Wonka | Crítica

Roald Dahl encuentra en King su director ideal: la película de estas Navidades

Timothée Chalamet se calza (con éxito) los zapatos de Willy Wonka.

Timothée Chalamet se calza (con éxito) los zapatos de Willy Wonka.

Primer acierto: escoger a Paul King para dirigirla. Si acertó al dirigir la adaptación al cine del clásico de la literatura infantil de Michael Bond Paddington en las dos entregas de 2014 y 2017, tenía muchas posibilidades de volver a hacerlo al enfrentarse a ese otro clásico que es Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl, publicado en 1964. En Paddington King demostró una capacidad rara de encontrarse en el cine actual para actualizar las películas de imagen real con insertos de animación de Disney logrando que los exteriores naturales parecieran idealizadas recreaciones de Londres hechas en Hollywood, que la dulzura nunca empalagara y que el humor nunca fuera exagerado o grosero.

Al enfrentarse a la novela de Dahl mantiene estas virtudes añadiéndole una gran capacidad de visualización de lo fantástico sin incurrir en extravagancias ni hacer puestas al día innecesarias. Es importante decir esto porque la novela tuvo una buena primera versión en 1971 -titulada Willie Wonka y la fábrica de chocolate- dirigida por Mel Stuart e interpretada por Gene Wilder con una excelente banda sonora y canciones de Leslie Bricusse, discretamente recibida en su época (incluso a Dahl, pese a haberse encargado del guión, le decepcionó), pero posteriormente muy valorada. Pero también tuvo una pésima versión en 2005 dirigida por Tim Burton e interpretada por Johnny Depp con las habituales y exageradas gesticulaciones del actor y agotados recursos visuales del director que se la llevó (o más bien arrastró) a su terreno siniestro y freudiano. Estaba en su derecho, desde luego, pero no le salió bien (como todo lo que ha hecho en la última década, lo que incluye sus destrozos de algunos clásicos de animación de Disney).

King, basándose en un muy buen guión coescrito por él y el actor y escritor Simon Farnaby, apuesta por contar la historia de Wonka antes de convertirse en el famoso chocolatero. Y lo hace sin traicionar el tono del libro de Dahl. La lucha de Wonka contra el siniestro monopolio del cacao bebe tanto del padre del personaje como de los folletines llenos de misterios, pasadizos subterráneos y organizaciones secretas. Elegante tanto en la puesta en escena como en las intenciones, King logra homenajear a la vez a Dahl -incluyendo el universo de su Charlie y la fábrica de chocolate y de su secuela, nunca llevada al cine, Charlie y el gran ascensor de cristal- y las versiones, tan distintas de la suya, de Stuart/Wilder y Burton/Depp.

El segundo acierto, que tiene mucho que ver con lo anterior, es haber mantenido el formato de comedia musical utilizado en la buena banda sonora compuesta por Joy Talbot y Neil Hannon algunas de las canciones que Leslie Bricusse compuso para la versión de Stuart/Wilder, singularmente la divertida Oompa Loompa y la hermosa y sentimental Pure Imagination. Es importante que esta película haga justicia a Bricusse (1931-2021) porque sus comedias musicales –Picwick, Doctor Doolitlle, Goodbye Mr. Chips- quizás no hayan recibido el reconocimiento que merecen.   

El tercer, pero como se comprenderá ni mucho menos menor, todo lo contrario, acierto es el casting. Convertir en un Wonka creíble y simpático al sobrevalorado Chalamet, que debe su fama a las pedantes Call Me by Your Name y Hasta los huesos de Guadagnino, la fallida The King o Día de lluvia en Nueva York, uno de los peores Allen recientes, además del Dune de Villeneuve, tiene su mérito. Pero King lo logra, haciéndole incluso cantar y bailar convincentemente. Igualmente meritorio es lograr que Hugh Grant logre uno de los mejores y más divertidos trabajos de su inestable carrera interpretando al irresistible Oompa Loompa. E igualmente acertadas son las elecciones e interpretaciones tanto de los grandes Olivia Colman y Rowan Atkinson como de Sally Hawkins y la joven Calah Lane.

El cuarto acierto, por último, está en las lujosas -por sus talentos- elecciones de Nathan Crowley -el creador de los universos de Nolan desde Insomnio hasta Tenet- para el diseño de producción y del surcoreano Chung-hoon Chung -lanzado a la fama por sus trabajos con Park Chan-wook- en la dirección de fotografía. Ambos logran dar a la película una extraordinaria definición formal capaz de combinar lo dulce y lo siniestro, fundiendo las dimensiones de cuento o fábula y de relato folletinesco que King da a la película que, por sus méritos, debería ser el espectáculo para toda la familia de estas Navidades.  

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios