De director de cruceros a domador de los egos del reparto
Cuando se habla del Circo del Sol se suele poner el acento en la composición internacional de la compañía. No falta razón. Los integrantes del reparto y el equipo técnico representan a 28 países, sólo 20 si se tiene en cuenta a los intérpretes. Alemania, Argentina, Armenia, Australia, Bielorrusia, Bélgica, Brasil, Canadá, China, Eslovaquia, Estados Unidos, Francia, Irlanda, Italia, Japón, Kazajstán, Países Bajos, Polonia, Portugal, Reino Unido, Rumanía, Rusia, Singapur, Suecia, Ucrania, Uzbekistán y España tienen en esta ONU del espectáculo al menos un compatriota. Y aunque normalmente se oye hablar en inglés y francés en las carpas y pasillos, no es raro atender en el comedor o en la lavandería a una animada charla en ruso, italiano o portugués. ¿Cómo se gobierna un equipo con semejante disparidad de idiomas, tradiciones, orígenes? El mando lo lleva el canadiense Bruce Mather (Toronto, 1959), cuya empatía, físico y caracter lo convertirían en un magnífico personaje en la escena si no fuera porque su lugar está fuera de los focos.
Su historia personal tiene mucho de la disparatada magia con la que está hecha la vida de los artistas del Circo del Sol. "En 1988 llegué a Barcelona para cuatro días de vacaciones y al final me instalé allí", fascinado por una ciudad "bellísima llena de teatros, como en la Belle Èpoque", comenta. Después de diferentes aventuras, fichó como director de cruceros, o lo que es lo mismo, como capitán de una pequeña urbe en el océano con parada en los puertos de todo el planeta. De esa década en continuo contacto con gentes de todo el mundo, tanto en la tripulación como en el pasaje, le queda una enorme capacidad comunicativa, que aplica a diario como jefe de la gira internacional de Corteo. "Al menos, si hay viento fuera, el público no vomita", bromea Mather recordando el sinfín de anécdotas que jalonan su etapa profesional en alta mar.
Desde hace casi tres años pisa a diario tierra firme, aunque su vida continúa en itinerancia. Su labor como director artístico de la gira es ser "los ojos y los oídos" del espectáculo, por lo que, aparte de ver en directo cada función, visiona cada día el show para medir el pulso del público ante cada número acrobático. Su responsabilidad, no en vano, es que Corteo alcance los estándares de calidad que la compañía de Quebec exige cada que vez que su marca aparece en algún rincón del planeta."
Además de la parte técnica, su tarea tiene mucho de psicólogo; incluso, reconoce, "de padre y madre de los más jóvenes". Una especie de domador de los egos de cada uno de los integrantes del reparto: algunos de ellos procedentes del mundo del circo tradicional, otros del deporte de alta competición y otros del espectáculo teatral.
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