El Felicissimo | Crítica

Feliz paseo por la fantasía

Alba García, Laura Mingo y Marino González: El Felicissimo en el Espacio Turina

Alba García, Laura Mingo y Marino González: El Felicissimo en el Espacio Turina / Luis Ollero

Da gusto ver a jóvenes músicos tocar con esta pasión y este entendimiento del estilo. El Felicissimo escogió el camino del Phantasticus, música centroeuropea del siglo XVII, anterior a la formalidad corelliana, de una espontaneidad y una fantasía insinuantes, y ofreció un recital breve (acierto, es lo que les toca ahora), con un programa bien escogido, impecablemente explicado (algo poco frecuente) y mejor interpretado.

Laura Mingo empezó tocando una tocata de Froberger con notable claridad en las secciones imitativas y cierta rigidez rítmica en las partes en recitado, pero luego, un poco más rodada, haría el famoso lamento londinense del músico con mucha más libertad, saboreando cada disonancia y cada gesto retórico. En las tres sonatas en trío (dos de Buxtehude y una de Nicolai), se alcanzó un completo sentido dialógico y un perfecto equilibrio instrumental. El violagambista Marino González mostraría luego sus progresos como solista con una pieza anónima en que la buena línea y la afinación destacaron sobre un sonido que resulta aún demasiado igual y tirando a opaco (¿el instrumento?) y sobre una articulación que se resintió un tanto en las partes más ágiles. Alba García, sin mentonera, con el violín apoyado entre el cuello y la parte alta del pecho, estuvo sensacional toda la noche, bien afinada siempre, con un arco relajado, que le permitió un fraseo de extraordinaria fluidez, y una claridad y distinción soberbias en todas las notas en los exigentes pasajes disminuidos. Como solista tocó además de manera excelente, tan delicada como intensa, una de las más populares sonatas de Schmelzer. Amor a primera vista.

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