Todos jugamos en casa

La ciudad vive hoy el derbi más casero, el partido del silencio en el estadio. Los árbitros vuelven al escenario del pimpampum para descanso del doctor Simón. El balompié contribuye a la paz social.

Carlos Herrera y su hija Rocío, preparados para vivir el derbi
Carlos Herrera y su hija Rocío, preparados para vivir el derbi / M. G.

Sevilla/Hoy no hay juncia ni romero, pero hay derbi sin vuvuzelas. Estrenamos el vacío en el fútbol, que no sólo se trataba de hacerlo en las fiestas mayores, menores y otras de guardar. En esta Sevilla 0'0 nos faltaba el balompié sin público. Tenemos un delegado de Gobernación que impone 700 multas a los jóvenes que se marchan de botellona en pleno esta de alarma, versión en el siglo XXI del Mambrú se fue a la guerra, pero con un frente muy distinto. Juan Carlos Cabrera es también el delegado sin Fiestas Mayores, el primero en la historia de esta democracia. Fútbol y botellonas, pan y circo.

Hemos conseguido que haya un partido sin público que tiene que ser declarado de alto riesgo. Y todo porque hace tiempo que evolucionamos de la gracia a la guasa. Con el balón en marcha deberíamos ser más felices, estar más calmados, respirar mejor y todos esos síntomas del bienestar. Pero la autoridad no se fía de nosotros ni con el estadio cerrado. Llevamos tanto tiempo sin distracciones sociales (dicho sea por analogía con la distancia) que a ver por dónde salimos hoy.

Muchos volverán hoy a oír un derbi por la radio, como en tiempos, cuando no veías los goles hasta que comenzaba Estudio Estadio, que a finales de los años ochenta hasta lo repetían los lunes por la mañana. Te daban la oportunidad de nuevo de ver al irrepetible Capó, guardameta del Sabadell, echándole las culpas a la defensa de cada gol que encajaba. Un córner sacado sobre la portería de Capó era un espectáculo en aquellas mañanas de lunes que te quedabas sin colegio por estar malo.

Hoy oiremos a los futbolistas, que deberán tener cuidado no sólo con los codos, sino con la lengua. En el campo de fútbol se dicen barbaridades, como se pronuncian debajo de un paso. Hoy no hay faldones, ni racimos de uva, ni campanillas en la custodia del Niño Jesús, ni bufandas en las gradas. El derbi se vivirá en las familias. Las mejores son aquellas en las que hay sevillistas y béticos. Los distintos colores son la sal de la vida, la salsa de la existencia cotidiana. El fútbol con el estadio cerrado nos obliga a convivir a todos: sevillistas y béticos, futboleros y no futboleros. Quienes no soportan un partido lo tendrán hoy más difícil para la evasión. El confinamiento será casi absoluto y voluntario. En los salones de las casas, en los bares, en las peñas... Padres e hijos juntos ante el televisor. En el centro y en los barrios. En las ciudades y en las costas. Hoy pueden estar ya los sevillanos en sus playas favoritas de Huelva y Cádiz. Aunque Renfe mantiene la misma oferta de transporte de los días más duros del encierro, lo que obliga a coger el coche. Más riesgo y más polución.

Dónde vivió usted el derbi del estado de alarma será una pregunta para el futuro. El derbi del silencio, como los vagones del AVE donde se libra uno de oír conversaciones telefónicas ajenas. El derbi del vacío, como la Plaza del Salvador del pasado Domingo de Ramos. La Liga acabará con los jugadores en el campo, el curso finalizará sin los alumnos en las clases. No hay procesión del Corpus ni Octava. La Catedral ha optado por los servicios mínimos. Pero el fútbol tiene hoy la fuerza que tenían los toros en los años 50.

Los gladiadores tienen que saltar a la arena para garantizar la paz social de esta Roma con aires andaluces. El que piensa en el fútbol no cuenta muertos, no se acuerda de las estupideces que sueltan los políticos, no está atento a las tertulias de la radio. También la sociedad tiene derecho a la relajación como tal, a que sus coronarias se tomen un descanso y a dejar de sufrir con los especiales informativos, que llevan tres meses de matraca. Hoy descansa el doctor Simón y regresan los árbitros al escenario del pimpampum de esta sociedad que necesita desahogarse, abrazarse, pagarla con alguien, quererse y tirarse los trastos a la cabeza.

Los tornos del estadio no funcionan, pero los bares sí. Los nuevos vomitorios son las redes sociales, donde el fútbol no desata pasiones sino las iras desde el escudo del anonimato y desde el desahogo con nombre y apellidos. Hoy se juega el derbi más doméstico. Todos jugamos en casa. Este Jueves de Corpus no habremos madrugado, ni por la tarde el centro de la ciudad tendrá esa sensación de vacío trufado de melancolía con la excepción del retorno de la Hiniesta Gloriosa.

Hay algunos altares y escaparates instalados como la lamparillas de guardia de una festividad que antaño fue la más importante del año. Hoy los carráncanos no bostezan ni nos quejamos de la cantidad de señores con chaqueta que forman parte de la comitiva. Es curioso que el fútbol se celebra sin espectadores en el estadio y sigue siendo rentable gracias a la televisión. Los toros no tienen esa fuerza. Quizás, como planteó un hermano mayor en la asamblea del Alcázar, habría que ir estudiando una fórmula para la Semana Santa de 2021. ¿Hacia un modelo sin bullas? Y con los costaleros con todas las pruebas médicas hechas. Y la Justicia todavía anda investigando los sucesos de la Madrugada de 2017... El poder judicial está para pedir cita en el diván.

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