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Pony Bravo | crítica

El distorsionado reflejo de una distopía

  • Pony Bravo clausuró en la noche del sábado la temporada de espectáculos del Teatro Lope de Vega con el estreno de 'Espejo blanco', una propuesta escénica que expande su obra con tratamientos singulares que van más allá de la música

Raúl Pérez, Pablo Peña, Darío del Moral y Daniel Alonso, componentes de Pony Bravo

Raúl Pérez, Pablo Peña, Darío del Moral y Daniel Alonso, componentes de Pony Bravo / Óscar Romero

Anoche salió el público del Teatro Lope de Vega con las opiniones divididas entre los que prefieren el habitual kraut-funk de Pony Bravo o la propuesta, mucho más lounge, que acababan de presenciar; los que salieron encantados y los que se quejaban de haberse pasado setenta minutos sumidos en la monotonía. Yo me sitúo más cerca de los que disfrutaron de la nueva faceta, sin dejar de reconocer que existió esa monotonía que muchos apreciaron. Aunque eso no es malo de por sí, porque etimológicamente esa palabra sirve para expresar la uniformidad de tono y eso fue algo intrínseco al tratamiento que Pony Bravo dio a sus interpretaciones, lo que era plausible porque esta propuesta escénica, de nombre Espejo blanco, que estrenaron aquí para clausurar la temporada del teatro, mostraba una visión distópica de lo que podría ser una Sevilla futura si no nos andamos con ojo, homogeneizando hasta el hastío la tradición y la modernidad; lo conocido y lo que queda por conocer en una sucesión convertida en engaño y rutina del reloj.

En el escenario, compuesto por dos zonas separadas por una pantalla vertical rectangular, aparecieron los músicos habituales de la banda: Darío del Moral con los beats y sintetizadores, Pablo Peña y Raúl Pérez intercambiándose la guitarra y el bajo, asumiendo protagonismo en la voz ocasionalmente el primero, y Daniel Alonso con los teclados y la voz principal; pero no fue para brindar un concierto con la marca de fábrica habitual de Pony Bravo, sino un espectáculo híbrido entre los sonidos, textos y elementos visuales de su creación propia, con la iluminación y la estructura escénica de Benito Voluble Jiménez y el sonido de Javier Mora, coordinado todo a la perfección por la dramaturgia de Fran Torres y la producción de Olga Beca.

Desde el inicio, con cuatro notas repetidas cansinamente mientras los músicos deambulaban por el fondo del escenario, aquí y allá, sin rumbo fijo, comprobamos la singularidad de lo que íbamos a ver y escuchar. Lo que vimos fue una escenificación sobria, en la que el punto focal principal era la cadena de imágenes proyectadas en la pantalla, desde lo sublime a lo ridículo -muy celebradas la foto de Drácula con la cara de Lopera o el tirador de cerveza en la luna- y lo que escuchamos fueron cinco secuencias de tres piezas encadenando canciones que formarán parte de su próximo disco, todavía sin grabar, con otras extraídas de los que vienen editando desde hace quince años -otro motivo de celebración anoche- que no son asiduas en su repertorio, como Turista ven a Sevilla, El mundo se enfrenta a grandes peligros, China da miedo o Claro en la jungla, resueltas con desconocidos ritmos electrónicos y futuristas, a las que unieron las más populares de Totomami y Loca mente, a medias entre la concesión a sus fans y que algunos piñones de sus letras engranaban bien en esta cadena de transmisión que nos llevaba a esa Sevilla futura que reflejó el espejo blanco en la que, según sus nuevos textos, sobrevivirá el que más arrase.

Pony Bravo Pony Bravo

Pony Bravo / Óscar Romero

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