Crímenes de sobra

VENENO PARA ESCRITORES | DE LIBROS

Nicola Lecca retrata el mundo editorial en ‘Veneno para escritores’, un universo donde el rencor, la inquina, la ambición y la envidia campan a sus anchas

El escritor italiano Nicola Lecca (Cagliari, 1976).
El escritor italiano Nicola Lecca (Cagliari, 1976). / D. S.
Luis Manuel Ruiz

21 de septiembre 2025 - 06:01

La ficha

'Veneno para escritores'. Nicola Lecca. Traducción de Patricia Orts. Siruela, 2025. 196 páginas, 17,95 euros

El título es ese servicial invento que permite a un autor avisar del contenido de su obra y del modo en que debe ser leída, y este de Nicola Lecca cumple sus funciones al menos en dos sentidos. Veneno para escritores, (Scrittori al veleno en el italiano original), nos revela, en un primer sopetón, que nos encontramos frente a una historia donde escritores envenenan o son envenenados, esto es, una trama de ambición y muerte dentro de la cual alguien va a servirse de sustancias, de origen natural o no, que al ser administradas pueden producir ese tipo de efectos de que se nutren las necrológicas, y también algo más. Veneno para escritores alude a otro tipo de toxina: igual de nociva, esta no necesita ser instilada, inyectada, triturada o ingerida por ninguna vía tópica, y sus efectos se dejan sentir de otro modo; es componente habitual en las venas y, sobre todo, la saliva de las gentes dedicadas al negocio de las letras, tiene como elementos químicos fundamentales el rencor, la inquina, la ambición y la envidia pura y simple, y, en fin, es el motor último del argumento, aunque no sé si de la acción en sentido estricto, de la presente novela.

Que la novela se etiquete como género negro no tiene mucha importancia, porque no se trata de una novela negra en realidad. La sinopsis así parece sugerirlo, como las coordenadas, los personajes y las cuatro piezas fundamentales del atrezo: un lugar alejado y de difícil acceso (en este caso una escuela de escritura situada entre montañas imbatibles), un círculo cerrado de sospechosos (los escritores del título), un enigmático asesinato, o asesinatos, que obligan a quien se les acerque a mirar en el fondo de las ollas (el veneno del título, de nuevo). Aparte de esto, las similitudes con la novela negra son escasas, tanto en buen como en mal sentido: deténgase quien requiera investigación, pistas, suspense genuino, detectives y demás parafernalia. Está claro que a Lecca le interesa otro tipo de producto, y que la estructura (es un decir) policíaca le brinda solamente el recipiente justo para un asalto, ingenioso y sutil a partes iguales, al mundo editorial de nuestros días, una selva poblada, según se trasluce de sus páginas, de arribistas, sinvergüenzas, papanatas y pobres almas cándidas.

Aquí es donde está la ponzoña de verdad. Articulado en torno al testimonio de Antonina Pistuddi, la única superviviente del envenenamiento múltiple de la residencia de Villa Soledad y su más que probable causante, el relato, con excursiones fugaces que nos acercan a personajes laterales como una presentadora de televisión, un mozo de recados y el primer ministro británico, se centra en la denuncia de las maldades del mundo de la edición. Con gracia innegable, Pistuddi declara que, aunque no haya asesinado a las cuatro víctimas, no lamenta en absoluto la desaparición de un poeta catapultado por las bobadas de Instagram, una advenediza cuya novela ha sido redactada por un negro, un profeta de la autoayuda convertido en superventas, una ladrona inmisericorde de ideas ajenas. Lecca se complace en la descripción de las fechorías de estas figuras lamentables, y se interroga, a través de su protagonista, cómo ellos y otros semejantes pueden colapsar un sistema de publicación y difusión que niega el acceso a las obras verdaderamente valiosas y que sofoca el talento en cuanto tiene un atisbo mínimo de su aparición. Como digo, esta excursión realmente vitriólica al mundo editorial poco o nada tiene que ver, pese a su envase, con lo policíaco: ni falta que le hace donde ya hay crímenes de sobra.

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