Le Petit Ensemble | Crítica

Pequeños placeres palaciegos

Le Petit Ensemble (Martínez, González, Febrer) en el Alcázar.

Le Petit Ensemble (Martínez, González, Febrer) en el Alcázar. / Actidea

Las tres han pasado en distintos momentos como alumnas y profesoras por los conservatorios sevillanos. Acaban de formar este conjunto que en principio se configura como un trío y parece muy orientado a la música del siglo XVII. Le Petit Ensemble se presentó en el Alcázar mostrando sensibilidad y buen gusto con un repertorio puesto bajo un título oportunista (lo femenino musical vende) y justificado por los pelos (aún se discute el papel real de Madame de Maintenon en los cambios de la corte durante los años finales del reinado de Luis XIV, pero tengo para mí que exageraron el que tuvo en la evolución del estilo musical). En cualquier caso, el recital estuvo claramente dividido en dos secciones: las primitivas sonatas en estilo canzona de los italianos a comienzos de siglo, por un lado; y la música de Robert de Visée, guitarrista en el Versalles del Rey Sol, que presentaron en arreglos para el trío, por el otro.

En música tan líricamente espontánea como la de Castello o Fontana, Eva Febrer mostró un sonido aguerrido, agreste, no siempre limpio, con algunos problemas en las partes más ágiles, pero con alma, vivacidad y un espíritu comunicativo, lo que es ya de por sí un valor. Se trata de música muy experimental, casi esquemática, que pide a gritos una ornamentación en la que se mostró algo parca. Hubo también algún momento en el que su sonido se opacó de forma un tanto incomprensible, como en el final de la Sonata I de Castello. Su violín pareció correr más ligero y brillante en las músicas de De Visée, sobre todo en las rápidas: una gavota o el rondeau con el que cerraron la suite y tocaron luego de propina.

Los arreglos de la música guitarrística de De Visée funcionaron de forma no siempre regular y la suite resultó demasiado entrecortada, entre aplausos a destiempo, paradas de afinación y para asegurar las partituras en los atriles. Es algo a resolver por el trío. En ese contexto, la viola de Viviana González fue siempre una voz dulce dentro del grupo. No levantó nunca el tono, pero supo aprovechar sus diálogos con el violín en la deliciosa Sonata a 2 de Cima, que sonó relajada y directa, en la segunda sección de la Sarabande de De Visée o en la Passacaglia de Kapsberger, que tocó a solas (mucho pizzicato) con la tiorba de una María Luz Martínez muy en su papel de bajo armónicamente sólido, aunque demasiado atado siempre a la letra, sin mostrar del todo la personalidad de un instrumento que (Kapsberger mediante) logró liberarse durante el siglo de su papel de acompañante para desarrollar una voz solista a la que el trío aún no ha encontrado su espacio. Fue un placer volver sobre estas músicas reparadoras en el ambiente palaciego con estas tres músicas tan preparadas y sensibles, pero Le Petit Ensemble está aún en una fase temprana de su construcción como grupo.

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