Pasiones fluidas, géneros mutantes

El Jockey | Crítica

Úrsula Corberó y Nahuel Pérez Biscayart en una imagen del filme.

La ficha

*** 'El Jockey'. Comedia, Argentina-España-, 2024, 97 min. Dirección: Luis Ortega. Guion: Luis Ortega, Fabián Casas, Rodolfo Palacios. Fotografía: Timo Salminen. Música: Sune Wagner. Intérpretes: Nahuel Pérez Biscayart, Úrsula Corberó, Daniel Giménez Cacho, Mariana de Girolamo, Daniel Fanego, Osmar Núñez.

En algún lugar indeterminado entre Bresson, Kaurismäki, Lynch y Anderson (Wes), el nuevo largo del argentino Luis Ortega tras el éxito crítico y popular de El Ángel juega en esa particular división de la iconoclastia y el absurdo para tiempos de indefinición y fluidez genéricas, tanto en lo que respecta a su colorista, cambiante y musical superficie formal, como a esa otra que define a sus personajes-modelo siempre en tránsito de una condición a otra.

Una cinefilia transversal y autoconsciente atraviesa así a un artefacto fílmico no identificado que busca sus raíces en lo ya visto y oído, a saber, en una escritura eminentemente posmoderna que abraza el cine como artificio, juego y trampantojo para proponerse como indeterminada metáfora sobre estos tiempos donde los viejos roles de lo masculino y lo femenino ya no sirven para designar a la familia, la realidad o su futuro inmediato.

El universo, la tipología singular y la iconografía del mundo de las carreras de caballos sirve de marco para la excentricidad de unos personajes salidos del imaginario del cómic que cobran ahora vida surreal y periplo semi-fantástico entre carreras a toda velocidad, pistolas que se encasquillan, huidas, paseos por el techo, bebés recién nacidos, números musicales y coreográficos de antología (con Úrsula Corberó de pareja de baile) y un trayecto de ida y vuelta iluminado y coloreado por la paleta de Timo Salminen (habitual DP de Kaurismäki) y las canciones de Palito Ortega (padre del cineasta), Piero, Sandro o el mismísimo Nino Bravo.

Ortega busca y encuentra soluciones originales a cada nuevo reto y en cada nuevo giro de un relato atravesado por el romanticismo desaforado y el homenaje a los clásicos del noir moderno (con El padrino al frente) donde un extraordinario y camaleónico Nahuel Pérez Biscayart se entrega una vez más al transformismo y el disfraz como cuerpo moldeable y mutante (de Remo a Dolores) a través del cual pasa toda la sustancia, cualquiera que esta sea, de un filme que tal vez se mira demasiado el ombligo de su inventiva sin capacidad para ir mucho más allá de sus hallazgos.

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