El canciller y la gallina
Ensayos | Crítica
Galaxia Gutenberg publica, en edición de Gonzalo Torné, los célebres Ensayos de Francis Bacon, muestra temprana de uno de los géneros literarios más propios de la era moderna
La ficha
Ensayos. Francis Bacon. Edición de Gonzalo Torné. Galaxia Gútenberg. Barcelona, 2023. 288 págs. 23 €
Sir Francis Bacon, lord canciller de la corona Estuardo, vizconde de St. Albans, barón de Verulam, fue también una de las grandes inteligencias barrocas en las que cristaliza, formalmente, el método inductivo, y cuya práctica le llevaría a una muerte desafortunada, según recoge Aubrey citando a Hobbes. Fue, pues, que el excanciller Bacon iba en un carruaje abierto con el doctor Whiterborne, médico del rey Jacobo, en dirección a Highgate, cuando se le ocurrió, a la vista de las calles nevadas, que acaso fuera posible conservar la carne de una gallina rellenándola con nieve. De seguidas, médico y filósofo se apearon del carruaje, mandaron vaciar un ave y procedieron con el experimento, a resultas del cual Bacon cogió un enfriamiento que lo llevó a la tumba en pocos días, demostrando, de paso, los peligros del método experimental.
Los Ensayos que hoy se presentan en edición de Gonzalo Torné son obra de un Bacon alejado de la corte, tras conocerse sus corruptelas como canciller. Es allí, en sus dominios de Gorhamberry, donde Bacon paseará y meditará en voz alta, acompañado de algún escriba (Hobbes fue el mejor de ellos, al decir de Bacon), de cuyas notas se extraerá este volumen, heteróclito y ligero, de sus ensayos, género que entonces se hallaba en sus inicios. Por una pereza muy extendida, es común atribuir a Montaigne este nuevo tipo de literatura, siendo lo cierto que se debe a un autor entonces muy conocido en Europa: fray Antonio de Guevara, cronista imperial, consejero del césar, obispo de Mondoñedo y discípulo de Pedro Mártir de Anglería. En su edición a las Epístolas familiares, escribe William Rosenthal: “A pesar de sus detractores y ciertos partidarios fanáticos, no se le ha podido negar el gran prestigio de ser el iniciador del género literario del ensayo moderno, anticipándose a Miguel de Montaigne (1533-92) en este honor”. Recordemos también que Montaigne acomete la apología del filósofo español Raimundo Sabunde después de que su padre le encareciera la necesidad de traducir su Liber creaturarum. Es en dicha Apología, de naturaleza escéptica, donde Montaigne abordará cuestiones que ya se encontraban en el Que nada se sabe (Toulouse, 1573), del médico español Francisco Sánchez. Cuestiones que fueron fruto de la lectura y difusión de Sexto Empírico y el Cicerón de las Cuestiones académicas, y cuyo escepticismo se trasmitirá, más tarde, tanto a la obra inductiva de Francis Bacon como a la filosofía de Descartes.
Yendo, pues, a este Bacon tardío de los Ensayos, es una particular atención a lo público, a su ordenación, al pliegue donde convergen la naturaleza y el hombre, lo que el lector encontrará más próximo a la mentalidad contemporánea. Recordemos que en el Discurso preliminar de la Enciclopedia de D'Alembert, es la clasificación de las ciencias del canciller Bacon, así como su sistema general del conocimiento, lo que Diderot y D'Alambert presentan como inspiración de su incipiente obra colectiva. Si en su Teoría del cielo Bacon se quejará retóricamente de las dificultades humanas para “sostener algo plausible”, en La sabiduría de los antiguos -o en su Nueva Atlántida- es un saber práctico, y en absoluto dubitativo, lo que el hombre de Estado aplica sobre el mundo. Es ahí donde Bacon se aparece como genio barroco, en tanto que impulsor y roturador de una realidad modificada y puesta en servicio del hombre.
Por contra, el Bacon de los Ensayos es un Bacon más tentativo y modesto. Si Harvey, según Aubrey, le atribuyó mirada de serpiente, también cabe adjudicarle a Bacon un pensamiento sinuoso, vale decir, serpentino, en las cuestiones que aquí aborda: la verdad, la muerte, la fortuna, las profecías, el imperio, las plantaciones coloniales, la religión, los jardines... En el ensayo “Sobre los viajes”, el lector encontrará el origen de una secular costumbre británica como el Grand Tour, que ahí encuentra su justificación y su comienzo. Pero no porque se desconociera el placer de viajar o la literatura de viajes (recordemos a Tafur, a Mandeville, a Einghen, a Montaigne), sino porque en Bacon encontramos una propedeútica, una precisa instrucción para el viajero. En esa observación pautada de otros paisajes, como en su conocida predilección por los jardines (uno de sus ensayos más largos), encontraremos los dos vectores de la ciencia y el proceder baconianos: a una inspección de la realidad, le seguirá una intervención sobre ella.
La mirada cenital
No es casualidad que Guevara, Montaigne y Bacon fueran políticos. Fray Antonio, consejero del césar Carlos; Montaigne, alcalde de Burdeos; Bacon, lord canciller del reino. La misma mirada que ordena el paisaje, que impone una perspectiva, que filtra la literatura y el mundo a través del yo del ensayista, es quien promueve un monstruo moderno: el Estado. Recordemos que es Hobbes, autor de Leviatán, quien traducirá al latín, y quien previamente transcribe, algunos de estos ensayos de Bacon. Esa es la obra distintiva del barroco: muy tempranamente, Guevara escribirá su Menosprecio de corte y alabanza de aldea para poetizar una necesidad de la corona, propia a aquel siglo, azotado por las guerras y la intemperancia climática: que los súbditos permanezcan en el terruño y no marchen a la urbe. Bacon, autor de una utopía en absoluto utópica, barajará hombres y recursos para ordenar, igual que su jardín de Gorhamberry, la población y la floresta inglesa. Montaigne es, acaso, el más modesto. Pero ha conocido la guerra y el odio religioso, y se adentra en su biblioteca, en su torreón familiar, como el único orden que le es dado al hombre.
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