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Un periódico local se consolida en una ciudad de casi 700.000 habitantes cuando sabe interpretar con precisión de cirujano el tiempo que le ha tocado vivir, evita visiones idealizadas y sortea recurrentes clichés de tiempos pretéritos. Un periódico es una constante apuesta por el presente con proyección de futuro y con el apoyo en el pasado cuando ayuda a comprender la actualidad. Ni podemos vivir de los días en sepia para no incurrir en una nostalgia improductiva, ni de elucubrar de forma constante sobre el porvenir para no activar la máquina del humo. Equilibrios se llaman. Diario de Sevilla supo desde el primer momento tomarle el pulso a una ciudad que demandaba una interpretación nueva, adecuada y fresca en el pórtico de un nuevo siglo. Hoy, por cierto, ya no sirven muchos de los moldes de aquel 1999 porque la ciudad ha cambiado de forma sustancial. Diario de Sevilla ha ofrecido 25 años de periodismo en libertad gracias al pedestal imprescindible de una sólida estabilidad empresarial y al aval del apoyo de miles y miles de vecinos de todas las edades y condiciones. Nada es por casualidad, nada es por un golpe de suerte, ni nada es fruto de aventuras.
El periódico logró en poco tiempo ser identificado por los lectores, reconocible por su diseño singular y distinguible por un criterio enriquecedor que dio cabida a voces, enfoques y apuestas informativas que no eran las habituales. No inventamos una nueva Sevilla, acaso descubrimos, realzamos y dimos luz a todas las que había y existen. Y, por supuesto, hasta apostamos por aportar savia nueva a las que parecían oxidadas, anquilosadas o víctimas de una visión monolítica.
Otros fracasaron antes en el intento de hacer un periódico nuevo, quizás por repetir moldes ya amortizados, incurrir en miedos absurdos y no confiar en la capacidad de una ciudad que hace siglos demostró suficiente y generosamente su apertura al mundo. No fue el caso de Diario de Sevilla, que entró en la ciudad como un cañón de aire fresco al ganarse el respeto en el kiosco desde el primer día, como ahora hace también en la edición digital. No se debe aspirar a otra cosa que a ese respeto que genera el trabajo bien hecho y se deben dejar orillados los delirios de ser una suerte de poder paralelo. Solo es válida la influencia que procede de ese respeto obtenido con el trabajo bien hecho.
Quedó pronto demostrado que había un gran espacio en el mercado para Diario de Sevilla. Y Diario de Sevilla se lo ganó desde aquel 28 de febrero de 1999 tras una noche que muchos vivimos como la antesala de una epifanía que trajo el oro de la libertad, la mirra de la tinta de rotativa y el incienso de la fragancia inconfundible del papel recién impreso.
Este periódico está integrado en la ciudad como lo está en la vida de muchos de sus trabajadores y lectores. En la calle Rioja nos hemos desarrollado como profesionales, hemos reído y sufrido tensiones, hemos llorado la pérdida de seres queridos y hemos saludado el nacimiento de nuevos sevillanos. La vida misma ha pasado a veces veloz para dejarnos el sabor a miel, y otras con lentitud para herirnos con la hiel. Pero sobre todo hemos sido y somos libres en el ejercicio de un oficio en crisis. El activismo sustituye al periodismo en demasiadas ocasiones y el poder exhibe con cada vez más descaro su anhelo por controlar un sector básico y fundamental en una democracia. Por eso somos más necesarios que nunca.
No hay que temer a nadie cuando se ejerce el periodismo en Diario de Sevilla. No hay grupo de presión, ni leyendas sobre poderes ocultos, ni sectores tradicionales que puedan laminar el objetivo de este periódico: contar el día a día de una gran ciudad en el contexto de un mundo globalizado y en constante cambio. No hay miedo porque nunca se teme aquello que se conoce y ama profundamente: la ciudad. Y porque hace 25 años que se tienen algunos criterios básicos muy claros: el muro de Chapina fue derribado y la ciudad se ha desarrollado más que nunca hacia el Norte, Sevilla no son las cofradías aunque no se conciba sin ellas, el patrimonio histórico nos distingue y hace únicos, las grandes áreas de población están muy alejadas de la Giralda, el fútbol es el gran espectáculo de masas sin ser excluyente, todos los gobernantes están de paso y ningún problema propio de las grandes capitales europeas es ajeno a Sevilla (la influencia de una economía globalizada, la despoblación y despersonalización de los cascos históricos, el turismo masivo, la falta de vivienda, el uso masivo de los espacios públicos en la pos-pandemia, etcétera).
La demanda de un gran periódico estaba latente en la Sevilla de finales del siglo XX. Había que valorarla y tener la suficiente ambición productiva y, por qué no, cierto descaro para sortear las voces derrotistas sobre la inexistencia de mercado y la complejidad de una ciudad como Sevilla. Las voces de siempre, ya cada vez menos tronantes, se dedicaron a meter miedo a base de insistir en que no había espacio para más porque la propia ciudad no daba para más. Poco les importaba y poco demostraron conocerla. En realidad solo trataban de retener con malas formas la baldosa de influencia en el tablero del poder.
Solo una saga editora como la familia Joly, que lleva casi 160 años en el sector, podía asumir el reto con éxito. La salida de este periódico fue el tercer gran empuje que ha recibido el sector de la prensa en la comunidad autónoma tras el que supusieron la fundación de la Radio Televisión Pública Andaluza (RTVA) en los años ochenta y la Exposición Universal de 1992. Tres hitos que generaron riqueza en una profesión hoy precarizada.
El próximo miércoles se celebrarán en el Real Alcázar los 25 años del periódico donde tantísimos profesionales nos hicimos definitivamente adultos, con el que miles de sevillanos ya se han acostumbrado a vivir y sin el que no se concibe la ciudad. Ninguna acción rentable en el pasado garantiza hoy un buen resultado, por eso habremos de seguir con la guardia alta, atentos al pulso de la calle, ajenos a la tentación de quedarnos en la zona de confort y con el único y exclusivo objetivo de ser respetados por la estricta vía de ofrecer en cada momento un producto fresco y que se renueva al son de una gran ciudad.
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