Taracea | Crítica

Glosando a ritmo de jazz

Taracea en el Alcázar

Taracea en el Alcázar / Actidea

Hace tiempo que el historicismo musical superó ese respeto reverencial a la letra escrita, siempre un poco dogmático y con cierto olor a sacristía, que tuvo en sus comienzos. Había que buscar los sonidos auténticos por encima de todo, aunque nadie supiera en realidad cómo podía hacerse tal cosa. Aún en las ediciones tardías del siglo XVIII, en las que los compositores empezaron a ser más precisos con cómo querían que sonara su obra, aquellas intenciones, aquella búsqueda desde la literalidad, tenían un sentido, pero en la música anterior, que asentaba al menos pie y medio en las prácticas de improvisación, tocar determinado tipo de música (toda la instrumental y la mayor parte de las canciones, al menos) tal y como se había preservado en manuscritos y ediciones parecía por completo contrario a los principios de autenticidad que se reclamaban.

Hace décadas ya que muchos intérpretes se dieron cuenta de eso y empezaron a tomar el papel conservado sólo como punto de partida para una interpretación que exigía de la ornamentación y de la glosa personales, pues esa música estaba escrita así justamente para eso, para que cada intérprete la hiciera suya. Nacieron así interpretaciones históricamente informadas que se querían auténticas justamente no por tocar exactamente lo que decía el papel, sino por buscar en la época la forma en la que los intérpretes daban vida a esas anotaciones.

Paralelamente, surgieron intérpretes llegados de otros campos (el jazz, sobre todo, pero también el rock e incluso el pop) que aprovecharon el trabajo de rescate historicista para usar los temas antiguos empleando los recursos propios de su estilo. Aquí, Taracea. El grupo improvisa y glosa música renacentista y barroca partiendo en buena medida, pero no sólo, del jazz. Algo perfectamente legítimo y en absoluto novedoso. Eso sí, deberían abandonar el discurso de que lo hacen así "para mantener viva esta música en el siglo XXI". El Mille regretz de Josquin está tan vivo en la glosa que ellos hicieron el martes en el Alcázar como en las voces históricas del Ensemble Clement Janequin, en la vihuela de Juan Carlos Rivera o en las más modernas versiones de Stile Antico o de Carlos Mena junto al acordeón de Iñaki Alberdi. En realidad, la música vive detrás de cada interpretación que se haga de ella. La suya es sólo una opción más. Otra cosa es que pueda juzgarse su nivel técnico, su relevancia en la historia interpretativa de cada pieza concreta o la impresión subjetiva que produzca en cada cual.

Taracea es un trío de músicos residentes en Madrid que mostraron un nivel técnico extraordinario y una estupenda complicidad en su visión de unas músicas que iban del siglo XV al XVIII. Las flautas de Belén Nieto suelen soportar la mayor parte del tiempo la melodía, aunque también aportan notas armónicas o juegan al uso de recursos de la música contemporánea, como esas columnas de aire empleadas en la célebre Innsbruck, debo dejarte de Isaac. Las síncopas crecen a partir del contrabajo de Rodrigáñez, que es el que da el aire más jazzístico a la interpretación, aunque también tuvo un arranque melódico de gran significación en el Ay triste que vengo de Juan del Encina, que tocó en su registro agudo con impoluta afinación, y se marcó un intenso y algo extravagante preludio al MarizápalosRainer Seiferth nos mostró que la vihuela también es un instrumento que se puede rasguear (de forma muy convincente en el Come again de Dowland, por ejemplo), que puede hacer contracantos o doblar melodías con absoluta eficacia.

Hubo espontaneidad en el concierto de Taracea, musicalidad sin tacha, hubo momentos de chispa, de énfasis rítmicos marcados para gustar (Sermisy, Le Roy), pasajes llevados al terreno del lirismo y la sensualidad (Caccini) y algunos más crípticos (Isaac, Desprez, Capirola) que parecieron conectar con cierto experimentalismo vanguardista. Una opción estupenda para disfrutar de una hora de música. Antigua. Moderna. Viva, por supuesto.

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