El violonchelista giennense Juan Aguilera Cerezo ha publicado recientemente un doble disco con obras para violonchelo solo de ocho compositores actuales. Una selección del contenido de dicha grabación es la que le sirvió de presentación en el Espacio Turina, el núcleo de la música contemporánea en Sevilla una vez inexplicablemente enterrado el ciclo del Teatro Central.

La opción por la rabiosa contemporaneidad supone en Aguilera una nítida toma de posición ante la cuestión de la virtualidad de la música tras siglos de devenir. ¿Qué caminos quedan aún por desbrozar en la relación entre Tiempo y Sonido? Y, sobre todo, ¿qué otros tiempos, al margen del cronológico, nos puede abrir la Música? Tiempo interior, tiempo de la memoria, tiempo de las ensoñaciones... Ya lo anuncia la pieza de Francisco Martín Quintero, Inmanencia, en la que el sonido vive por sí mismo al margen del discurso temporal, jugando consigo mismo en multitud de repliegues de colores: armónicos de diversa intensidad, rebotes de arco, sonidos sull ponticello van articulando un caleidoscopio no exento de crispación en algunos pasajes.

Al universo tonal posexpresionista obedece la espléndida sonata de Anastasia Vinogradova, en la que Aguilera mostró en su plenitud su control del instrumento y de todos sus recursos en una obra que reclama todo tipo de ataques y de fraseo, con incursiones en los registros extremos en los que el solista mostró siempre un virtuosismo impresionante y un sentido de la afinación admirable en los pasajes con desplazamientos microtonales.

Se estrenaba la Partita de Ashkan Behzadi, quizá la pieza más radical del programa, que de la rugosidad del sonido y la inestabilidad rítmica desemboca en cierta monotonía retórica. La Sonata de Óscar Prados Sillero, con sus resabios bachianos y sus bariolages, sirvió para cerrar el triunfo de Aguilera.