Uno para todos...

Gran Bolero | Crítica de Danza

Una imagen que refleja el gran dinamismo de la coreografía de Jesús Rubio. / M.G.

La ficha

*****'Gran Bolero'. Idea, dirección artística y coreografía: Jesús Rubio Gamo. Intérpretes: Alberto Alonso, Eva Alonso, Albert Barros, Agnès Balfegó, Natalia Fernández, María Hernando, Joel Mesa, Iván Montardit, Clara Pampyn, Carlos Peñalver, José Ruiz, Paula Tato. Música: José Pablo Polo basado en Boléro de Maurice Ravel. Diseño de vestuario: Cecilia Molano. Iluminación: David Picazo. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Domingo, 21 de marzo. Aforo: El permitido

En medio de todo lo que estamos viviendo, hay que admitir que el teatro sigue dándonos las mayores satisfacciones. Entre ellas, la que nos proporcionó ayer el Gran Bolero, del bailarín y coreógrafo Jesús Rubio. Una propuesta que llegó al Lope de vega, avalada por el Premio Max del pasado año al Mejor Espectáculo de Danza.

El creador madrileño nos tenía acostumbrados a trabajos de pequeño formato –cosa de los tiempos- pero, gracias a la coproducción entre el Mercat de les Flors de Barcelona y los madrileños Teatros del Canal, ha podido demostrar que su enorme talento funciona también, y cómo, en el movimiento de grupos.

Gran Bolero parte de un dúo anterior de pequeño metraje -que se pudo ver hace unos años en el sevillano Mes de Danza- basado en la celebérrima pieza para ballet de Maurice Ravel. Sobre esta, el joven compositor José Pablo Polo ha realizado con gran acierto una versión de 50 minutos que deja pasar un poco de aire en la estructura obsesiva y repetida que melodía y armonía componen en el Bolero de Ravel.

Siempre a caballo sobre el ritmo (o sobre el tiempo), Rubio toma el giro como base para construir un complejo y sugestivo entramado de relaciones que nos mantiene en vilo de principio a fin. Una partitura corporal llena de vida, basada en el juego dialéctico entre el grupo y el individuo o, más específicamente, entre el grupo y la pareja pues, mientras el grupo camina o corre en círculos, unido en un mismo respiro, cada uno de los doce intérpretes –seis bailarines y seis bailarinas- encuentra el momento para detenerse, mirar, abrazar o girar sobre sí mismo con un compañero o compañera antes de ser engullido de nuevo por la célula madre.

Es un verdadero deleite observar la conexión que han logrado estos doce magníficos intérpretes; su frescura, su pulsión al unísono –sin perder nunca la individualidad- y esa energía que crece y crece junto con la música hasta un final en el que los cuerpos, sudorosos y semidesnudos, se entregan con una generosidad sin límites a una danza sanamente violenta, involuntariamente erótica y visiblemente extenuante para el cuerpo, aunque gozosa y regeneradora sin duda para cuantos la ejecutan… y para cuantos la contemplan.

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