‘Los bordes’, de María Limón: orfandad y adultez son la misma palabra
La autora publica con Letraversal un libro sobre el abandono de la infancia y la vulnerabilidad a la que estamos abocados desde entonces.
“La espalda arqueada / ante el peso de un ramo de dalias / que hace tiempo / dejaron de estas frescas. / Ni los niños / son capaces de aguantar / la carga que supone / una naturaleza muerta”. Los versos que abren Los bordes, el primer libro de María Limón, editado por el sello Letraversal, ya anticipan el interés de la autora por una belleza que hiere y que desafía la inocencia. En los poemas siguientes, la tensión de la carne –la de un cuerpo que observa sus quemaduras con malsana extrañeza o la de una amante a la que escuecen las caricias ajenas– propagará la impureza como el único modo en que puede vivirse. Limón escribe sobre ese limo que arrastra toda existencia –el hambre y el ansia, la violencia y la culpa– con la descarnada honestidad de quien hurga en sus heridas.
La poeta sabe que “orfandad y adultez son la misma palabra”: lo aprendió de su madre, a quien Limón retrata en un emocionante pasaje en el que esa mujer toma conciencia de que ya se encuentra lejos de la infancia.
En el primer tramo de Los bordes abundan los niños expulsados bruscamente del edén, asomados sin aviso a la gravedad del mundo. “Es curioso, porque yo no era consciente de que la infancia estaba tan presente en el libro, y mucha gente me lo ha señalado. Me sorprende, no me considero una persona especialmente nostálgica de aquel tiempo”, asegura la autora, que ya ha armado una teoría al respecto. “Está relacionado con que yo empecé este poemario en 2020, y desde entonces he acabado la carrera, el máster, he tenido cinco trabajos distintos, me he independizado... He pasado de ser una chiquilla que vivía en casa de su madre e iba a la facultad a pensar en la declaración de la renta y en que me van a subir el alquiler. Todo eso ha estado como un runrún de fondo”.
“En la poesía hay que desquiciarse un poco: la contención puede llevar a lugares comunes”
Aunque, al tratar el abandono forzoso de la infancia, Limón está hablando de sí misma. La sevillana recuerda como “una de esas experiencias traumáticas vinculadas a lo femenino” la llegada precoz de la menstruación a su vida, un episodio al que regresa en Los bordes: “Con diez años limpiaba / la sangre entre mis piernas / y creía que los ratones / nacían de huevos”, escribe. “Es cruel decirle a una niña que ya es mujer porque le ha bajado la regla, es colocarla en un lugar que no le pertenece”, reflexiona Limón sobre una etapa que rememora con rabia, “porque, como tu cuerpo ya se ha desarrollado, empiezas a recibir acoso sexual por la calle, aunque seas una niña ingenua que no sabe aún nada. Puedes ser violentada como mujer, pero aún no puedes defenderte como tal. A mí esa historia me pesó”.
Limón parte de ese ese desagrado en un libro que se pregunta por “la presión estética, la idea de querer desprenderte de tu cuerpo, el daño que podemos infligirnos a nosotros mismos”, expone la escritora. “Cada mañana aplico aloe vera / hasta que la superficie queda rugosa / la hinchazón desaparece / y se revela lo quemado. / Entonces quito la piel, / observo la que nace / y pienso en mi madre. / En su voz que me dice / lo llevas todo al límite / y sigo tirando”, se lee en uno de los poemas.
En esta obra Limón se adscribe a un linaje de mujeres “educadas / bajo el lenguaje de los hombres”, que aguardan solas en las salas de espera y despiertan con “ruido en los riñones”. La autora albergaba “no tanto la idea de matar a la madre, sino de matar al mundo que ha puesto a mi madre en ciertas posiciones: persona encargada de los cuidados, persona vulnerable que carga y carga... Yo quería saber por qué las mujeres de mi familia estábamos tristes, pero más tarde comprendí que no se trataba de una maldición exclusiva de mi entorno: las mujeres estamos tristes, y enfadadas, por motivos estructurales”, lamenta Limón, que en otro poema celebra la unión como el antídoto contra ese desamparo: “Menos mal que permanecí pequeña / y ahora llamo a las amigas / para que alcancen los estantes”.
Limón fragua imágenes rotundas –“creo en la arcada / como un acercamiento a Dios. / No hay otro momento / en el que estemos / más limpios”– porque cree “que en la poesía hay que desquiciarse un poco. Si nos queremos contener todo el rato, corremos el peligro de caer en lugares comunes. La experiencia propia es lo que te distingue”, argumenta. “Nunca olvidaré algo que me comentó Javier Fernández en Ucopoética: que a veces podía ser hermética porque, como hablaba de cosas que me dolían, temía mostrarme y acababa encerrándome. Hoy intento evitar eso. Es verdad que me da pudor exponerme, pero la escritura te permite ciertas capas, das forma a una máscara. No es lo mismo poner un tuit con la primera idea destructiva que se te pasa por la cabeza que si coges ese pensamiento oscuro y empiezas a darle vueltas, a ver qué sale”.
La poeta, que imparte junto a Laura Rodríguez Díaz, quien firma el prólogo de Los bordes, talleres en la Biblioteca Infanta Elena, “la biblioteca a la que he ido siempre y a la que vincularía momentos importantes de mi vida”, defiende en sus clases que “el poeta es una persona normal, no es alguien elevado que debe escribir de temas sublime” y sostiene también que “la poesía social y política no es una categoría estética. Nosotras creemos que toda poesía es política y social, porque parte de un estar en el mundo”.
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