Desesperación en el umbral de la pobreza

Un evitable rótulo final nos alerta del gran dato social sobre el que se despliega esta película: casi la mitad de las familias monoparentales de nuestro país se encuentran en el umbral de la pobreza.

Ibon Cormenzana (La cima, Culpa, El bus de la vida) se propone ilustrárnoslo desde las maneras del melodrama materno-filial y a través de una caprichosa serie de planos-secuencia sin salir del piso donde una madre (Manuela Vellés, también co-guionista y productora) y su hija (Sofía Otero, la recordarán de 20.000 especies de abejas) viven el duro año posterior a la muerte del padre en un accidente.

Todo se cuece pues entre esas cuatro paredes del título y en las escenas con o sin visita (la antigua empleada, los suegros, el profesor de teatro, el nuevo amante, las asistentes sociales…) que jalonan el proceso de duelo y un paulatino descenso a los abismos de la desesperación y la depresión como consecuencia de las apreturas económicas, la falta de trabajo y el drástico cambio de vida mientras las metáforas se hacen demasiado explícitas (la pecera) y en el exterior resuenan Shakespeare y su Comedia de una noche de verano como horizonte de fuga para la más joven protagonista.

La caída se nos antoja muy precipitada y forzada en su pendiente, sin respiraderos, guiada además por una extraña suerte de sesgo improvisado en las escenas e interpretaciones, por lo general muy descontroladas. También el tono demasiado adulto de esa niña que aspira a ser el foco de resiliencia y el anclaje moral de una historia que Cormenzana se empeña en dinamitar a toda costa buscando la alarma aleccionadora rayana en el sensacionalismo.