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Ensayos en dos y tres dimensiones

  • Concha Ybarra presenta 'collages' y cerámicas de gran fuerza poética en Carmen Aranguren Fine Art

La figura de la mujer ocupa el centro del semicírculo inferior del plato de cerámica. Su cuerpo, vestido de hojas, hace pensar en una humilde diosa del bosque (de hecho está a la sombra de un estilizado árbol), pero tal sencillez no impide que su mano derecha empuñe un rayo de sol con el gesto de quien enciende una lámpara. La joven hace salir el sol. En verdad, es su figura la que quiebra la sombra que proyecta el árbol y su cuerpo, el que deshace la oscuridad y prende la luz del día. Mujer sol es una de las piezas más atractivas entre las expuestas.

La fuerza poética de esta pieza prolonga la de las figuras humanas que Concha Ybarra (Sevilla, 1957) ha ido incorporando a su obra: son iconos y como tales poseen la fuerza de lo elemental. Ya tenían ese vigor las figuras de mujer de sus obras fechadas en 2006 aunque aparecieran casi perdidas entre una rica ornamentación que acercaba el cuadro al tapiz. En las cerámicas estas figuras ganan en sencillez y también en expresividad. Así ocurre en la cabeza de mujer modelada en engobe que parece surgir de un recipiente trabajado en barro cocido.

He hablado de ornamentación y es éste otro aspecto frecuente en la obra de Concha Ybarra. No es desde luego decoración sino una suerte de doble pintura: una cuidadosa textura, no exenta de sensualidad, que subraya la superficie del lienzo y a la vez la hace vibrar. Estos valores de superficie, que alcanzaron especial acierto en los fondos de los cuadros de flores (Crocus, Pensamiento, Lirios) espuestos en la Galería Milagros L. Delicado el año 2002, se detectan también en las cerámicas. Así, la fina trama que corona Jarrón sol placa o las texturas que subrayan las formas alternantes, cerradas o abiertas, de una rotunda ánfora.

Esta última pieza traza un tercer paralelo entre la pintura y la cerámica de Concha Ybarra: me refiero al valor que la autora concede al objeto. Límpidos y estilizados fruteros del año 2000, enigmáticos collares y bolsos, y abandonadas zapatillas (de las que habló Pepe Yñiguez) y más tarde objetos hechos pintura (o pintura en forma de objeto) en la muestra del año 2006. Esa presencia del objeto, siempre convertido en signo, se intensifica en la cerámica: al adquirir la tercera dimensión, abren un espacio propio.

Recordando su pintura he ido caracterizando las cerámicas de Concha Ybarra. Quizá no sea el mejor procedimiento porque en la muestra hay otras piezas especialmente novedosas: collages que, con valentía, prolongan las obras expuestas el año 2013. En esa ocasión el color adquiría un nuevo protagonismo: su intensidad era mayor y se aplicaba de modo que aplanaba el espacio, evitando la ilusoria tercera dimensión. La iniciativa es ahora aún más clara al introducir el papel para generar color y textura.

El papel, en efecto, pone en el cuadro color pero lo hace sin perder su condición de objeto: sólo es un trozo de papel. Lo vio con claridad Georges Braque: empezó a utilizar el papier collé, papel de color pegado al lienzo, para romper la ilusión del color. Más tarde, Matisse, en una dirección diferente, la incesante búsqueda del color y la luz, recurrió también al papel recortado. Ybarra se sitúa entre ambos.

A la estela de Matisse se acerca Collage azul y otros trabajos donde la autora busca con el papel transparencias, superposiciones o contrastes de color. Así ocurre en Collage sobre papel de seda, una pieza en la frontera del bodegón y el paisaje,

Otras veces elige un camino que investiga el alcance de ciertos materiales y la misma identidad de eso que llamamos cuadro. Hay piezas que aparecen encuadradas en una suerte de marco (¿cuadros en el cuadro?). En otras se emplea algo parecido al papel manila, organizado visualmente con formas y estructuras geométricas que contrastan con la pincelada (casi siempre muy líquida) y con la textura diferente del papel de color.

Cerámicas y collages son sin duda novedosas: surgen de la inquietud de las ideas y despertarán otras. Quizá sorprenda que no se pierda la memoria de los géneros: si Collage sobre papel de seda reúne bodegón y paisaje, las dos últimas obras a las que he aludido tienen ecos de nocturno. No es la solución fácil de quien ensaya caminos modernos pero no quiere soltar el quitamiedo de la tradición. El proceso de Ybarra es diferente: intenta analizar el alcance, la resonancia y la resistencia de los géneros pictóricos. Todos estos ensayos, sin embargo, no llevan a Concha Ybarra a abandonar un tema que siempre me ha parecido central en su obra: la oposición dentro/fuera o en otras palabras, oculto/manifiesto. Presente en la cerámica, adquiere especial delicadeza en un collage: sobre una mesa, bajo la luz, un florero se ha agrietado de arriba abajo. No se ha derrumbado: al permanecer en pie, muestra y cela su interior.

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