Dos mujeres | Crítica

Duelo de Catherines

Dos estrellas para dos estrellas. Dos mujeres, título castellano más que facilón para el original Sage-femme (comadrona), no se entiende sino en su capacidad para unir a dos de las mejores actrices francesas, Catherine Deneuve y Catherine Frot, y verlas en su particular duelo interpretativo a costa de dos personajes antagónicos destinados a entenderse en la adversidad: una partera cincuentona y agriada (Frot) y la que fuera amante de su padre tiempo atrás (Deneuve) tras su inesperada reaparición en escena con un cáncer terminal a cuestas.

La película del especialista en retratos femeninos Martin Provost (El vientre de Juliette, Violette, Séraphine) se despliega así distanciando, tensando y estrechando los vínculos emocionales entre estas dos mujeres, subrayando dos maneras muy distintas de entender la vida y, cómo no, reconciliándolas en un presente donde no queda ya demasiado espacio para los sentimientos nobles y verdaderos.

Por el camino, Dos mujeres habla también de las segundas oportunidades y la maternidad solitaria, abre la puerta al amor maduro y comunica generaciones sobre un retorno a la vida sencilla y natural que tiene más de mensaje feel-good para salir reconfortado de la sala que de discurso coherente y creíble.

Pero esta es una película, decíamos, para disfrutar de sus dos actrices y, si lo prefieren, para echarlas a pelear en su particular duelo de escuelas y matices: ahí donde los espectadores más veteranos tal vez verán como ganadora a la musa rubia y gélida de la nouvelle vague, otros sintonizamos mejor con la sutil antipatía y la mezquina autocensura del personaje que la Frot borda desde el primero hasta el último plano.  

Sería injusto no mencionar también la banda sonora original de Grégoire Hetzel, una de las más hermosas que hemos oído recientemente en una película. Lástima que no termine de interactuar con el relato a un nivel más profundo.