Todos los nombres de Dios | Crítica

Tosar, nuestro héroe cívico

Luis Tosar, en una imagen de 'Todos los nombres de dios'.

Luis Tosar, en una imagen de 'Todos los nombres de dios'.

No tiene mucha suerte Luis Tosar con sus últimos guiones comerciales (Código Emperador, Way Down, Fatum), todos por debajo de sus convincentes prestaciones para encarnar a personajes que van del ciudadano medio metido en problemas y dilemas morales al héroe cívico a su pesar, valga la redundancia.

El de esta Todos los nombres de Dios parece tener sólo una idea, y tampoco demasiado original (de El día de la bestia a Abre los ojos), que no es otra que situarlo, humilde taxista secuestrado por una célula terrorista del Daesh después de un atentado en Barajas, en mitad de la Gran Vía madrileña con un chaleco de explosivos amenazando con hacerle estallar en mil pedazos a los ojos del mundo.

Hasta llegar a ese tramo circense a cuatro pistas, siempre de las riendas automáticas de un Calparsoro (Hasta el cielo, Centauro, Cien años de perdón, El aviso) cada vez más mimetizado con los estándares y el look del cine de acción internacional y sus panorámicas circulares, la película desafía giro a giro toda lógica de verosimilitud para alcanzar un montaje paralelo de ínfulas melodramáticas entre el destino-bomba de nuestro empático protagonista, el operativo exprés de las fuerzas del orden, con una Inma Cuesta que definitivamente no nació para encarnar a una Comandante de la Guardia Civil, el paradero escurridizo del móvil-detonador y, en redoble de emociones de pacotilla, la desesperación de una esposa y un hijo deprimidos que se meten literalmente hasta la cocina desde donde se dirige la operación de rescate.