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Rioja Filarmonía | Crítica

Jugar (con) la música

Rioja Filarmonía en el Espacio Turina.

Rioja Filarmonía en el Espacio Turina. / D. S.

Se lamentaba Jorge Nicolás Manrique en sus breves palabras introductorias de que el verbo "jugar" no haya conservado en castellano la acepción de "tocar un instrumento musical" que sí han preservado el inglés, el alemán o el francés. Se entiende el lamento. Sería de aplicación inmediata en un concierto como el que Rioja Filarmonía presentó en el ciclo Encuentros Sonoros, que, año tras año, este dúo riojano está convirtiendo en una de las citas más sugestivas no sólo de este ciclo, sino de la más oculta vida musical sevillana.

Su actuación trajo aire fresco, perspectivas nuevas, una mirada diferente sobre el espectáculo sonoro. La música se hizo juego. Y, al menos desde Huizinga, todos sabemos que el juego es una cosa muy seria. Con un piano de juguete (37 teclas, macillos que percuten láminas metálicas) e instrumentos percutivos que remitían al universo infantil (campanitas, distintos tipos de carillones), el dúo riojano ofreció una sesión inolvidable, en la que las conocidas piezas de Satie adquirieron perfiles insólitos, oníricos, llenos de detalles, de giros inesperados, de imperfecciones cargadas de una ironía tan de Satie como de Cage, uno de sus principales valedores en la segunda mitad del siglo XX. Su Suite para el piano de juguete es un viaje lleno de magia y fantasía a un territorio inexplorado, pero en el que uno puede plantar su tienda y quedarse a vivir. Ese al fin y al cabo era el gran deseo de Satie: una música que poder habitar como se habita una casa.

El recital adquirió contornos inquietantes en la música del joven Scott Neal, que usa técnicas extendidas también en el piano de juguete, y se llenó de recuerdos infantiles en el Miracle Ear de David Lang, que añade unas latas al toy piano (¡cuántas latas pateadas siendo niño!), no en vano Lang fue uno de los fundadores del conjunto Bang on a Can. En medio de la oscuridad de la sala, Spiegel im Spiegel, uno de los grandes clásicos de Arvo Pärt, se hizo hipnótico en las agudas repeticiones y en las resonancias de las campanas tubulares.

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