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Los chicos buenos
Feria del Libro de Sevilla
El otoño por fin llegó. Y de sopetón. En lugar de hojas caídas, lo que ha traído son ramas y árboles caídos sobre calles y coches aparcados. La borrasca Bernard trajo consigo un viento furioso que arrambló con todo. En lo particular, el ventarrón también me ha arrojado encima todos los libros de Luis Landero que, con desacostumbrado orden, he leído a lo largo de todos estos años. O sea, desde Juegos de la edad tardía (1989) hasta Una historia ridícula (2022).
Dicho de otro modo, es todo lo que va del Premio Nacional de Narrativa, obtenido por Juegos, hasta el Premio Nacional de las Letras, concedido el pasado año. Esta última presea le fue otorgada, según el Ministerio de Cultura, por ser Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 74 años) un "creador de numerosas ficciones con personajes y atmósferas de gran expresividad y excelente escritura que recupera la tradición cervantina con dominio del humor y la ironía e incorpora con brillantez el papel de la imaginación". Sea, que diría el propio Cervantes. Porque esto mismo es lo que nos ofrece la literatura en clave landeriana. Vidas de personajes teñidas por el fracaso, la ternura, la compasión, el humor agridulce, la fantasía, el caos, la ensoñación, la desdicha, el reconcomio y la redención. El resto es cosa del absurdo, la quimera y el azar rocambolesco.
Todos forman como un Monte de Piedad para la ficción. Piensa uno en el Gregorio Olías de Juegos. Piensa en el Matías Moro de El mágico aprendiz (1999). Piensa en el dueto Dámaso Méndez y Tomás Montejo de Hoy, Júpiter (2007). Piensa en el Lino de Absolución (2012). Piensa en el Hugo Bayo de La vida negociable (2017). Y piensa, más coralmente, en las vidas fascinantemente cotidianas que una voz anónima cita y arrejunta en Caballeros de fortuna (1994), o en las hermanas que acuden a la llamada de Gabriel para limar rencores del pasado (Lluvia fina, 2019). Los personajes de Landero son como un "hatajo de infelices", como dice Domingo Rodenas de Moya. Buscan el indulto de unas quimeras imposibles de ser cumplidas. Lo cotidiano, ese espectáculo, crea su propia urdimbre, hasta que salta la chispa fantasiosa y aparecen la complicación y la absurdez más delirante. El lector sonríe y se apena a la vez.
Hay otros libros con retazos autobiográficos, pero comedidos. Ocurre con El guitarrista (2002) y con el no muy citado Entre líneas: el cuento o la vida (2001). El Landero más memorialista sí asoma a las claras en El balcón de invierno (2014) y en El huerto de Emerson (2021). En ambas el autor regresa a la ubre de sus orígenes en un pueblo de Extremadura, donde la raya de Portugal (el nombre de Alburquerque, la primera vez que lo escuché, me remitió sin saber por qué al norte de África y a algún que otro bastión disputado por Rommel y Montgomery durante la Segunda Guerra Mundial).
La Feria del Libro de Sevilla se abre hoy (a las 20:00, en la Plaza de San Francisco) con la charla que el periodista Jesús Vigorra mantendrá con el gran fabulador de lo cotidiano: Luis Landero. Conversarán sobre el papel del escritor en la sociedad actual. Nos adelanta el invitado vía email que hoy por hoy el escritor ha perdido la autoridad moral que pudo tener en el pasado y que cualquiera puede ejercer de "intelectual" a través de las redes sociales (las redes cloacales, si se prefiere).
Landero regresa, pues, a Sevilla. O lo que es lo mismo: Faroni, el gran Faroni, vuelve a Sevilla. Me explico. Servidor decidió poner este nombre, Faroni, al suplemento cultural que a finales de los noventa coordiné para un periódico de rocambolescos recuerdos (diría que muy landerianos). Era Sevilla Información. Acababa de leer Juegos de la edad tardía, donde aparece el tal Faroni, supuesto poeta de fama mundial y trasunto, en la ficción, de un pobre hombre común y corriente llamado en verdad Gregorio Olías, al que el enredo y la farsa acaban atropellando hasta la angustia. Pedí permiso a su creador para poner Faroni al modesto suplemento. Fueron incontables las veces que tuve que explicar de dónde venía el nombre. Entre colegas me cayó el mote de Faroni. Incluso conocí, pero en la vida real, al presidente del llamado Círculo Cultural Faroni, con quien acabé en una Feria de Abril de aquella manera, dando vivas por igual a la caseta exclusiva de Pineda y a la mítica Pecera del Partido Comunista.
Desde entonces, luego con la revista cultural Mercurio y hasta este mismo diario, el paso del tiempo, con sus luces y sus escombros, ha fluido en parte para mí a través de las obras de Luis Landero. Y esto, en este mundo rápido y funesto que nos hace ingratos, creo que es digno de agradecimiento.
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