La caja negra

La Sevilla que se moja

  • Toda gran ciudad que se precie de serlo debería tener una feria del libro, un gran mercado de flores y un convento de la Compañía de la Cruz

Hermanas de la Cruz en la parada del bus en la calle Laraña

Hermanas de la Cruz en la parada del bus en la calle Laraña / A. M. (Sevilla)

Hay una Sevilla taimada, tacticista, mirona tras el visillo, difusora de chismes y leyendas, abonada al chascarillo y cultivadora de la guasa. Pero hay otra que trabaja con esa discreción que es la base de la autenticidad, con la perseverancia que sólo se explica por la fuerza de la vocación, que no mira si aprieta la ola de calor ni el tiempo que hará mañana, que declina con serena amabilidad el oro de las medallas, que acompaña, cura, abriga, vela, protege, atiende, ayuda a sobrellevar los duros amaneceres y a mitigar las noches de soledades.

La Sevilla que se moja es siempre la mejor porque acaba con una sequía de valores que nos hace peores como ciudad. La Sevilla que se moja cede el paso, es proactiva, hace el bien por convicción y no para cosechar méritos, ofrece sombra a quienes sufren los lunes al sol, tiene ese sentido de lo trascendente que hace soportable y productiva la existencia y, sobre todo, no se queja.

Nos faltarán muchas infraestructura como ciudad, estaremos en los furgones de cola de los índices económicos y tendremos servicios públicos mejorables. Pero nunca nos falta el ejemplo de esa Sevilla que se moja en silencio. De torno y trinchera, de hábito y vanguardia, de rezar y actuar, de silencio y acción. Toda gran ciudad que se precie de serlo debería tener una feria del libro, un gran mercado de flores y un convento de la Compañía de la Cruz.