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Moreno & Torner | Crítica

Minimalismo a la carta

Alborada Moreno e Ignacio Torner en el Espacio Turina

Alborada Moreno e Ignacio Torner en el Espacio Turina / P.J.V.

Bajo la etiqueta del minimalismo se presentó este primer concierto del Festival Encuentros Sonoros con tres obras de otros tres grandes compositores estadounidenses vivos, todos ellos vinculados de un modo u otro a la música minimalista, aunque las piezas están muy distantes cronológicamente entre sí y ofrecen miradas muy diferentes sobre el hecho musical.

Escrita en 1967, Piano phase es la primera obra en la que Steve Reich utilizó su conocido procedimiento de fase para una interpretación humana. El phasing no es otra cosa que la desincronización de un pequeño patrón musical que empieza sonando en varias fuentes al unísono, mediante un pequeño cambio en el tempo de una de esas fuentes. Reich empezó experimentando con él en cintas electromagnéticas y aquí lo aplica a los dos pianos con el absoluto rigor experimental de sus primeras obras. El efecto es sorprendente, pues aunque nuestro cerebro parece quedarse en esencia con la repetición obsesiva del patrón rítmico de origen, este va cambiando de manera caleidoscópica creando ilusiones melódicas que lo transforman radicalmente y pueden llegar a lo hipnótico. Alborada Moreno e Ignacio Torner mostraron una coordinación impecable en obra muy exigente tanto para la escucha como para una interpretación que en sus manos se aproximó a los veinte minutos de duración.

La tensión de la música de Reich se hizo espuma en los Cuatro movimientos de Philip Glass, una obra del año 2008 en la que los elementos repetitivos no pasan de ser cosméticos. Hace mucho que Glass optó por un lenguaje mucho más simplificado y ligero, que en este caso parece oscilar entre el new age y ciertas formas del pop, fórmula que el compositor ha usado con notable éxito en sus partituras para el cine. Acaso fue la tercera de las cuatro piezas, justamente la que se inicia con una estructura típicamente repetitiva, la más interesante en sus continuos contrastes de registros y su mayor densidad armónica.

Sin el experimentalismo sesentero de Reich, Hallelujah Junction de John Adams, obra del año 1996, conserva en cambio el espíritu explorador de los pioneros. Es una pieza fascinante en tres secciones que recurre ocasionalmente al phasing y que se fundamenta en una complejidad rítmica que no desdeña las disonancias ni los juegos de intercambios entre los dos intérpretes. Fondo y forma, melodía y acompañamiento, van pasando de uno a otro, a veces, como en la segunda sección (la más melódica) casi con una base de ostinato de resonancias barrocas, pero la música termina por encabritarse y bullir hacia un final en el que resuena el mecanicismo de un Conlon Nancarrow. Más allá de la resolución de las complicadas  interacciones rítmicas entre ambos instrumentos, el trabajo de Moreno y Torner destacó por las cuidadísimas dinámicas  que exigen los abundantes pasajes en progresiones hacia el forte que incluye la partitura.

Ya relajados, los miembros de este magnífico dúo sevillano parecieron divertirse con la delicada y sensual Ellis Island de Meredith Monk que ofrecieron como propina.

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