Katya Adaui, escritora: "El ocio está mal visto"
Libros
La autora peruana, afincada en Buenos Aires y Premio Nacional de Literatura de Perú, publica 'Un nombre para tu isla', un conjunto de relatos en el que se reflexiona acerca de los afectos, la amistad y el amor
La editorial Páginas de Espuma publica Un nombre para tu isla, una recopilación de cuentos de la escritora peruana Katya Adaui (Lima, 1977). En estos relatos, la autora reflexiona acerca de los afectos, del amor, de la amistad, de la conversación con el otro, de nuestra relación con el prójimo. Y todo ello desde el contexto de unas vacaciones, de lo festivo, de la playa.
Adaui, profesora en la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires, también nos relata la situación que hoy día vive la universidad pública en Argentina y nos recomienda una serie de nombres imprescindibles para conocer qué se está escribiendo en su Perú natal y en Hispanoamérica.
Pregunta.-En estos cuentos de Un nombre para tu isla deduzco que usted entiende la literatura como un puente que nos conecta –a nosotros, las islas-.
Respuesta.-Siempre. Siempre escribo para dialogar con otras personas, para pensar otras vidas posibles, para incomodar, para que haya cuestionamientos de ciertas cosas –el afecto, el amor, la amistad, la paternidad-. Me interesa mucho la gente. Y la gente que conversa me interesa más. Y la que escucha.
P.-Es interesante sobre todo la que escucha.
R.-Todo es oído. Cuando escribo me interesa la mirada, pero a mí esta vez [en Un nombre para tu isla] me interesaba mucho el oído. Creo que es el libro de la escucha. Se hace más énfasis en el sentido del oído que en el de la vista.
P.-Parece que en los protagonistas de estos relatos no hay ese puente que antes hablábamos. En estos personajes, intuyo, predomina una especie de falta de comunicación hacia su entorno.
R.-Creo que más bien han sido malentendidos. Pero ellos sí quieren conversar y quieren ser escuchados. Lo que pasa es que dialogar siempre es una imposibilidad. Siempre hay que hacerse una traducción, aunque sea en la propia lengua. Siempre es ese fotógrafo que llega un poquito tarde a la foto, ¿sabes? La gente de mis cuentos es gente tildada, que es una palabra que me gusta mucho y que viene de Argentina. Es una palabra que se usa para decir, por ejemplo, que te quedaste afectado por un exceso. Mis personajes están afectados por un exceso de luz interior. Son personajes que se vieron mucho a sí mismos, por dentro, y necesitan conversar con un otro. Pero les importa conversar. Se van de sus escenas dialogando, no tirando puerta. Eso me parecía bonito.
P.-¿Por qué este conjunto de relatos se centra en contextos relacionados con las vacaciones y los aviones?
R.-Porque el ocio es a lo que más aspiramos. Nos parece un lujo, y sin embargo es un derecho. Hemos perdido ese estado contemplativo del ocio: mirar por la ventana, salir al jardín. Y vamos perdiendo, al menos en mis países, Argentina y Perú, el espacio público. Quería rendir homenaje a esa búsqueda que tenemos por lo público, por la playa –en mi país se han privatizado las playas-.
P.-¿Vivimos en un tiempo de exceso de ocio?
R.-No: todo lo contrario. Nos quejamos de que el día tiene pocas horas para trabajar. Pensamos: si el día tuviese 25 horas, completaría mis pendientes. El ocio está mal visto. Por ejemplo: ay, esta chica que se la pasa leyendo, o esta chica que se la pasa escribiendo. Si yo no tengo tiempo ocio, yo no puedo escribir, porque necesitamos tiempo para pensar. Tiempo para quedarnos. Yo defiendo esta cosa antisistema de quedarse y conversar. Tú por ejemplo has venido con tus preguntas escritas a mano. Con esa vejez. Con un reloj analógico, como el mío. Todavía hay un tiempo pausado que defendemos. A mí eso me enternece. ¿Para qué quiero yo recibir el correo electrónico en el reloj, en la mano? ¿Para qué quiero que la mano me dé órdenes? Para mí la mano es lo manual, del tocar, del escribir. Creo que hay muy poco ocio y hay más obligación de llenar las horas con cosas y con trabajo.
P.-Esa dinámica en la que vivimos, de la constante producción.
R.-¡De producción, sí! De hecho, ya es un lenguaje que escucho en los talleres de escritura: “Hoy no produje nada”. Y yo digo: “No, cariño, no eres una fábrica. Calma”.
P.-Hay un relato que me ha dejado un tanto perplejo. No he sabido muy bien descifrarlo. Me refiero al cuento en el que un niño es protagonista.
R.-Son siete cuentos en el libro. Todos ellos con la idea del desplazamiento. Yo lo pensé como un despegue, en medio una turbulencia, y al final una especie de aterrizaje. El cuento del medio fue una incomodad: hay un niño sin padre y un padre sin niño. A partir de una imagen que vi en una playa, empecé a escribir este cuento de un niño que estaba y no estaba perdido. Es una escritura que tiene un velo y a su vez revela algo. Sé de lo que trata, pero no quiero decirlo. Para no romper el pacto con quien lo lee. En definitiva, es esto: un muchacho que se hará cargo de un hijo que no es suyo y que piensa que eso le ha pasado por mentiroso.
P.-Las vacaciones se asocian a lo festivo, a lo luminoso, al placer. Pero en estos cuentos ese tiempo se describe sombrío, inquietante, gris. Me recuerda a esos versos de Rilke que dicen: “La belleza no es nada sino el principio de lo terrible”.
R.-Cuando escribimos el mundo está en un estado positivista de la existencia o en un estado negativo de la existencia. Lo único que podemos hacer es invertir ese mundo, darle la vuelta. Para que las cosas cambien. Me encanta ese instante en el que todo está a punto de irse al diablo. Por ejemplo: la promesa que está a punto de ser quebrada por una amenaza. Sobre ese instante yo quiero escribir. El terror que amenaza. Pero nunca el horror gratuito. Las vacaciones se prestan a ello. Pienso en esos padres que van a Florida, a Disney, y al hijo le ocurre algo terrible. Los padres piensan: “¡Pero eran nuestras vacaciones, eran Disney! ¡Qué podía salir mal!” Lo mismo en la escritura.
P.-Hablando de mares, vacaciones, islas, puentes. ¿Qué podemos hacer para no hundirnos?
R.-Mira, nosotros no podemos cambiar el mundo, ni escribiendo ni leyendo. Pero sí podemos algo por defender la alegría. Me parece nuestro reducto. Nuestro yo inviolable. Apreciar la alegría de las cosas simples. Cuidar a nuestros niños, a nuestros amigos, nuestros viejos. Nuestro radio de acción es pequeñito; pero si sabemos hacer eso, ya es un montón.
P.-Usted da clases en la Universidad Nacional de las Artes, en Buenos Aires. Siguiendo el curso de las políticas de Milei: ¿piensa que se privatizará la universidad pública?
R.-No. Nadie lo va a permitir. Yo vengo de un país [Perú] donde eso ha ocurrido, y cada vez más. Es una política que lo único que consigue es hacer mediocre a la universidad.
P.-Una pregunta recurrente, al hilo del título de este libro: ¿qué se llevaría usted a una isla desierta?
R.-Ahí empiezo a dudar… Primero porque no hay islas desiertas. Además, yo no quiero islas. A mí me interesa viajar donde tengo gente. Gente que quiero conocer o gente muy querida en mi corazón. La isla desierta no me interesa nada.
P.-Y respecto de esa gente que usted quiere, de esos autores o autoras que admira y que no conocemos, o leemos habitualmente, en España. Recomiéndeme.
R.-Te digo: de mi tierra está Dina Ananco, Cronwell Jara, Joseph Zárate, Victoria Guerrero, Jhemy Tineo Mulatillo, Ulises Gutiérrez o Fernanda Trías.
P.-¿Cuál es su puente? ¿Cuál es el puente de Katya Adaui?
R.-Mi puente es el diálogo. No rechazar a alguien porque piensa diferente que yo.
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