Cuarteto Saltés 2.0 | Crítica

La hora de la música de cámara

Jódar, Gris, Santana y Gresa, el Cuarteto Saltés 2.0 en el Alcázar

Jódar, Gris, Santana y Gresa, el Cuarteto Saltés 2.0 en el Alcázar / Actidea

Esos cuatro primeros compases de presentación del primer tema en la viola (desde la mitad del tercer compás se apoya en el violonchelo) parecen toda una declaración de intenciones: Fauré nos está diciendo que en su obra van a dominar los tonos pastel y una atmósfera preeminentemente melancólica. Con este Cuarteto, el único que dejó para la formación clásica de cuerda, escrito además el último año de su vida, el gran compositor francés se mueve en el límite de lo tonal y apuesta por una música que conquista por el embrujo armónico, capaz de crear perfiles intencionadamente vagos, indefinidos, pues la melodía brilla casi siempre por su ausencia.

No cabe duda de que la apuesta era fortísima, pues ni un ciclo como el del Alcázar, con su público variopinto, no especialmente habitual del repertorio clásico, y el uso de la amplificación, parece el mejor espacio ni un conjunto de jóvenes el más idóneo para interpretar una música elusiva, oscura, misteriosa y llena de sutilezas y ambigüedades como esta. Y de hecho, el arranque no pareció muy prometedor. A pesar de que esos cuatro compases iniciales de la viola aparecen marcados en la partitura como forte, el grupo decidió hacerlos suaves, lo cual no deja de ser una decisión que puede ser coherente con su punto de vista. Sin embargo, en el momento justo de la entrada de los violines la falta de empaste resultó notoria (la electrónica también puede engañar). Poco a poco, el conjunto fue asentándose, sonando mucho más compacto, acaso con el bajo demasiado poco presente, especialmente en el espectral Andante, para terminar por ofrecer una interpretación lejos de lo magistral, pero convincente en su tratamiento tímbrico, capaz de aportar los claroscuros y el ambiente levemente opresivo que sostiene esta partitura absolutamente singular (y tal vez por ello, poco tocada).

El Cuarteto Saltés 2.0 es la reinvención reciente de un antiguo conjunto formado en el entorno de la JONDE (Joven Orquesta Nacional de España) y que tiene como su elemento común al violonchelista sevillano Jorge Gresa, el miembro de más edad (tiene 26 años) de un grupo que completan tres jóvenes instrumentistas que rozan la veintena. Ahora que tenemos jóvenes premiados como solistas en importantes concursos internacionales, que la región puede presentar un plantel de buenas orquestas profesionales, importantes conjuntos de música antigua y contemporánea, teatros de nivel más que notable, va siendo hora de que llegue algún gran conjunto de cámara. Las orquestas juveniles han sido puntos de impulso de algunos de ellos en el actual siglo, pero sin que ninguno llegue a cuajar del todo. No deberíamos engañarnos: en las condiciones actuales, es muy difícil que lo hagan.

El trabajo conjunto que exige un cuarteto de cuerda para dar el salto al profesionalismo es tan intenso que se presta mal al hecho de que estos jóvenes estén desperdigados por orquestas y escuelas europeas. Para este concierto han hecho sin duda un trabajo notable, pero eso no es suficiente. Un cuarteto profesional no puede vivir ni crecer de proyectos aislados. Tiene que aislarse meses (si no años) para formarse, hacer su sonido y aspirar, a partir de ello, a crear su propio espacio en uno de los terrenos más competitivos de la música clásica actual, y eso sin estructura y sin recursos es imposible. 

El buen nivel como músicos y la seriedad de su trabajo para esta cita fueron confirmados, en cualquier caso, en la interpretación del Cuarteto nº1 de Saint-Saëns, obra también tardía de su autor, pero un cuarto de siglo anterior a la de Fauré y radicalmente diferente, ya que se trata de una música mucho más clásica en lo formal, bien asentada en el universo tonal y con perfiles expresivos de cierto romanticismo a la francesa, en la que la pasión a menudo se reviste de sentimentalismo o de juego. Esta obra de Saint-Saëns tiene mucho de esto último, y ello resultó especialmente apreciable en el curioso y sincopado Scherzo, que incluye un trío imitativo que parece irónico, y que el grupo tocó con acertado desenfado. Aunque no dejó de haber pequeños desajustes (cuando el violín de Mirian Jódar ascendía al agudo apoyado en algún sforzando, el sonido grupal se descomponía un tanto), el conjunto presentó un empaste general y una uniformidad en ataques y vibrato de buena ley. Con tempi tirando a lentos (salvo en el movimiento final, incluida una coda rapidísima, en el que el primer violín emerge del conjunto en un fulgurante pasaje de concierto), el Cuarteto Saltés fue capaz de crear una sólida y clara arquitectura para la obra de Saint-Saëns y, aunque su interpretación no fue especialmente cuidadosa con los detalles de dinámicas (excluyendo acaso el Adagio), sí que resultó lo suficientemente incisiva en sus juegos rítmicos y sus contrastes de registro como para convertirse en una consistente reivindicación de un repertorio poco frecuentado.

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