el paso por Vigilancia Penitenciaria. Recuerdo que tomé resoluciones como cerrar la cocina de la cárcel de Huelva porque se estaba haciendo una obra en el tejado y los cascotes caían sobre la comida. También acordé suspender los traslados de presos en unos furgones que no estaban acondicionados y cerré todo un departamento en la prisión de Córdoba. Eran cosas que al principio llamaban mucho la atención, la administración penitenciaria se resistía. Con Andrés Márquez Aranda, que curiosamente fue el primer juez instructor de Los Galindos, cuando era director general de Instituciones Penitenciarias tuve serias discusiones sobre hasta dónde podía llegar. Hoy en día la administración penitenciaria asume al juez de Vigilancia pero los comienzos fueron duros, costaba mucho trabajo.

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