ROSS. 4º abono Gran Sinfónico | Crítica

Alfa y omega del Romanticismo

Camilla Tilling junto a la ROSS dirigida por Soustrot.

Camilla Tilling junto a la ROSS dirigida por Soustrot. / Guillermo Mendo

Tanto ímpetu quiso dar Marc Soustrot a la obertura Coriolano de Beethoven que al primer acorde la batuta se le escapó de la mano y se fue volando a la primera fila del patio. Fue como un presagio de su interpretación, marcada por la fuerza y el drama, el contraste y el vigor, con dinámicas amplias y un extraordinario ostinato en los violonchelos, mantenido con una claridad impoluta. Un Beethoven heroico y sin concesiones, magníficamente articulado y con acentos poderosos.

Luego salió Camilla Tilling y el concierto dio un giro. Del Beethoven impulsor del movimiento romántico al Strauss que lo enterró. La soprano sueca tiene una voz pequeña, que en otro tiempo proyectaba con mayor brillantez, pero ahí se quedan las objeciones a su presentación sevillana, en la que pudo la elegancia sinuosa de la línea, el legato prodigioso, la sedosidad del timbre. Voz clara, quizá delgada en los momentos de mayor empuje orquestal, pero articulación impecable, suavidad en los contrastes, homogeneidad en los registros, lo que al final confirmaría en Mahler, a despecho de un arranque más bien opaco, pero que compensó de sobra con una conclusión delicada, diamantina, conservando en todo momento esa "expresión alegre e infantil" que pedía el compositor.

Soustrot lució también de forma soberbia en la partitura mahleriana, y los profesores de la ROSS respondieron de forma admirable en el que, en mi opinión, ha sido el primer gran gran concierto de la nueva era de la orquesta. El director francés se marcó un primer movimiento de ritmo ágil, un punto nervioso en los accelerandi, grácil e incisivo en los ataques y en los contrastes dinámicos; un Scherzo transparente en sus texturas, lo que permitió apreciar la calidad de los solistas de madera y de la nueva concertino del conjunto (gran incorporación); un tiempo lento para que la cuerda mostrara toda su tersura y su empaste; y un lied conclusivo que en su sección final, justo cuando el corno inglés arranca su melodía, alcanzó las más altas esferas celestiales. "Ninguna música terrenal puede compararse a la nuestra" dice el poema del Wunderhorn al que Mahler puso en música como cierre de la más apolínea de sus sinfonías, y por un momento fue como si la escena maestrante levitara. 

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