ROSS. Pérez Floristán. Axelrod | Crítica

Que suene Chaikovski a nuevo

Un momento del concierto del jueves.

Un momento del concierto del jueves. / Guillermo Mendo

Pareció partir de una consigna. O ser la divisa de unos conjurados: "Hagamos un Chaikovski que suene a nuevo". Y no lo digo sólo por el hecho de que Juan Pérez Floristán ofreciera la versión primigenia, revisada por el propio Chaikovski, del Concierto para piano nº1, que, desde el arranque, lima considerablemente la épica (y los decibelios) forjada por la tradición de la escuela pianística rusa, sino por una mirada global sobre el compositor que resultó tan intensa como apasionada, pero tomando como punto de partida el lirismo, una melodía que resultó siempre privilegiada, pero fue a la vez contrastada por un tratamiento de los perfiles y los volúmenes de la música que permitió distinguir con claridad los diversos planos sonoros, las segundas y las terceras voces, con una transparencia no inédita (claro que no), pero más infrecuente de lo que pudiera pensarse.

Axelrod aprovechó la popularidad de concierto y sinfonía para ampliar el repertorio de la ROSS con una obra incómoda, poco frecuentada, ese Hamlet que parece deslavazado, pero que en realidad está apuntando, con sus discontinuidades, sus bruscos contrastes y sus meros apuntes temáticos repetidos, a la música del siglo que estaba al llegar. Y el director tejano huyó desde los primeros compases de la rutina, concentrándose con pasión en las líneas y sus claroscuros. Fue una versión si se quiere más de contornos que de detalles, pero qué forma de dibujar las melodías sobre un fondo siempre cambiante.

El joven Pérez Floristán eludió, en efecto,  el Chaikovski más hercúleo para concentrarse en la lírica, en la sutileza del color y en los detalles del fraseo, que delineó con una nitidez articulatoria excepcional. Por supuesto la energía chaikovskiana estuvo ahí y los pasajes atléticos de su música no pueden evitarse, pero, en perfecta sintonía con el acompañamiento del maestro, prefirió sostener las tensiones en el tratamiento del tempo antes que en el rango dinámico o la brillantez del sonido. Desde su mágica cadencia del primer movimiento pareció invitar a Axelrod a seguirlo hasta esa forma de estirar los tempi con la que pusieron su toque personal a un serenísimo y elegante Andantino, jamás tan contrastado con el festero Prestissimo que aloja en su interior. En el Allegro conclusivo hubo fuego, claro, pero no sólo: la cuerda de la ROSS alcanzó las alturas en sus expansiones líricas y el solista siguió empeñado en que cada nota se escuchara, por más que el instrumento no llegara en demasiadas buenas condiciones a un final en el que por momentos quedó oculto bajo el peso orquestal.

Desde el rasgado conmovido e intenso de las trompas en el inicio de la 4ª sinfonía, John Axelrod hizo respirar a la música apoyándose en una gradación soberbia de los planos sonoros, que se vio favorecida por el extraordinario empaste orquestal. Quizás tuviera algo que ver en ello el hecho de que la ROSS volviera a la auténtica caja acústica del Maestranza, abandonando esa extensión hacia el patio de butacas que supuestamente consigue un sonido de auditorio, más (supuestamente, otra vez) brillante y espectacular. El director americano supo equilibrar los pesos de las secciones y se concentró además muy especialmente en destacar el protagonismo de la cuerda grave. Hubo detalles a lo largo de toda la sinfonía de esta forma de trabajar. Por ejemplo, en el primer movimiento, con ese juego de preguntas y respuestas entre las maderas sobre el fondo de las cuerdas, Axelrod logró una profundidad de foco extraordinaria, con los violonchelos haciendo una muy audible segunda voz y el resto de la cuerda en un tercer nivel. O en el segundo, con una flauta flotando auténticamente sobre los violines y la cuerda grave esta vez como fondo y soporte.

La orquesta respondió con entera satisfacción, sonando con una redondez y una prestancia deslumbrantes en todas sus secciones. En el delicadísimo Andantino, por ejemplo, la cuerda grave (sí, otra vez) se hizo verdadero terciopelo. El Scherzo sonó con la levedad requerida, sin rastro de amaneramiento, y en el Final, en el que los estallidos en fortissimo estuvieron siempre bajo control,  las tensiones acabaron resolviéndose en una coda fulgurante (parecida a la del primer movimiento), con un pulso y un dinamismo que tuvo algo de furtwängleriano.

El 30 de noviembre pasado John Axelrod dejó de ser oficialmente director artístico de la ROSS. Va a ser muy difícil encontrar a un sustituto de su altura artística.

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