Niño de Elche & Proyecto Ocnos | Crítica

Pornografía bruitista

Los intérpretes junto al compositor (segundo por la izquierda) en una presentación de la ópera

Los intérpretes junto al compositor (segundo por la izquierda) en una presentación de la ópera / Fundación BBVA

No sería fácil convencer a un aficionado tradicional a la ópera de que lo que se ha estrenado esta noche en el Espacio Turina comparte género con Las bodas de Fígaro, Tosca o El caballero de la rosa. La discusión sería por otro lado bizantina. Así que mejor dejar al margen la disputa nominalista. Además, desde que en 1977 Morton Feldman y Samuel Beckett presentaran Neither es sabido que incluso dos artistas que odian la ópera pueden escribir una.

Los pecados de las ciudades de la llanura es una obra escénica que se apoya en dos elementos esenciales: un texto sacado de una novela pornográfica de finales del siglo XIX; una masa sonora electroacústica de naturaleza bruitista que, horror vacui de por medio, llena los aproximadamente 62 minutos que duró su presentación. Y a partir de ahí se puede matizar.

El libreto narra en forma de memorias las andanzas de un chapero irlandés en el Londres victoriano con un lenguaje descarnado y premeditadamente soez, aunque lleno de referencias eruditas a la cultura grecolatina y con sugerentes toques de una poesía hermética, no lejana al simbolismo finisecular. La gran particularidad es que, como la obra original, el libreto está en polari, un criptoidioma usado por la comunidad homosexual británica (especialmente, londinense) a finales del siglo XIX. El polari es un inglés de jerga deformado por elementos de lenguas romances.

La obra está escrita en forma de monólogo y cuenta con tres intérpretes en escena, un cantante y dos instrumentistas, que tocan un clarinete bajo y una guitarra eléctrica. El Niño de Elche pudo dar rienda suelta a sus afanes heterodoxos en un medio, el de la creación contemporánea, en que eso es la norma. Las alturas están la mayor del tiempo escritas, pero el cantaor tiene no sólo que moverse por un intrincado laberinto de subidas y bajadas seudomelódicas, sino que debe gritar, recitar y emitir todo tipo de sonidos a menudo al borde del desgarro (no está hecha su parte para cualquier garganta desde luego). Compartiendo escena, los dos miembros de Proyecto Ocnos, productores del espectáculo, se sumaron con sus instrumentos a una masa de ruido titilante, borboteante, ululante, aullante que lo llenó todo por exceso (principalmente de volumen) hasta el aturdimiento.

El compositor Germán Alonso (Madrid, 1984) no inventa en realidad nada, sino que recurre a procedimientos característicos de las vanguardias que se han ido desarrollando desde finales de los 50. Utiliza una cinta pregrabada en el estilo más característico de la creación electroacústica clásica y hace uso de los instrumentos como generadores de ruido, a veces distorsionándolos también electrónicamente, de tal modo que la mayor parte del tiempo es indistinguible el sonido en vivo del previamente grabado. Algunas secuencias repetitivas y especies de leitmotivs pueden servir para orientar a un oyente que corre el riesgo (o la suerte) de quedar abrumado por la experiencia.

La dirección escénica corrió a cuenta de Fabrizio Funari, el libretista. Presentó a los tres intérpretes en calzoncillos y con el torso semidesnudo, empleó unos pocos elementos escénicos, jugó de forma comedida con la iluminación, recurrió en un momento a unas proyecciones e hizo que Niño de Elche se moviera con la prestancia necesaria para camuflar que el texto no se lo sabía de memoria, y nadie podrá reprochárselo. Con aprenderse los pies de sus entradas tendría más que suficiente.

Un espectáculo atrevido para la Sevilla musical del presente, que ya no es capaz de llenar ni las óperas más convencionales. Un experimento que, bien rodado y ajustado, podría funcionar en ambientes artísticos muy concretos. Ese público también merece la honestidad y el esfuerzo que se adivinan detrás de este proyecto.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios