Arte, ciencia e industria

Historia del dibujo y la ilustración

Berenice publica una documentada y oportuna Historia del dibujo y la ilustración, obra del ilustrador Carlos Cubeiro, donde se reúnen las múltiples y significativas funciones del dibujo, del siglo XV a nuestros días

Reina de la alegría. HenryToulouse Lautrec. (Cartel). 1892
Reina de la alegría. HenryToulouse Lautrec. (Cartel). 1892
Manuel Gregorio González

24 de agosto 2025 - 06:00

La ficha

Historia del dibujo y la ilustración. Carlos Cubeiro. Berenice. Córdoba, 2025. 592 págs. 40 €

El propio autor, en su epílogo, advierte que una verdadera Historia del dibujo y la ilustración hubiera ocupado mucha mayor extensión, y habría exigido un orden cronológico y una tabulación de autores y tendencias que aquí no se ofrecen sino lateralmente, embutidos en otros capítulos, nominales o temáticos, con los que se compone esta amplia y sugestiva introducción a una historia de la ilustración y el dibujo. En tal sentido, no podemos estar de acuerdo con Cubeiro cuando afirma que el dibujo ha sido preterido en favor de la pintura; siendo así que desde los días de Alberti y Piero della Francesca a la mano segura de Picasso, el dibujo -el disegno con que la Italia del Renacimiento revelará un orden volumétrico del mundo- ha sido la base fundamental con que se practicó la pintura, al menos hasta el XVIII-XIX; motivo al que se debió la difusión, por buena parte del mundo, de las Academias de Bellas Artes (la de San Carlos de México data de 1781), y contra cuyo aprendizaje reglado del dibujo se manifestaría Goya. Todo lo cual queda consignado en las instructivas páginas de Cubeiro, quien expone el complejo marco cultural, técnico y económico en el que se desarrollará el dibujo, desde sus inicios como miniatura a su extraordinaria difusión en libros, revistas y papel prensa.

El dibujo contribuirá a una rápida y abundante difusión del conocimiento y a una forma seriada de arte

A este respecto, Cubeiro no dejará de señalar una consecuencia obvia de aquella apropiación volumétrica y científica de lo real, de la que se obtendrá un saber más preciso (anatómico, geográfico, botánico, etcétera), fundamentado en la exacta reproductibilidad del mundo que prometían el cálculo y el dibujo. Añadido a ello, y a partir de la imprenta de tipos móviles, el dibujo contribuirá tanto a una rápida y abundante difusión del conocimiento, como a una forma seriada de arte, con la que dará comienzo su carácter industrial, luego perfeccionado en el XIX-XX. Es este carácter seriado, junto a su naturaleza comercial, el que otorgará a la ilustración un rubro utilitario del que carece, en apariencia, el gran arte. Sin embargo, el arte, hasta el siglo XIX, fue un arte mayoritariamente de encargo, donde el comitente introducirá una impronta, incluso física, en la obra. Por otra parte, y en lo que atañe a su originalidad, al carácter único de la obra de arte, las páginas que Benjamin dedicó a “la era de su reproductibilidad técnica”, sitúan esta cuestión en su aspecto actual, al menos en lo concerniente a la ilustración y el cine. Es, pues, desde esta múltiple perspectiva desde la que comparecen pintores, dibujantes e ilustradores, ya sea en la hora inicial del miniaturista (faceta en la que probablemente, se formó el Bosco), ya en la ilustración contemporánea de libros y revistas donde destaca, a modo de ejemplo reciente, María Hesse.

A ello debe añadirse el carácter inmediato de ciertas ilustraciones, vinculadas al papel prensa (Rosell y Miki y Duarte en nuestro caso), en las que el humor gráfico adquirirá suma importancia. En tal sentido, el nacimiento de las publicaciones satíricas transformaría la mordacidad política en un vehículo, a veces peligroso en extremo, para manifestarse ante la opinión pública, como puso de manifiesto la revista Charli Hebdo. Desde Daumier a Chumy Chúmez, Mingote, El Roto,... Desde Le Charivari a La Codorniz, Hermano Lobo, El Jueves, etc., la ilustración satírica ha gozado de una expectación y un influjo que hoy acaso se hallen en la hora de su crepúsculo. También serían ilustradores, pero de otro tipo, Durero, Holbein, Cranach, Fuseli, Piranesi, Goya, William Blake, Doré, Hogarth, Da Vinci, Tolouse-Lautrec, Castelao, Kafka, Alfred Mucha, Ramón Casas, Kate Greenaway, Cassandre, Steinlen, Posada, Escher, Aubrey Beardsley, Topor, Hokusai y un numeroso etcétera que alcanza, naturalmente, a dos grandes del cómic español: Ibáñez y Vázquez. Pero es en lo referido al influjo de la ilustración japonesa en el arte del XIX europeo, donde la obra de Cubeiro acaso alcance una mayor significación, por cuanto afecta a la imaginería del simbolismo, el modernismo y el impresionismo, así como a la estética lineal y sumaria de las vanguardias. Es en esta mundialización del gusto, bajo la especie de lo exótico, donde estas páginas sobre la ilustración quizá hayan reunido su más clara y profunda enseñanza, ya que exponen una súbita configuración estética, en su inmediato y prolongado hacerse. En tal sentido, el dibujo limpio y el colorido plano de Hergé, deudor de la sencillez del ukiyo-e, las “pinturas del mundo flotante”, no nos dejarán equivocarnos.

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