VAIANA 2 | CRÍTICA
Vaiana sigue deslumbrando: segundas partes pueden ser buenas
Alhambra Monkey Week
No podía comenzar con mejores auspicios la segunda jornada del Alhambra Monkey Week cuando a las cinco de la tarde me bajé del autobús de TUSSAM, que como ciudadano responsable utilizo para moverme por el interior de la ciudad, dejando el coche aparcado en la periferia, y me dirigí al Bar Mutante, situado a pocos metros de la parada, para comenzar con el concierto de Memocracia. Fue imposible; el pequeño recinto ya estaba lleno a rebosar y no se permitía el acceso a ningún espectador más. Buena señal; el festival iba a tener hoy la atención de una gran cantidad de público. Y así fue, aunque solamente llegásemos a tener apreturas gordas en el concierto de Camellos, más tarde en el escenario principal, el Alhambra, en la explanada del Teatro Central, donde esta banda madrileña ejerció el papel de cabeza de cartel que en la jornada anterior habían ejercido Los Planetas. Camellos no defraudaron a ninguno de sus fans, que volvieron a sudar a chorros, aunque fuera de la carpa comenzara a dejarse sentir el frío otoñal, durante la frenética respuesta que suelen darle a la música de estos punkarrones en chándal, con el outfit de dealers polinganeros que hace honor al nombre de la banda. Yo nunca puedo escribir con propiedad sobre Camellos, porque cada vez que relaciono su nombre con el del Monkey recuerdo el momento aquel en el que cerraban la edición del 2019 en la Sala X cuando se montó un pogo de enormes proporciones muy cerca de donde me encontraba y un angelical mosher se acercó a mí diciéndome; caballero, échese usted p’allá, no vaya a pisarlo alguno de los salvajes estos; entonces me entra la risa tonta y ya no puedo atender a nada más hasta que se me pasa. Pero baste decir que ayer, cuando comenzó a sonar Café para muy cafeteros, volvió a ocurrir más de los mismo, aunque conmigo alejado del barullo, demostrando la falsedad de la línea con la que empieza la canción: Estoy pasando una crisis. Ellos, desde luego que no.
Antes de llegar a este escenario pasé un rato agradable en el Espacio Santa Clara, a donde llegué cuando el mejicano Vatocholo estaba terminando de lanzarnos sus corridos tumbados cercanos al trap en el escenario del Claustro y después comencé ya de verdad a sumergirme en la música con El Plan de la Mariposa, en el escenario SGAE, al pie de la Torre de Don Fadrique. Es esta una curiosa banda argentina de siete miembros, en la que todos son hermanos excepto los de la sección rítimica: bajo y batería. Su música fue una especie de suave delirio, con una base de rock y la libertad que da interactuar en él con otros instrumentos como el violín y el acordeón, logrando canciones con buenas dosis experimentales y una sonoridad muy afín a todas las sensibilidades de los oyentes presentes. Los mejores momentos fueron la interpretación de Un mal delito entre confiar o morir, al inicio; de ¿Cómo decir que no?, con buenos solos alternos de guitarra y violín, y de Tesoro escondido, en la que la voz principal pasó a Camila, la única chica del grupo. De vuelta al claustro, la electrocumbia de Amantes del Futuro, que a pesar del nombre solo es el productor Ima Fellini con su consola, no logró engancharme, lastrado además por problemas técnicos en mitad de su set, y fue el momento para cambiar de aires.
Tenía muchas ganas de ver qué eran capaces de cocer en directo Lorenzo Soria & Sebastián Orellana en la sociedad que han montado. Y aunque la de ayer no fuese la oportunidad de conocer cómo de verdad es su propuesta musical en vivo, nos ofrecieron un concierto lleno de colaboradores y una ecléctica selección de canciones que desataron la emoción del gentío que había ante el escenario, que les devolvió el amor que recibían de los artistas. Esa es la palabra: artistas; todos los que fueron apareciendo, desde la banda base, que además de los líderes del grupo, a la electrónica y la guitarra, respectivamente, estaba compuesta por tres chilenos más, aparte de Orellana, aunque ya sea sevillano de adopción, desconocidos hasta ahora dos de ellos, Pablo Jara a la guitarra y Danilo Donoso a la batería, además de Martín Benavides, alternando el theremín con el bajo, que ya había estado por nuestra ciudad hace algún tiempo, llegando incluso a formar parte de La Big Rabia de Orellana, durante un tiempo en que funcionó como trío. A ellos se sumaron a las palmas Alberto Álvarez, percusionista de Los Mártires del Compás, y Javiera de la Fuente, que fue el primer punto focal de la noche porque antes de unirse a Alberto, en la primera de las piezas instrumentales, ocupó el frente del escenario bailando, primero enmascarada, luego a cara descubierta, moviendo con sus brazos los aires de cumbia y flamenco que nos llegaban. La primera de las voces invitadas fue la de Pilar G. Angulo, teclista y cantante de All La Glory, en un registro diferente pero que no nos era desconocido porque esta deliciosa canción de Tus ojitos moros, formaba parte del disco Caleuche, que el dúo editó el año pasado. Con el intermedio de la fantástica cumbia rebajada Te llevaré, original de Lizandro Meza, subió al escenario Miguelito Motoreta para atreverse, primero algo titubeante, luego con total pericia, con el clásico de Dos Cruces. María José Luna fue la tercera voz invitada y se mantuvo más tiempo lanzándola primorosamente; primero con La zarzamora, muy en la línea de lo que la escucharemos en adelante como nueva cantante de Califato ¾; luego metiéndole quejío flamenco a Un ramito de violetas y ya se retiró tras dejarnos una versión del Todo tiene su fin de los Módulos que tanta gente asocia a Medina Azahara, adornada con un gran solo de guitarra de Jara. Siguieron diez minutos más de cumbia instrumental cargada de swing, de manos de la maestría de los diversos músicos allí reunidos, a veces trepidante, sin llegar a desbocarse, y otras en vuelos de fantasía percusiva que invitaban a bailar, que se hicieron muy cortos. El título de la canción de despedida fue buen resumen: Cumbia buena.
En todas las ediciones del Monkey Week se encuentra alguna sorpresa de las que por sí solas justifican todo el festival. Esta vez ha sido Baby Volcano. La lava sonora estupefaciente que escupió este volcán sonoro me mantuvo fascinado durante todo el concierto. Flanqueada por dos consolas que aportaban el sonido instrumental, Lorena Stadelmann, intérprete y bailarina, nacida en Suiza, de madre guatemalteca, fue un animal escénico gigantesco; una tentadora serpiente a la que no podíamos resistirnos. Sus canciones exploraban sus raíces centroamericanas en un contexto de hip hop sobrealimentado, absolutamente cautivador en su mezcla de expresionismo y arte tribal. Música que venía de un universo oscuro, más vinculada al cuerpo que a la mente… cuerpos escandalosos, atiné a escucharle alguna vez cuando dejaba el francés para cantar en castellano, resonando con dulzura, calidez e ira. Mezcló estilos, entre hip-hop, trap, electro, chanson, dubstep y música latina, alternando entre los dos idiomas mientras se sumergía en lo más profundo de su ser durante unas coreografías realmente turbadoras, implicándose con todo su cuerpo en la interpretación musical tanto como en la afirmación frontal de su aspecto femenino y también sexual. Josué Salomon y Louis Riondel, sus acompañantes en el escenario, desarrollaron para ella un universo sonoro denso y vibrante, perfecto eco de la intensa imaginación de las imágenes que transmitía el personaje que ella creaba, con un estilo de vestimenta y look muy estudiado, que aunaba las ilusiones urbanas, naturales y sagradas; si tuviéramos que describir el universo visual de Baby Volcano, el término orgánico es el que mejor se aplicaría. El volcán al que alude su nombre sería uno submarino, y Lorena, con esa fusión de agua y lava, dio vida a un proyecto musical de los que encandilan.
Baby Volcano ensombreció a cualquier otra actuación que se desarrollase posteriormente en el escenario Jägermusic de la pista de coches locos, en la que tampoco fueron especialmente intensas las apariciones de Simona -lounge subido de tono- y de Sistema de Entretenimiento -unos Parálisis Permanente de marca blanca- ni lo estaba siendo la de La Paloma, con canciones de registro demasiado uniforme, así que escogí ese momento para cruzar de nuevo el río hacia la calle José Díaz a tiempo de ver en la Sala X a Carlota Flaneur, la incorporación de última hora al festival, interpretando, a solas con su guitarra, un delicado pop de suave cadencia, contraste excesivo con lo que encontramos después en la Sala Even, donde me mantuve ya hasta la vuelta a casa porque allí estaría lo más interesante de este cierre del día: Doble Capa y Los Sara Fontán. Los primeros eran un dúo, Arianne Navajas a la batería y Mario Picón, armado con una guitar box de cuatro cuerdas que parecían multiplicadas por diez, que facturó un sonido instrumental tan inusitado como atronador; si hay ocasiones en las que la música tiene que hablar por sí sola, en esta ocasión lo hizo a voces. Si a Steve Albini, miembro de bandas de la talla de Big Black, Rapeman, Shellac; ingeniero de sonido de Nirvana y los Pixies, le ha interesado producir a Doble Capa -nombre surgido de las etiquetas del papel higiénico que la pareja compra- es porque su música de raíces blues lo merece; enérgica, que engancha y trasciende más allá de cualquier etiqueta.
Los Sara Fontán también son un dúo, el que forman Edi Pou, batería de Za!, y la violinista que les da nombre; aunque Sara va mucho más allá del uso convencional de su instrumento. Anoche tenía ante ella un sintetizador y a sus pies una larga y complicada cadena de pedales, de los que sacaba loops increíbles y sonidos inimaginables. En realidad el violín solo fue la excusa para comenzar a construir todo tipo de estructuras y confeccionar texturas noisies capaces de golpearte cualquier parte del cuerpo, no solo los oídos, que estuviéramos dispuestos a dejarnos masacrar, mientras Edi tensaba de forma épica cualquier atisbo de melodía que quisiera aparecer por allí. Academicismo vs. hardcore, en un collage no sé hasta qué punto aleatorio, e imagino que en cada concierto será imprevisible cuál de los dos gane la batalla, dependiendo del grado de virtuosismo que derramen sobre las dosis de improvisación en cada momento. Con Los Sara Fontán aprendimos anoche que hay un mundo nuevo por descubrir de formas melódicas familiares y armonías tonales, de disonancias y polifonías angulares de muchas notas. Probablemente Pinpilinpussies ofrecerían después también un concierto fantástico como los de estos dos dúos, compañeros suyos en el sello Aloud Music, que era nuestro anfitrión en la sala, pero preferí que mi mente se asentara en un mundo más plácido de camino a casa, porque habíamos dejado atrás ya las tres de la madrugada y todavía tenía que sentarme a escribir las impresiones que están ustedes leyendo ahora. Si resisto la tercera jornada del Monkey para poder contársela también, ya no habrá nada que pueda conmigo.
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