Fajardo evocó eternidades
Nocturama
La segunda jornada de Nocturama se celebró íntegramente en el Teatro Central, donde volverá también esta noche para la jornada de despedida
Todo pasa y nada queda
"Cuando hacemos una programación no pensamos en el público como masa"
La segunda jornada de Nocturama transcurrió en su totalidad dentro la sala principal del Teatro Central, dispuesta para el público de manera que en la mitad delantera de la pista pueda permanecer de pie y en la parte de atrás pueda sentarse y tomarse un respiro durante las casi cinco horas de conciertos que hubo anoche y que también habrá hoy. Desde poco después de las nueve hasta pasada la una y media de la madrugada, fueron apareciendo por el escenario Fajardo, Víctor Herrero, Lorena Álvarez y Carmen Boza, mientras en la terraza del ambigú Marieta DJYÉ distraía los momentos de espera entre conciertos con pildorazos ye-yés, souleros y llenos de groove.
El canario José Antonio Fajardo tiene ya tras de sí casi quince años de carrera musical firmada con su apellido como nombre artístico y yo todavía no había tenido la oportunidad de verlo en directo. Su concierto de anoche no solo colmó mis expectativas, sino que las superó ampliamente. Vino acompañado de la banda gallega Trilitrate, con violín, acordeón y guitarra slide, aunque solo los tuvo a todos juntos en la segunda parte de su recital; hasta entonces solo usaba el acompañamiento de alguno de ellos, cuando no estaba él solo con su guitarra, como hizo en Arrullo magnético, la tercera de las canciones, rasgueándola fuerte, casi furiosamente, siendo una de sus mejores interpretaciones.
Usando dos latinajos seguidos, no se puede decir stricto sensu que Fajardo comenzase su concierto a capela porque a su lado estaba Marcos Padrón con su acordeón, aunque solo lo usase para mover el fuelle y dar suaves golpes de mano sobre la caja armónica, proporcionando así una casi muda percusión para el hosco pregón con el que Fajardo lanzó su voz, tanto ponderada como fuera de control, creando una situación hipnótica, como si estuviésemos mirando el fuego negro al que aludía en su canto. Nos sacó del estupor el dulce sonido de la slide de Rubén Abad, que relevó a Padrón en el escenario para acompañar a Fajardo en Accidentes, yéndose después para dejar al cantante solo, como antes apunté. A Elena Vázquez la vimos en la cuarta de las canciones, Todas las sílabas, a la que le puso el violín de fondo. Y desde ahí ya permanecieron todos juntos. Fajardo comenzó la siguiente canción con unas frases que bien podían definir lo que ocurrió: y fue darle al play y todo explotó. Alguien pulso una imaginaria tecla de play y el violín y la slide se asociaron en un dúo que devino en una conversación de llamada y respuesta rota por Fajardo con una tensión visceral mantenida hasta que, ya terminando la canción, la diluyó el acordeón, ahora sí brillante en su sonido.
Se centraron en Intuición, el disco que lanzaron hace justo dos años, al inicio de diciembre del 2021, con un trío de sus canciones, la del título, Volcán y Deidad. Eso mismo parecía Fajardo, una deidad majestuosa lanzando su imponente voz como la lava de un volcán; siempre por encima de los instrumentos, el cantante parecía la fuerza del universo que citaba en los versos de esta última canción, fluyendo como la roja lava de la otra de antes, invadiendo nuestros cuerpos y nuestras mentes como las sacudidas de neón de la primera. Un trío de canciones intensas, de sonoridad orgánica, que completó con Batalla vencida. La música de Fajardo evocó eternidades; fueron sonidos meditativos, que desafiaban la fractura y la interrupción, desconectaban lo momentáneo y lo trivial, invocando la concentración, la absorción, el ritual y el éxtasis. Tampoco he visto nunca en directo a Nick Cave; pero después de ver esta noche a Fajardo creo que puedo hacerme mejor una idea de cómo sería. Después de este primer concierto me asaltó, sin embargo, un pensamiento oscuro: a partir de ahora, la noche solo podría empeorar. Y eso hizo. Aunque mantuvo una línea de flotación alta, sin peligro de hundimiento.
Víctor Herrero inició su concierto solo con su guitarra clásica, haciéndose acompañar más tarde por su hermano José Luís que le proporcionó un discreto acompañamiento electrónico. Desde la primera pieza instrumental Víctor dejó claro su manejo preciso e inspirado de las seis cuerdas, su agilidad y dominio armónico se hizo patente, para mantenerse durante todo el concierto con una enorme multiplicidad de acordes, algo que debiendo ser bueno, lastró a su vez la continuidad precisa, porque se vio obligado a muchos cambios de afinación entre las canciones. También fue excesivamente largo el parón de presentación de la segunda canción, con una historia de sus padres y de la hija que nunca pudieron tener, para decirnos que Hermana la escribió para la hermana que nunca tuvo, pero que siempre ha ido encontrando a lo largo y ancho de su vida. Cuando comenzó a cantar descubrimos también que su universo poético es refinado y cautivador. Nos advirtió de que se iba a adentrar en algunas ciénagas, probablemente refiriéndose a la parte instrumental de Paraguay, una canción de su último disco, Pajarito negro, donde se sumerge el onirismo de la letra, escasa y extraña. Nos dijo que era la primera vez que su hermano y él la tocaban en directo. En este disco continuaron con la canción que le da título, y conmigo pensando en por qué hubo una época en la que me refería a Amancio Prada, a quien Víctor me recordaba ahora mismo, como Muermancio Prada.
Víctor es toledano, de Torrijos, y a su pueblo dedicó la siguiente canción, Añil, con el doble sentido de canto, de cantar y de piedra, de guijarro; pero este canto rodaba demasiado lentamente. De nuevo él solo, volvimos a levantarnos con su toque de guitarra en dos excelentes piezas instrumentales que le sirvieron de despedida. Aunque no por mucho rato, porque minutos después volvió al escenario formando parte de la banda de acompañamiento de Lorena Álvarez.
Lorena vino acompañada de Los Rondadores, un trío de púlso y púa, con guitarra, laúd y bandurria, en el que estaba también Alonso, que una semana antes había abierto el Monkey Week desde el escenario que se instaló a pocos metros de este en el que estaba hoy. Me pareció reconocer a Carlos Aquilué como el otro acompañante. Luego dijo ella que este de Sevilla iba a ser el último concierto que daba con esta formación. Comenzaron de forma muy alegre con los verdiales de Dos pájaros en un almendro que Estrella Morente solía incrustar en la versión que hacía de los Montes de Málaga de su padre. El concierto comenzaba muy bien y seguía así con otra de las canciones del EP que Lorena grabó entre los Picos de Europa y los Pirineos: Una rosa, que trasladaba las brisas de los montes de Málaga a los de Canterbury. Pero después comenzó a fastidiarse el asunto.
Las dos primeras canciones las interpretaron desde el centro del escenario, pero para las demás se trasladaron a una mesa que había a la izquierda y, entre unas cosas y otras, charloteos y bromas, tardaron un montón de cansinos minutos que nos hicieron perder toda la atención al concierto. Muy al ralentí nos metimos en Naino, la canción en la que Manzanita le puso letra a uno versos de Quevedo (el antiguo, le aclaró convenientemente uno de los músicos a los más jóvenes del público) que Lorena recuperó como parte de los experimentos que había comenzado con Un bacio è troppo poco, la canción de Mina con la que Lorena siguió esta noche. La esencia necesaria para disfrutar de canciones en directo volvió de nuevo. Y se volvió a ir con el superfluo compadreo que precedió a la versión de El anillo, la canción que El Lebrijano cantaba con la Orquesta Andalusí de Tánger; otro rato largo perdido mientras subía Paco, un amigo de Utrera, a acompañarlos con las palmas. Pero este Chibuli tiene la facultad de resucitar a los muertos, y eso fue lo que hizo aquí, sobreponiéndose incluso a la manera en la que el respetable público se empeñó en acompañarla también a las palmas, cuando mejor deberían haber tenido las manos ocupadas con los vasos de cerveza -de cartón- con que la organización nos permitía acceder al interior.
Que Lorena echase mano de su Colección de canciones sencillas nos permitió terminar el concierto reconciliados; con Persona y Novias nos dejamos llevar y dejó para el final Soy un olmo, con una frase que casi fue una declaración de intenciones esta noche: no me pidas peras. Y recuperando unas estrofas de los Dos pájaros con que comenzaron, se retiraron del escenario dejando atrás los aplausos, que no fueron escasos.
El concierto de Carmen Boza fue una cosa totalmente inesperada, tanto en su fondo como en su forma. Esta era la segunda vez en todo el año que ella se subía a un escenario porque lleva mucho tiempo intentando reconceptualizar su vida, lo que incluye no solo a su persona, sino también a su obra y a su presencia en el escenario. Por eso esta noche se presentaba ella sola, detrás de una consola electrónica y una guitarra colgada a su espalda, que usó en contadas ocasiones. Incluso faltó esa faceta tan enormemente comunicativa suya que le hacía interactuar con su audiencia durante muchísimos ratos, de tal manera que desde la pista se escucharon algunos gritos de dinos algo, habla un poquito. Carmen los desoyó y apenas dijo cinco o seis frases en todo el concierto y no espaciadas en el tiempo, sino todas a la vez.
De la manera extraña en la que sonaron sus canciones da fe el hecho de que en setenta minutos de concierto solamente tuviésemos ocasión de escuchar siete de ellas. En unas versiones, además, llenas de reverb, loops, voces dobladas, efectos electrónicos, que las hacían prácticamente irreconocibles; por ejemplo, yo mismo no me di cuenta de que la segunda canción era San Juan hasta que no iba por más de la mitad de su rarísima y larga versión. Menos trabajo me costó reconocer Astillas, con la que inició el concierto, o Un golpe de suerte y Culpa y castigo, con las que lo terminó; pero las restantes me resultaron tan desconocidas que seguramente serán de su próximo disco, que ya ha terminado de preparar. De hecho, de esas tres piezas de en medio lo único que me resultó familiar fueron las frases de cansada de escuchar la misma mierda, dicen nos fuimos, pero no dicen cuándo; misión imposible estar al día, la verdad no tiene peso ni medida, porque son de aquella canción que fue cincelando poco a poco a través de las RRSS cuando la pandemia.
Anoche nos encontramos a una Carmen Boza dulce y caleidoscópica, en una culminación electrizante de todo en lo que ha trabajado durante los últimos meses. Había división de opiniones sobre si esta era la máxima expresión de su arte, pero a mí, personalmente, que siempre he asistido a sus conciertos desde la barra y no mezclado entre sus fans, me gustó este minimalismo perfeccionado que mostró. Ella ha ensanchado su universo artístico y ha demostrado que se puede crecer e innovar en una cultura pop en la que ya apenas nadie cree. Esta noche volvemos al Central para despedir la edición de 2023 de Nocturama con Raúl Cantizano & Hidden Forces, Alvinas, Ana Curra y Seco Seco Seco, para después colgar la pizarrita en la que iremos cambiando las cifras de los días que faltan para la del 2024, que será especial, porque celebraremos su 20 cumpleaños.
También te puede interesar
Salir al cine
Música de cine y aniversarios
REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA
Pasión juvenil y técnica
Lo último
Tribuna Económica
Carmen Pérez
El BCE cierra el año con un nuevo recorte
El parqué
Sesión mixta
La ventana
Luis Carlos Peris
Libro nuevo y tertulias de toda la vida
Editorial
Un acuerdo pesquero insuficiente