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Sharon Eyal | Crítica de danza

Un ritmo que disipa las sombras

Una sugestiva imagen del trabajo de la coreógrafa israelí.

Una sugestiva imagen del trabajo de la coreógrafa israelí. / Stefan Dotter

Chapter 3: The Brutal Journey of the Heart es el tercer capítulo de una trilogía que comenzó a partir del poema del norteamericano Neil Hilborn, que trataba del trastorno obsesivo compulsivo (en inglés OCD) que él mismo padecía.

Así surgió OCD Love, la primera pieza de la trilogía de la coreógrafa israelí Sharon Eyal quien, tras militar 17 años en la célebre Batsheva Dance Company, fundó en 2013 su propia compañía, L-E-V, junto al productor Gai Behar.

La misma temática, los mismos movimientos compulsivos de nuestra apaleada y neurótica sociedad, originaron la segunda pieza, Love Chapter 2, que pudimos ver en 2019 en este mismo teatro y, ahora, para cerrar el ciclo, presenta este sugestivo Chapter 3:...

Eyal, tan experta, entre otros, en el movimiento Gaga, marca de la Batsheva, como en la combinación contract-release que fundamenta el trabajo de Marta Graham, no abandona del todo los movimientos compulsivos, pero baja hasta los centros de poder del cuerpo humano –la pelvis, el plexo solar y ese corazón que los bailarines llevan pintados en el pecho, rompiendo su habitual carácter monocromo- para expresar una energía que no cederá ni un segundo, adherida sin renuncias al sugestivo ritmo propuesto por Ori Lichtik, el fantástico DJ (también baterista y compositor) que acompaña desde hace años las creaciones de Eyal.

Inmersos por completo en la música, tres bailarines y tres bailarinas, todos extraordinarios, forman un grupo homogéneo en cuanto a su aspecto –no hay distinción de géneros ni en el vestuario ni en los movimientos- en el que no hay unísonos absolutos ya que, en cada secuencia, uno a uno irá mostrando su propia individualidad.

Las piernas no abandonan jamás el ritmo, pasando del relevé (apoyándose en las puntas de sus pies descalzos, como intentando levantar el vuelo), al plié que provoca la atracción de la tierra. Los brazos se abren y se entregan a unas ricas partituras, a veces suaves a veces violentas, en las que se pueden reconocer algunos movimientos cotidianos y obsesivos.

Unas estructuras coreográficas corales que despiertan numerosas asociaciones y que en algunas escenas parecen conducir a un expresionismo que no llega a cuajar porque el esteticismo le gana la batalla. Sin que falten las habituales sombras de la israelí, la fuerza y el optimismo de la música se impone y las disipa.

En este hermoso fresco, Fra Angelico se superpone siempre a Miguel Ángel y el amor, ese corazón rojo que brilla en los pechos de los bailarines, le gana la batalla a las pocas, aunque inquietantes escenas en las que el grupo se compacta para sostenerse o para defenderse de no sabemos qué amenaza exterior.

Un esteticismo acentuado especialmente por las hermosas mallas semitransparentes diseñadas por la directora artística de la casa Dior y que, a modo de tatuajes, desnudan más que visten a los seis extraordinarios cuerpos que, sin abandonarse ni un solo instante, danzan, balancean sus caderas con una increíble voluptuosidad y se entregan, como todos nosotros, al motor, al ritmo –en ocasiones casi caribeño- de la música electrizante de Ori Lichtik.

Porque, por encima de todo, Chapter 3:… es pura danza. Un hipnótico espectáculo cuya belleza y cuyo ritmo dejaron prendidos y prendados literalmente a los espectadores desde el comienzo hasta la bajada final del telón.

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