MARTA INFANTE & JORGE ROBAINA | CRÍTICA

Noche de magia y emociones

Marta Infante y Jorge Robaina

Marta Infante y Jorge Robaina / ACTIDEA

La práctica ausencia del lied en la vida musical sevillana es una más de las carencias derivadas, entre otras cosas, del delgado y frágil tejido social que sustenta la presencia de la música clásica en la ciudad. De ahí la relevancia de que el ciclo del Alcázar haya tenido el atrevimiento de programar un concierto como éste. Un concierto que prestigia y eleva el nivel de excelencia de este ciclo y un concierto que, sin lugar a dudas, será recordado como el mejor de este verano.

Cuando se conjugan obras de ineludible belleza con intérpretes plenamente identificados con ellas y capaces de transmitir emociones mediante la voz y el piano, entonces se produce ese pequeño milagro de la comunión estética entre intérpretes y oyentes. Las canciones de Antonín Dvorák, tan poco programadas, son joyas de melodía y de sentimientos sonoros que en la voz de Marta Infante encontraron a una mediadora ideal. Con su voz densa, sombreada, plena de resonancias, con ese centro ancho y carnoso y ese registro grave profundo perfectamente ensamblado, Infante se metió a fondo en el universo expresivo del músico bohemio gracias a su capacidad de matización del sonido, de regularlo hasta dejarlo en un hilo de voz con pianísimos estremecedores o engrosarlo y oscurecerlo según el sentido del texto. Y siempre desde un inmejorable legato y una emisión clara y un fraseo sutil.

Robaina fue el compañero de diálogos perfecto, la otra voz que, como en Der Zwerg, sostiene la carga dramática o que sabe matizar el sonido con complicidad y sutilidad.

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