Hermano Catulo
De libros
Los 'Diálogos' de Ana Pérez Vega con el poeta latino nos acercan aún más de lo que lo hacen sus versos a una de las voces más vivas de la Antigüedad.
La ficha
'Diálogos con Catulo (en torno a la poesía y las artes)'. Ana Pérez Vega. Isla de Siltolá. Sevilla, 2016. 288 páginas. 15 euros.
Desde el redescubrimiento de su obra a principios del XIV, que puso fin al largo silencio de la Edad Media y restituyó el prestigio del que había disfrutado tras su aparición en el último siglo antes de la Era, Catulo es uno de los poetas mayores de la lengua latina que nunca había sonado tan dulce -o tan amarga- como en los versos del veronés, el autor más conocido entre aquellos poetae novi -despectivamente motejados de neotéricos por Cicerón- que se alejaron de la proverbial gravitas romana para recrear los modelos griegos y en particular la lírica alejandrina de Calímaco, pero también la arcaica de la venerada Safo a la que el propio Catulo homenajeó en versiones memorables. Poco más de treinta años le bastaron para abrir una línea que sería celebrada por los más altos poetas del Imperio -de Virgilio a Marcial, pasando por Horacio, Propercio u Ovidio- y sigue deslumbrando por su frescura y elegancia, por su admirable combinación de ingenio, gracia e ironía, por esa maravillosa desvergüenza que han tratado de disimular los traductores más pudibundos. La de Catulo, filoheleno como muchos latinos de la edad de oro, es una voz más de dos veces milenaria pero increíblemente cercana, que inauguró un tono de intimidad desconocido -poesía de la experiencia, al margen del trasfondo autobiográfico- en el que pueden reconocerse los lectores de cualquier tiempo.
Asociamos su nombre a una lírica ligera, famosamente licenciosa, pero la variedad de registros es una de sus cualidades y tanto en los poemas amorosos como en los de asunto mitológico o en los epigramas satíricos, terreno en el que brilló su talento para la invectiva, hay también una veta comprometida que se refleja en una mirada muy crítica sobre los políticos o la sociedad de su tiempo. Fruto de una familiaridad profunda con la obra de Catulo, que ha traducido, comentado y explicado a sus alumnos desde hace décadas, estos Diálogos de Ana Pérez Vega ofrecen la versión castellana y una personalísima aproximación a cada uno de los 113 poemas que integran el corpus catuliano, tradicionalmente agrupados conforme a criterios métricos en tres bloques o libelli que no siguen una ordenación temática ni tampoco, en las series o ciclos dedicados a personajes recurrentes, un itinerario cronológico. Estos personajes son, en primer lugar, la inmortal Lesbia -trasunto de Clodia, la voluble esposa del gobernador Metelo a la que el desdichado Catulo amó y odió simultánea o alternativamente- y el hermoso Juvencio cuyos favores le disputaron los rivales Furio y Aurelio, pero hay otros amigos o enemigos que lo son a menudo en relación con sus aspiraciones sexuales o afectivas.
La conversación que entabla la traductora con los poemas de Catulo -con el mismo Catulo, al que se refiere siempre en segunda persona- parte de un conocimiento exhaustivo tanto de sus versos como del aludido trasfondo biográfico, pero todo ese bagaje no comparece en la forma habitual -distanciada, aséptica, limitada a los meros datos- de las anotaciones eruditas, sino de una original manera que, siendo rigurosa y coherente con el propósito divulgativo, cabe además calificar de literaria. Leemos de este modo los poemas traducidos y a continuación la glosa donde Pérez Vega contextualiza cada uno de ellos por su vinculación al conjunto, pero también entra a fondo en el contenido y en lo que este revela -"tu alma en tus versos"- del poeta o del hombre, revisando a veces sus primeras lecturas o confrontándolas con su visión actual. Tienen por eso sus disquisiciones algo de autorretrato no expreso, por ejemplo a través de las citas de otros autores, incluidos los contemporáneos, que dialogan, ellos también, con los versos de Catulo y abundan en los temas -el amor o el desamor, la búsqueda de lo bello y bueno, la denuncia de la corrupción en cualquiera de sus formas- de su gran poesía.
La figura de Catulo se nos aparece en los comentarios de Pérez Vega como la de un hermano muy querido, cuyos gozos o melancolías, arrebatos o explosiones de furia, experimentamos de un modo solidario o casi en carne propia. "Qué idénticos fueron tu mundo y el nuestro, vuestros corazones y los nuestros", concluye Pérez Vega, pues si es mucho lo que nos une, pese a los siglos transcurridos, a la sociedad romana de finales de la República, la semejanza es completa en todo lo referido a los amenos o desconsolados dominios de Eros. Lo prueba esta prodigiosa colección de poemas que ha mantenido intacta su capacidad para conmover y es abordada aquí desde una posición de absoluta empatía. Su autora tiene por oficio la filología y no ha dejado de cultivarla en los Diálogos, sólo que de una manera ciertamente heterodoxa: haciendo honor al significado etimológico de un término que remite -aunque algunos de sus practicantes parezcan haberlo olvidado- al puro amor por la palabra.
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