Rioja Filarmonía | Crítica

Entre dadá, nonsense y gestualismo

Rosa Vidal interactuando con el público durante la interpretación de 'El pequeño arlequín'.

Rosa Vidal interactuando con el público durante la interpretación de 'El pequeño arlequín'. / P. J. V.

Un año más, Rioja Filarmonía ofreció el concierto más original, más heterodoxo y bizarro de cuantos suelen llenar el calendario de Encuentros Sonoros. Jorge Nicolás Manrique preparó esta vez un recital con el fonema como gran protagonista, partiendo además de un auténtico clásico, la Ursonate, obra de 1932 de Kurt Schwitters, un dadaísta que se convirtió con esta pieza en el gran pionero de la poesía fonética. Iker Idoate hizo un complejísimo acto de inmersión en una pieza construida siguiendo la forma sonata, pero que aún impacta por el poder primigenio del ritmo asociado a la expresión vocal. En la segunda parte del concierto, Idoate puso también su voz a una Récitation de Aperghis, extraída de una obra de 1978 y más cercana al sentido de la literatura nonsense, significantes sin significados.

Daniel Mozas hizo con impecable claridad una pieza para vibráfono extraída de Viernes, una de las siete óperas del megalómano proyecto que ocupó a Stockhausen las últimas décadas de su vida, Licht (Luz), y luego se sumergió en Toucher (1973) de Vinko Globokar, obra en la que la palabra se mezcla con los sonidos arrancados de un pequeño e informal set de percusión.

La palabra en Globokar había tenido que ver también con la obra que Rosa Vidal interpretó en la primera parte, Voix instrumentalisée, igualmente de 1973 con un clarinete bajo que se convierte en el vehículo de transmisión de palabras recitadas y cantadas, de soplidos y un variado conjunto de efectos que exhala el propio cuerpo del instrumento. Finalmente, Vidal, se atavió de Arlequín para Der kleine Harlekin de Stockhausen, una pieza escénica, en la que la intérprete mostró no sólo un buen dominio de su instrumento, sino una muy notable vis cómica

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