Crítica de Música

Pasmo y emoción en la voz

Empezó la noche con un ritmo bolero, el polo de un sevillano, y acabó entre boleros y la canción dedicada a Sevilla por Agustín Lara, con un público entusiasmado como pocas veces se ha visto en el Maestranza y protagonizando una de las más largas standing ovations que se recuerdan en esta ciudad. Y todo gracias al soberbio e inolvidable recital que ofreció el tenor mexicano Javier Camarena, corroborando el porqué de su fama internacional.

Hay que agradecerle al cantante el que articulase toda al primera parte del programa en torno a la figura del sevillano Manuel García, con obras suyas o que él cantó. Tras un magnífico Polo del contrabandista, con exquisitos floreos y un fraseo entre castizo y académico, Camarena mostró sus cartas en la gran aria de El poeta calculista, en la que el cantante aprovechó su clara articulación para dotar de sentido expresivo a los continuos cambios narrativos de la obra, a cada cual más complejo de cantar. La voz corre con pasmosa facilidad gracias a una emisión liberada, a gola aperta, una canónica técnica de proyección frontal y un notable control del aire. La técnica de la coloratura salió a relucir como un relámpago en los fragmentos rossinianos, con una impresionante lección de control diafragmático en los endiablados pasajes en martellato creados para García. La facilidad pasmosa para enlazar con el Si bemol y el Do, sin que se aprecie el pasaje, le permitió culminar el último de los nueve Dos de La fille articulando sobre él dos sílabas. Asombroso.

Y con Lucia, Rigoletto y Traviata llegó el momento de la morbidez en el fraseo, del canto sul fiato al servicio de la pasión y de la emoción.

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