Opinión

No es lo mismo ser abogada que abogado

  • Amparo Díaz Ramos, abogada especilista en violencia de género, premio Meridiana y Medalla de la Ciudad de Sevilla, explica por qué los Colegios de Abogados deben ser Colegios de la Abogacía

Amparo Dïaz Ramos

Amparo Dïaz Ramos / M.G.

Me siento orgullosa de ser abogada, es decir, de ser una mujer que ejerce la abogacía. Mi experiencia como mujer, que parte de condicionantes diferentes a la de los hombres, está absolutamente vinculada con todo lo que hago y, por supuesto, con mi experiencia ejerciendo la abogacía. Ambas son partes inseparables de mi vida, aunque obviamente no son las únicas partes, y hay múltiples diferencias entre personas del mismo sexo derivadas de características personales y sociales. Cada experiencia y trayectoria vital es única, pero en general hay zonas comunes para las personas del mismo sexo relacionadas con las expectativas sociales sobre cada sexo.

Cuando una mujer me cuenta su miedo una noche por la calle mientras era perseguida, y que por desgracia terminó en una violación, como mujer puedo recordar haber sentido ese miedo aunque nunca haya sufrido una violación. Cuando una mujer víctima de acoso por razón de sexo me cuenta los comentarios sexistas que soportaba, puedo recordar lo que afectan comentarios que cosifican y reducen el papel de las mujeres al decorativo o sexual, que yo también he sufrido. Cuando una mujer me cuenta situaciones de violencia psicológica en la pareja, puedo recordar muy fácilmente las confidencias de una amiga contándome lo que le pasaba, mi asombro al escucharla porque él también era mi amigo, mi preocupación, el ir atando cabos. Cuando un hombre me cuenta lo que sufre al notar que provoca miedo por la noche si camina tras una mujer, sin ser tu intención, no tengo experiencia previa al respecto, es él el que me hace ver otra perspectiva vital, que me enriquece, y que probablemente mis compañeros abogados conocían desde mucho antes y con más matices. Cuando un hombre me cuenta el hostigamiento que ha sufrido por no seguir los estereotipos de género, me permite acercarme ligeramente a lo que significa ser un buen hombre en una sociedad sexista. Y agradezco que los hombres compartan conmigo su experiencia, pues para acercarnos a la verdad es necesario saber de dónde partimos, en mi caso, del ser mujer, y escuchar todas las perspectivas a nuestro alcance.

Por eso yo, que parto de que soy una mujer, no me siento identificada con la palabra “abogado”. Me identifico con la palabra “abogada”, que representa visiblemente a mi sexo, y con la palabra “abogacía”, que representa a los dos sexos sin convertir a uno en representante del otro. Porque en todo lo que hago, y especialmente en el ejercicio de la abogacía, participa el hecho de que soy una mujer y eso conlleva una diferencias biológica a las que se suman muchas diferencias culturales que yo percibo diariamente.

Al identificarme con las palabras “abogada” y “abogacía”, y aspirar a que no se me aplique la palabra “abogado” no pretendo molestar a ningún hombre abogado ni a ninguna mujer que se identifique con la palabra “abogado”. Pretendo usar la riqueza de nuestro lenguaje de una forma en la que todas las personas que ejercemos la abogacía seamos visibles al mismo nivel, sin que lo masculino represente a lo femenino, ni viceversa.

Por eso aspiro a que los colegios que tienen por función potenciarnos como servidores de la ley y defensores de democracia y de los derechos humanos, no se denominen y presenten como “Colegios de Abogados”, pues eso supone tomar una parte (la masculina) por el todo, sino que se presenten como colectivo enriquecido por hombres y mujeres en pie de igualdad.

Ya sé que cuando se creó el primer colegio de abogados en España se le llamó específicamente así. Pero también sé que en ese momento las mujeres no estábamos en ese colegio ni en ningún otro tipo de colegio profesional, sencillamente porque ni existía la igualdad ante la ley ni se la esperaba. Baste con recordar que la primera mujer abogada en España fue Ascensión Xirivella, que se licenció en la facultad de derecho en 1922, y ese mismo año entró a formar parte del colegio de abogados de Valencia, siendo obligada a jurar como Abogado, en masculino. Clara Campoamor entró en el colegio de abogados de Madrid en 1924, y Victoria Kent en 1925, aunque algunas fuentes indican que fue al revés. También tuvieron que jurar en masculino. Antes que ellas, otras mujeres españolas, al no permitirse en España, intentaron colegiarse en Francia, Bélgica o Italia. Los Colegios de Abogados de esa época no mostraron interés ni en que las mujeres licenciadas en derecho pudieran colegiarse, ni en que pudieran jurar en femenino. Ellas lucharon por conseguirlo.

Actualmente, por el contrario, las mujeres formamos parte de los colegios dedicados al ejercicio de la abogacía, y muchas de las personas a las que defendemos son también mujeres. Incluso hay ya mujeres, aunque pocas, que son Decanas de esos colegios. Por si fuera poco, tenemos normas que indican que las corporaciones de derecho público, como los colegios profesionales, tienen que hacer visible en su lenguaje, incluida su denominación, en pie de igualdad y sin sexismos tanto a hombres como a mujeres. Se trata de normas dictadas por un poder legislativo democráticamente elegido. Se trata de nomas que tenemos que cumplir, al igual que, por ejemplo, las normas fiscales, sin que proceda votar si se aplican o no. Por eso para mí votar si nos llamamos “colegio de la abogacía” o seguimos llamándonos “colegio de abogados”, no es un ejercicio de democracia. Sí lo sería votar si nos denominamos “Colegio de la abogacía sevillana o Colegio de la Abogacía de Sevilla”, u otras opciones dentro de las posibles que ponen al mismo nivel en la representación a los hombres y a las mujeres. Para mí lo democrático en un estado de derecho es cumplir las normas dictadas por un poder legislativo elegido mediante un referéndum. Salvo que la norma indique que su aplicación es en ese punto opcional, y por tanto necesita ser votada. Que no es el caso.

En mi opinión “Colegio de la Abogacía” nos representa a todas las personas que ejercemos la abogacía, demuestra que no estamos por encima de la ley, que hemos ido mejorando con el tiempo, y que pretendemos seguir haciéndolo.

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