Orquesta Bética de Cámara | Crítica

Pintando fantasías de sonidos

Rosa Cotán con la Bética en el Espacio Turina.

Rosa Cotán con la Bética en el Espacio Turina. / P.J.V.

Salida de esa fábrica inacabable de la OJA, Rosa María Díaz Cotán (Sevilla, 1986) es arpista en una orquesta berlinesa, aunque nos visita de vez en cuando, elevando siempre el nivel del acto en el que participa. Esas dos Danzas de Debussy, un tanto inocuas, pero tocadas con la magia de la ambigüedad armónica de sus escalas de tonos enteros, fueron en sus manos un prodigio de sensibilidad, hondura y gracia. Más compleja en el terreno del virtuosismo es la gran pieza de concierto de Saint-Saëns, una especie de fantasía anclada en el mundo decimonónico, que Cotán tocó con una claridad, una precisión y una variedad articulatoria y dinámica extraordinarias.

La Bética, con ese raro equilibrio que ocasiona su actual distribución (sólo nueve cuerdas), trabajó también mucho las dinámicas en una elegante y vívida interpretación del Pelléas et Mélisande de Fauré, especialmente lucida en aquellos números dominados por las maderas. Naufragó luego en una destemplada versión (orquestación desconocida) de la Sevilla de Albéniz, sin empaste ni balance adecuado entre las secciones. Pero el conjunto se repuso al final gracias a la estupenda orquestación que Michael Thomas ha hecho de la Suite Dolly de Fauré, original para piano a cuatro manos. Aunque el principio de la Berceuse resultó algo alicaído, y luego hubo algún pequeño desajuste, fue una maravilla el tapiz de colores concebido por Thomas. Basta el memorable inicio de Le Jardin de Dolly, con el clarinete (¡gran Salgado!), el cello y el arpa precediendo a la entrada en pianissimo de las violas, para quedar seducidos por un trabajo excepcional. Bravo.

Es lamentable que el Ayuntamiento siga sin resolver el problema de climatización del Espacio Turina, que se arrastra desde hace años. A pesar de la tregua que las tórridas temperaturas nos han dado en estos dos últimos días, el calor en la sala era por completo inaceptable en un equipamiento de esas características y con ese nivel de actividad. Si para el público es incómodo, para el músico (y especialmente, como era el caso, para una solista de arpa, instrumento que requiere una fortaleza y una práctica casi atléticas) resulta en una falta de cortesía poco presentable.

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