Andrés Marín | Crítica

El baile inflexible que no cesa

Andrés Marín presentó 'Bacterias' en Sevilla.

Andrés Marín presentó 'Bacterias' en Sevilla. / Grupo Joly

La farruca culmina en un brillante trémolo de Salvador Gutiérrez que es pura miel, en la antípoda de la estética de Andrés Marín. Y me sugiere esta reflexión: el bailaor está en lucha, en tensión, la cabeza alta, la mirada torba. ¿Consigo mismo? ¿Con el público? Un intérprete se alimenta de sus fantasmas, que duda cabe. Pero conviene dejarse caer de vez en cuando en la tentación. Andrés Marín, pese a lo que pueda parecer, nunca se ha desnudado. Y esa es la razón de que esté, por tantos años, en el umbral del sitio ese al que tantas ganas tiene de penetrar, sin atreverse a hacerlo. La lucha no cesa. Es un espectáculo tradicional, en el sentido actual del termino, que no quiere serlo. Se articula sobre melodías de hace más de 100 años, acuñadas en la edad de oro de los cafés cantantes: seguiriya, soleares, taranta, tientos, cantiñas, farruca, bulerías. Y la coreografía, muy percusiva, corresponde al concepto de clasicismo que se acuñó a partir de los años 70 y 80 del siglo XX. Sin embargo dichas melodías, y las letras que les corresponden, se adornan con sample, guitarra eléctrica, bajo y otros vetustos artilugios de la tecnología sonora del siglo XX. La distorsión, la electrificación, la autopolifonía, son divertidas aunque el espectáculo sigue siendo exactamente el mismo. Sample para los tientos, fantástico como siempre José Valencia, bajo funk para las alegrías, con buen criterio, guitarra eléctrica en la excelente farruca, como digo, lo que más me gusta de la propuesta. Aunque el tono sigue siendo el mismo y la reflexión es una pura alucinación: este es un baile austero, seco, ingenioso, cerebral. Inflexible.

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