The Sixteen | Crítica

Un final coral en modo inglés para el Femás

Haendel escribió Israel en Egipto en un momento especialmente delicado para la ópera italiana en Londres y en medio de una campaña belicista de la que participaba toda la clase política inglesa. Le salió una obra extraña, dominada absolutamente por el coro, que casi se convierte así en la voz de la nación, que canta exaltada al triunfo guerrero propiciado por la intervención divina.

Los oratorios de Haendel no salieron nunca del repertorio. A la muerte del compositor, los ingleses siguieron interpretándolos, y con ello no dejaron de fomentar el canto coral. Eso propició que para cuando la recuperación de la música antigua se extendió por Europa ellos llevaban considerable ventaja y sus conjuntos se impusieron casi sin competencia, especialmente en la música de Haendel.

Entre esos conjuntos, The Sixteen, fundado hace más de cuarenta años por Harry Christophers y durante mucho tiempo más preocupado por la polifonía antigua, representa magníficamente la tradición del país. Afinación, empaste, brillo son términos que pueden servir para la definición de un estilo que ha hecho escuela en medio mundo.

El conjunto mostró durante toda la obra esas marcas de estilo, combinadas con un magnífico equilibrio y una visión de apreciable plasticidad. Puede tomarse como ejemplo el número 30 (“Who is like unto Thee”), un coro que empieza homofónico y termina convirtiéndose en una fuga, que Harry Christophers manejó con una flexibilidad soberbia tanto en su agógica como en sus matices dinámicos.

Christophers obtuvo de su conjunto una bellísima pasta sonora, que cuidó evitando los excesos de todo tipo, aunque los contrastes expresivos estuvieron marcados con claridad: así, por ejemplo, entre los pianos del número 23 y la brillantez entusiasta del 24. La claridad dominó los fugatos, no demasiado abundantes, pero esenciales, como en el número 13, una pieza que parece anticipar El Mesías.

El director inglés se mostró algo contenido en la vívida pintura descriptiva que Haendel hace en la escena de las plagas, aunque el vuelo de las moscas se hizo sentir y las tinieblas casi pudieron palparse entre los pianissimi delicadísimos del coro.

Haendel dio poca importancia a arias y dúos en esta obra, y Christophers hizo que sus solistas salieran del coro. Cumplieron sin alharacas y con algunos problemas, en especial en las voces de alto.

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