Dante según Boccaccio

Breve elogio de Dante

Acantilado publica Breve elogio de Dante, una de las tres piezas biográficas que el escritor florentino dedicó a su paisano y autor de la Comedia a mediados del siglo XIV

Giovanni Boccaccio en un retrato idealizado de Andrea del Castagno. c. 1450
Giovanni Boccaccio en un retrato idealizado de Andrea del Castagno. c. 1450
Manuel Gregorio González

02 de marzo 2025 - 06:00

La ficha

Breve elogio de Dante. Giovanni Boccaccio. Trad. Marilena de Chiara. Acantilado. Barcelona, 2025. 104 págs. 12 €

En el breve monto de estas páginas, apenas un centenar, se encierran, no obstante, un buen número de problemas y soluciones relativos a la modernidad. La presente estampa de Dante Alighieri, compuesta por Boccaccio a mediados del siglo XIV, precede en un siglo a las célebres Vidas de Vasari; y prefigura, por tanto, de algún modo, la estructura biográfica que se hará común en el futuro para amonedar la figura de los artistas. La Vida de pintores flamencos de Van Mander, comenzado el XVII, es suficiente expresiva de ello. Dicho modelo, en cualquier caso, carece de una naturaleza autógena. Han debido de existir el Carlomagno de Eghinardo, o La leyenda dorada de Santiago de la Vorágine, vidas de reyes y de santos, para que tal formato precipite. Y antes de ellos, tanto las Vidas paralelas de Plutarco como las Vidas y opiniones de los filósofos ilustres de Diógenes Laercio. Precisamente, es esta presencia de lo antiguo, como vida mayor y molde imperecedero del hombre moderno, lo que Boccaccio reclama aquí a través de Dante. También lo ha hecho su coetáneo Petrarca, cuya ávida admiración por el mundo clásico es reiterada y manifiesta.

Boccaccio subraya que Dante expresará su admiración por el mundo antiguo en lengua vernácula

Burkhardt, en La cultura del Renacimiento en Italia, recuerda que Petrarca atesoraba un volumen de Homero que no podía leer por su desconocimiento del griego. Esta devota puerilidad da una medida fiable de la admiración que la Antichitá despertó en Italia, como aflujo mayor de aquel proceso conocido como Renacimiento. Las breves líneas que Boccaccio dedica a Giotto en el Decameron resumen, por otra parte, cierta aspiración platónica a la verdad y la belleza, por obra del “mejor pintor del mundo”. Esta recuperación del mundo antiguo Dante la ha expresado, no obstante, en su lengua vernácula; lo cual cabría vincularlo al mismo proceso de vulgarización donde se insertan el Cantar del Mío Cid y la General Estoria de Alfonso X el Sabio. “Gracias a él -Boccaccio se refiera a Dante- se ha demostrado la dignidad del idioma florentino; gracias a él todo elemento de la lengua vulgar está reglado según la métrica correspondiente; gracias a él se puede justamente decir que la poesía muerta ha resucitado”. Tal absorción de la paganidad a través del idioma propio no es, sin embargo, el único modo en que Boccaccio apelará a los antiguos. Una parte fundamental de esta biografía va destinada a denunciar el destierro que padeció Dante -los güelfos contra los gibelinos- como servidor del gobierno de Florencia. Y es en esta ejecutoria pública del poeta donde Boccaccio acudirá a un lugar común que extiende su influjo hasta el XVIII: la comparación de las repúblicas de la antigüedad, fundadas en la virtud, con el craso oportunismo de mundo moderno. Esto es, Boccaccio acudirá a un reiterado lugar común, la idea de declive, que a la vuelta idealiza a la Roma antigua. Esta misma idea, llena de una fuerte melancolía, la encontraremos en las cartas de su coetáneo Petrarca.

Recordemos, por otro lado, que esta ideoneidad o no del gobierno florentino, y el establecimiento de una comparativa con la antigüedad, es lo que encontraremos, tanto en la Historia de Florencia de Nicolás Maquiavelo (o en su celebérrimo El príncipe), como en el Diálogo sobre el gobierno de Florencia de Guicciardini, ambos ya a comienzos del siglo XVI. Lo que reclamará Boccaccio, en todo caso, apelando a Solón y a las virtudes de la antigüedad, es el regreso de los restos del poeta, así como el homenaje póstumo de su ciudad natal; no sin antes señalar -estamos ante una verdadera biografía-, sus altas virtudes y sus conocidos defectos: la altivez, el orgullo, la lujuria. Esta reclamación del mundo antiguo no debe conducirnos, por otro lado, al viejo error que contrapone la paganidad greco-latina a la Roma de la cristiandad. Como es sabido, mucha de la erudición antigua, acopiada en volúmenes de difícil acceso, es fruto de las inquietudes papales, cuyos nombres más relevantes acaso sean Nicolás V y Pío II, Eneas Silvio Picolomini, erudito y humanista él mismo; pero que cabe extender a muchos otros, por ejemplo, a León X, quien nombrará a Rafael custodio de las antigüedades romanas. En tal sentido, la obra de Dante reseñada por Boccacio es el compendio simbiótico de ambos mundos, como recuerda el propio autor de la semblanza. Una semblanza espiritual, política y humana, donde no faltará tampoco la descripción física del poeta. Boccaccio, que ya ha resaltado la fealdad del Giotto en su Decameron, contrapuesta a su formidable dominio de la belleza clásica, hace aquí una descripción, en absoluto idealizada, de su paisano: “Su rostro era largo y la nariz aquilina, los ojos más bien grandes, las mandíbulas amplias y el labio superior sobresalía por encima del inferior”. Antes, Boccaccio ha escrito: “Nuestro poeta era de estatura mediocre”. Y aún antes, ha resumido la naturaleza de su novedad, después de equipararlo a Homero y a Virgilio: “Dante mostró con eficacia que cualquier materia elevada puede tratarse en nuestra lengua vulgar, que él volvió más gloriosa que cualquier otra”.

Entre esas materias cualquieras que ennobleció Dante, Boccacio ha encontrado una que definirá, radicalmente, el mundo moderno. Su materia será el hombre: el hombre del Renacimiento, su robusta imparidad, su fragilidad constitutiva, ambas consignadas conjuntamente en este Dante que micer Giovanni elogia con brevedad y justicia.

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