'El Amor Brujo' en el cine
El centenario del estreno de la obra más universal de Falla se cierra sin una versión jonda contemporánea de referencia, pese a que fue concebida para la flamenca Pastora Imperio.
Son tres las versiones cinematográficas que se han hecho de El Amor Brujo y las tres están protagonizadas por artistas flamencos. No en vano la obra la estrenó, como pantomima, hace cien años Pastora Imperio y la reestreno en 1925, como ballet flamenco, La Argentina en París. Tras ellas, multitud de flamencos como La Argentinita, Vicente Escudero, Laura de San Telmo, Pilar López o Antonio Gades han hecho sus propias versiones de la obra. Gades interviene en las dos últimas traslaciones cinematográficas de El Amor Brujo, de 1967 y 1986, haciendo el personaje de Carmelo. Sin embargo en la primera lectura teatral que hizo de la obra, en 1969, optó, siguiendo la estela de su maestro Vicente Escudero, por representar al espectro. El propio Gades señaló en más de una ocasión las dificultades de representación que tenía la obra, dado su argumento complejo, que definía como "freudiano". Lo cierto es que en la obra se vuelcan toda una serie de tópicos sobre los gitanos y el flamenco difíciles de superar y de hecho si El Amor Brujo perdura, no es por la calidad del argumento, que firmó Gregorio Martínez Sierra, pero que pergeñó su mujer, María Lejárraga; es la brillante música de Falla lo que mantiene viva esta obra, como muestran, en el año de su centenario, las versiones escénicas de Víctor Ullate o La Fura dels Baus, con Estrella Morente y Marina Heredia, respectivamente. Esta última la veremos en 2016 en Sevilla.
La tercera de las versiones cinematográficas de El amor brujo es en realidad la primera. Pero sigue siendo la más desconocida. Se rodó en 1949 bajo la dirección de Antonio Román y su protagonista es Ana Esmeralda. En ella intervienen otros artistas flamencos en su época de esplendor como Manolo Vargas en el papel de Carmelo o Miguel Albaicín en un brillantísimo espectro inspirado, una vez más, en Vicente Escudero. Otros flamencos que intervienen en el filme son Miguel de los Reyes, Pastora Imperio, como vieja hechicera, o un jovencísimo Faíco, no acreditado, en una de sus primeras incursiones cinematográficas. El guión, que sitúa la acción en el ámbito de las zambras del Sacromonte granadino, lo firma José María Pemán, tristemente de actualidad hoy en su tierra, como saben, por razones extra artísticas. Se trata, por tanto, de una obra de temática gitana y flamenca. En ambos aspectos el guión acumula tópico tras tópico. Sin embargo la calidad de los bailes merecerían que la obra saliera del olvido en el que está inmersa prácticamente desde su estreno. Ana Esmeralda ofrece una danza vibrante y muy contemporánea. Fue la primera película de la bailaora que unos años más tarde se instalaría definitivamente en Brasil, a consecuencia de su matrimonio con el productor cinematográfico brasileño Mario Audrá. Esta es una de las razones del largo olvido en el que cayó El Amor Brujo de 1949, la primera adaptación a la gran pantalla de una obra compuesta expresamente por Falla en 1915 para una flamenca, la bailaora, cancionista y rapsoda jonda Pastora Imperio.
Además de la música de Falla, por su temática flamenca, en la película de 1949 suenan tangos, zambras, bulerías, alboreá, cachucha y una impresionante soleá que hace Manolo Vargas, con un giro final increíble. Una forma de encarar este baile que nada tiene que ver con la actual y que remite al baile masculino de preguerra: austero, felino, esencial, viril y sin cante. Vargas, como saben, era un bailaor mexicano que ingresó en la compañía de La Argentinita en Nueva York, a principios de los años 40, cuando la bailaora se exilió, para no volver, a consecuencia de la Guerra Civil española. Creo que la condición americana de sus dos protagonistas, el masculino por nacimiento y el femenino por matrimonio, ha influido notablemente en el largo silencio que cayó sobre este notable filme.
El flamenco contemporáneo se ha hecho más pequeño, menos cosmopolita, más pueblerino, acosado por nacionalismos de diversa índole y convertido en seña de identidad étnica, autonómica o nacional. Ni Vargas ni Esmeralda eran gitanos y, aunque la bailaora, nacida en Tetuán, pasó su infancia en la calle Garci Pérez de Sevilla, jamás hizo de ello una seña de identidad artística. La nación de Vargas y de Esmeralda fue, es, la danza española, el flamenco. De ahí ese brillantísimo final, los veinte minutos últimos de la película, con sendos pasos a dos a cargo de Vargas-Esmeralda y Albaicín-Elena Barrios que es sin duda la mejor versión flamenca de la música de Falla. Al menos de las filmadas.
Eso sí, la versión más flamenca de El Amor Brujo es la que llevó a cabo La Argentinita. No contamos con filmación alguna de la misma pero sí con una emocionante grabación sonora que llevó a cabo en Nueva York a principios de los años 40 y que deberían escuchar todos los flamencos. Sin embargo, el disco apenas se difundió en España. Las versiones de Rocío Jurado, Lole Montoya, Esperanza Fernández, Carmen Linares, Estrella Morente, Marina Heredia, etcétera, son más clásicas que jondas. Como he dicho en varias ocasiones, la obra fue concebida para una flamenca por Falla. Pero lo habitual hoy es que los flamencos, al encarar la obra, lo hagan por encargo de directores de escena, Ullate o La Fura este año, o directores de música clásica académica. Así que, aún hoy, la versión flamenca de referencia sigue siendo la de La Argentinita. Y la de Ana Esmeralda, naturalmente.
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