Cultura

"La historia de los vencedores no tiene por qué durar siempre"

  • Almudena Grandes cierra las jornadas 'Literatura y Guerra Civil' de Cajasol

  • En septiembre publicará 'Los pacientes del doctor García', cuarta entrega de sus 'Episodios' sobre la posguerra

La escritora Almudena Grandes (Madrid, 1960), ayer en la sede de la Fundación Cajasol.

La escritora Almudena Grandes (Madrid, 1960), ayer en la sede de la Fundación Cajasol. / josé ángel garcía

¿Otra novela sobre la Guerra Civil? Era una pregunta, una "queja", muy habitual hace diez años, cuando Almudena Grandes realizó su primer "abordaje frontal" del tema, en El corazón helado. Hoy, en cambio, dice la escritora, esa impugnación se escucha mucho menos, señal de que "ese gran conflicto sigue de alguna forma planeando sobre la democracia española" y muchas de sus ramificaciones "llenan a diario las portadas de los periódicos".

La autora madrileña, entregada desde 2010 a un ambicioso ciclo de novelas sobre la posguerra cuyo cuarto volumen, Los pacientes del doctor García, verá la luz en septiembre, cerró ayer las jornadas Letras en Sevilla. Literatura y Guerra Civil, que desde el lunes ha reunido en la Fundación Cajasol a Juan Pablo Fusi, Ian Gibson, Sento Llobell y Arturo Pérez-Reverte. Este último desveló, por cierto, que la próxima y segunda edición de las jornadas, en otoño, girará en torno a Chaves Nogales. Una tragedia española.

Los republicanos aparecen siempre como víctimas o asesinos, pero nunca como héroes"

Por la mañana, antes de su conferencia ante un abarrotado auditorio, Grandes adelantó sus reflexiones sobre la cuestión. Para empezar, dijo la autora de Inés y la alegría, El lector de Julio Verne y Las tres bodas de Manolita (los tres Episodios de una guerra interminable publicados hasta la fecha de ese proyecto de adscripción galdosiana), "se ha forjado un relato de lo que ocurrió en este país que gira alrededor de la equidistancia". Y el problema es que dicha versión, al establecer que "los dos bandos hicieron cosas horribles" y por tanto, en el fondo, "eran iguales" al menos en ese aspecto, viene a dar "la razón a quienes sostienen que la guerra fue inevitable" y, en consecuencia, "no fue culpa de nadie".

Grandes rechaza esa "especie de consenso" que ha sido alimentado por gran parte de la literatura nacional -de influjo tal vez más "poderoso" de lo que el lector pesimista de hoy pueda imaginar- y asimilado y reforzado por las instituciones, formando una "perfecta simbiosis". De tal modo que se ha impuesto una "correción política" no siempre evidente; 40 años de dictadura, afirmó, dieron para mucho, por ejemplo para "moldear la conciencia de los españoles", simpatizantes del franquismo o todo lo contrario. Ese "patrón" más o menos consensuado tácitamente dicta que los republicanos, por ejemplo, "pueden ser o víctimas o asesinos, pero no héroes", mientras que los franquistas pueden ser también víctimas o asesinos, además de "outsiders" ante los que uno, si no muestra comprensión y compasión, se señala de inmediato como intransigente; "gente que pasaba por ahí y cayó en ese bando aunque no les gustaran los fascistas". Esta figura outsider, dijo, rara vez es republicana.

Grandes tiene otro reproche hacia esta "doctrina" institucionalizada sobre el conflicto fratricida: este relato "extermina una clase social que existió y fue muy potente: la burguesía republicana". "En la inmensa mayoría de las series, las películas y los libros sobre la guerra, los republicanos son siempre pobrecitos que viven en los pueblos y han sido engañados, que tienen un rencor de clase lógico contra los señoritos pero en realidad no saben mucho, no tienen una verdadera conciencia política y hay que perdonarlos porque son unos incultos. Cuando en realidad el origen del republicanismo español se debió al empuje de una burguesía progresista que no apareció en 1931, sino mucho antes, durante todo el XIX, y fue la misma que impulsó por ejemplo la Institución Libre de Enseñanza. Todo eso ha desaparecido del relato, sólo quedan las víctimas. A mí me parece injusto. Y es mentira".

Un caso paradigmático de esa "corrección política" para ella es Días de llamas, de Juan Iturralde, aparecida en 1979, hoy caída en el olvido pero entonces "muy influyente". Ese libro contaba la historia de un juez, republicano de clase acomodada e ideas moderadas, lejos del desarrapado fuera de sí o merecedor de condescendencia, que durante unos disturbios es apresado por dos de esta último tipo, unos anarquistas que lo acaban torturando en una checa, mostrando así "el horror de la retaguardia republicana desde dentro". "Que no digo que no existiera", aclaró. Pero los hechos en la novela no se ajustan a lo que pasó, dijo, pues "para la fecha en que transcurre, 1937, las Juntas de Defensa republicanas habían clausurado las checas". "Pero, en lo que se refiere a la literatura de la guerra, hay demasiados dogmas de fe, demasiados libros que no se pueden cuestionar sin que parezca que se es o un fascista o un estalinista", lamentó.

Otro vicio de la ultracorrección, y "ésta es una de las cosas que menos me gustan de otros escritores, pero ya digo que no voy a dar nombres", advirtió, es la operación de "importar los valores de hoy a 1936, sin anestesia". "Y ocurre que en aquella época era todo completamente distinto: los valores, la gente, la realidad". Como ejemplos de lo contrario, de obras rigurosas, honestas -desde su republicanismo en casi todos los casos- y literariamente seductoras, citó El laberinto mágico de Max Aub, las memorias de Carlos Morla Lynch y Constancia de la Mora y La velada en Benicarló de Manuel Azaña, que "se debería leer en los institutos", una obra sobre "la exasperante dificultad que supuso para los republicanos demócratas, no marxistas ni revolucionarios, permanecer leales a la República".

Un último "mito" irritante para Grandes: la Historia inamovible. "Que la escriben los vencedores es obvio. Pero la historia de los vencedores no tiene por qué durar siempre. En muchos países de Europa no duró. Los húngaros, por ejemplo, cuando se constituyeron como una democracia, eligieron a quiénes se querían parecer, y dio la casualidad de que quisieron parecerse a los perdedores. A los revolucionarios del 56 les pasaron por encima los tanques soviéticos. Pero Budapest está hoy llena de estatuas a esos perdedores".

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