"El escenario es como un nido perfecto para los pájaros más pequeños"

Núria Espert | Actriz

La intérprete participa este martes junto a Paloma Recasens, nieta de Ignacio Sánchez Mejías, en una jornada en la Fundación Cajasol sobre los vínculos de Lorca y el resto de la Generación del 27 con Sevilla

Núria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935), en un patio de butacas.
Núria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935), en un patio de butacas. / Ros Ribas
Pablo Bujalance

17 de junio 2019 - 18:24

En plena gira con su Romancero gitano, el espectáculo basado en la obra de Federico García Lorca y estrenado el año pasado en elTeatro de la Abadía bajo la dirección de Lluís Pasqual, Núria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935) vuelve a Sevilla para participar en una jornada dedicada a la Generación del 27 y organizada por la Fundación Manuel Alcántara y la Fundación Cajasol, en cuya sede de la Plaza de San Francisco (entrada en este caso por la calle Chicarreros) se celebrará el acto este martes a las 19:30.

En este coloquio a cuatro voces titulado García Lorca, Sevilla y la Generación del 27, Espert conversará con José Antonio Carrizosa, director de Diario de Sevilla, y después harán lo propio Paloma Recasens, nieta del torero e intelectual Ignacio Sánchez Mejías, gran amigo de Lorca, y Álvaro Ybarra, director de Abc Sevilla. Reconocida con el Premio Princesa de Asturias de las Artes en 2016 y con el Premio Europa de Teatro en 2018 entre otros muchos galardones, la actriz catalana, verdadero bastión del teatro español del último siglo, da cuenta en esta entrevista de su querencia por el autor de Yerma.

–Es difícil dilucidar si debe usted más a Lorca o al revés...

–Yo creo que la proporción no está precisamente equilibrada.

–¿Habría sido todo muy distinto sin la Yerma que estrenó en el 71?

–Sí, mucho, desde luego. No sólo por aquel montaje, sino por todas las oportunidades que tuve de hacerla después. Si tienes la oportunidad de trabajar determinadas obras durante mucho tiempo, en distintas ocasiones, ya las sientes como algo que forma parte de ti. Es un privilegio.

–¿Fue muy difícil levantar aquel estreno o en aquellos últimos años del franquismo Lorca ya era una cuestión asumida?

–Fue un martirio. Algunos años antes Luis Escobar hizo un montaje de Yerma con Aurora Bautista y después la familia de Lorca se cerró en banda a la posibilidad de permitir otra producción de esa obra. Nuestro director, Víctor García, se armó de paciencia e hizo lo imposible para convencerlos. Después de muchas dudas, finalmente lo logró. Pero entonces vino el Gobierno de la dictadura, que nos prohibió las funciones, en Madrid, en Tarragona, en muchos sitios. Tuvo que transcurrir un año hasta que pudimos estrenarla en el Teatro de la Comedia. Recuerdo que aquella noche se respiraba una tensión en la sala enorme, entre el público pero también entre nosotros. Todo el mundo parecía esperar que sucediera algo terrible. La recompensa vino después con el éxito de aquella obra, que pudimos llevar a medio mundo, desde Moscú al pueblo más pequeño de España. Yerma me abrió las puertas para hacer luego Doña Rosita la soltera, así como recitales junto a Rafael Alberti, Lluís Pasqual y otros compañeros. Lorca ha sido una constante para mí. Cuando las funciones de una obra terminaban, me dedicaba a recitar sus poemas.

–¿No es paradójico que Lorca haya educado la sensibilidad del público español hacia un teatro moderno a pesar de su asesinato a una edad tan temprana?

–Sí. Lo terrible es el precio que tuvo que pagar a cambio.

–Su debut en la dirección también estuvo ligado a Lorca, con Glenda Jackson y La casa de Bernarda Alba en Londres. ¿Cómo recuerda aquella experiencia?

–Aquello fue en el 85. Y fue una temeridad por mi parte. Yo no había dirigido en mi vida y además tampoco hablaba inglés. Me lo ofrecieron y, tras pensarlo mucho, por insistencia de mi familia y de Glenda Jackson, acepté. Esa experiencia cambió mi vida durante no pocos años, en los que dirigí ópera y teatro hasta que lo abandoné para dedicarme a la interpretación, que es lo que me gusta.

–¿Nunca lo ha echado de menos?

–No. La dirección me angustia. Lo mío es la interpretación.

–Por cierto, ¿tuvo usted algo que ver con el Rey Lear que protagonizó recientemente Glenda Jackson en Broadway?

–Así es. Desde que hicimos La casa de Bernarda Alba somos muy amigas, mantenemos el contacto y nos vemos cada vez que voy a Londres. Glenda vino a Barcelona a ver mi función de Rey Lear en el Lliure, con Lluís Pasqual, y se quedó prendada. Me dijo que le impactó mucho verme en el papel del rey, y yo le insistí en que ella debía hacer lo mismo, la animé a que se atreviera. Me respondió que no se veía capaz, pero cuando volvió a Londres recapacitó y se dijo que por qué no, de modo que finalmente se atrevió. Se marchó a Nueva York y protagonizó la obra allí. Y por lo que sé ha sido un gran éxito.

–Me contó Lluís Pasqual que en el ensayo general del Romancero gitano, la noche antes del estreno, sufrió usted un percance importante. Y que no accedió usted a ir al hospital hasta que terminó el ensayo, a pesar de que Pasqual insistía en suspenderlo.

–Me caí y me partí la muñeca. Después del ensayo fui a urgencias con mi hija y a la mañana siguiente a un fisioterapeuta, que me puso una férula en la muñeca, negra, muy fea. Por la noche me presenté así en el estreno. Lo cierto es que la muñeca se me quedó tocada, un poco rara, aunque ya no me duele.

–La cuestión es que Pasqual me contó su caso como demostración de que los actores de su generación, que a menudo han sacado adelante el teatro en España en las condiciones más adversas, están hechos de otra pasta...

–En realidad se trata de algo bastante común en esta profesión, da igual de qué generación hablemos. Los intérpretes que son buenos profesionales, si lo son, llevan una fuerza en su interior que les acompaña permanentemente y que sólo encuentra cierta calma en el escenario. Yo viví la mayor experiencia en este sentido cuando murió mi marido. Entonces yo trabajaba en una obra y tenía varias funciones comprometidas. Habría podido suspenderlo todo, pero es que el único momento en que era capaz de no llorar era en las funciones. En casa me agobiaba, no sabía estar sola, mis sentimientos me sobrepasaban. Pero llegaba la hora de actuar, subía al escenario y se abría un paréntesis en el dolor. El único paréntesis que pude encontrar entonces. Pero esto es nada extraordinario. Es algo que se da en el teatro de manera natural desde sus orígenes, y que se seguirá dando. Como una magia poderosa y extraña. El escenario es como un nido perfecto para acoger a los pájaros más pequeños.

–¿Y el público? ¿Puede extenderse ese nido al patio de butacas?

–Por supuesto. Si no, no tendría sentido. Lo deseable es que después de la función el público se lleve a casa algo del espectáculo, un fragmento con el que haya podido conmoverse. O divertirse. Si lo que ve el espectador es una buena comedia, se llevará una situación hilarante. Si lo que ve es un drama o una tragedia, seguramente se quedará con una imagen que tal vez le acompañe durante toda la vida.

–¿Qué opina de la decisión de Lluís Pasqual de trasladarse a Málaga para dirigir el Teatro del Soho de Antonio Banderas?

–Me hace enormemente feliz. Quienes lo queremos, y yo me cuento entre quienes más le quieren, estamos muy contentos de verlo con tanta ilusión. Lluís salió de Cataluña de una manera injusta y terrible, y es estupendo que haya encontrado este proyecto. Antonio Banderas no pudo estar más acertado al pensar en él. Eso sí, me da un poco de envidia. Yo habría preferido que Lluís hubiese venido a dirigir un teatro a Madrid. Pero me da mucha alegría verlo tan feliz.

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