Leygonier, la imagen del asombro
Arte
El Bellas Artes de Sevilla dedica una muestra a un pionero de la fotografía que retrató los encantos del sur y dialogó con las innovaciones de su tiempo.
El sabor del makgeolli

“Retratos fotográficos –sobre metal, papel y cristal, en negro y con colores, por don Francisco Leygonier, conocido por lo sobresaliente de sus obras heliográficas, premiado en la Exposición de Burdeos de 1842 y en la de Sevilla de 1849, avisa que su galería está abierta todos los días desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde, y los de fiesta solo hasta las cuatro, en la antigua calle de la Cantimplora, hoy calle Imperial nº8”, rezaba un anuncio publicado el 1 de julio de 1851 en el periódico El Porvenir, un texto que se repetiría casi idéntico en octubre en el diario La Paz, y que concluía señalando las virtudes de un profesional dispuesto a contagiar al público su curiosidad por las nuevas técnicas: “El artista, además de heliografía, o sea el arte de reproducir la naturaleza por medio de la luz, enseña a dorar y platear por la electricidad, método tan curioso como sencillo, pues cualquiera con una lección puede dorar o platear toda clase de metal”.
El Museo de Bellas Artes de Sevilla acoge hasta el 8 de junio Leygonier. El primero de los fotógrafos sevillanos, una muestra comisariada por los coleccionistas e investigadores Juan Antonio Fernández Rivero y María Teresa García Ballesteros que revela, a través de 81 obras, la audacia de un visionario atento a las innovaciones que retrató su entorno en calotipos –un método que el autor introduciría en España–, daguerrotipos y papeles a la albúmina.
Leygonier, Luis Masson –a quien ya dedicó una exposición el Bellas Artes hispalense en 2021– y Emilio Beauchy, como destaca la directora del museo Valme Muñoz, formaron un “triunvirato” que “no solo contribuyó a la técnica fotográfica, sino que también capturó la esencia de la vida y la cultura de su tiempo”, y cuyas imágenes destacan además de por su valor artístico por ser “documentos históricos” que “nos permiten entender mejor” su época.
Francisco Leygonier (Sevilla, 1808-1882) divulgó los encantos de su ciudad natal en los retratos de paisajes y escenarios, como si concentrara en sus obras las esencias del sur que admiraban los primeros turistas. La imponente silueta de la Catedral y la Giralda, los soberbios patios y jardines del Alcázar, las vistas que se contemplan desde el río inspiran al fotógrafo, que se ocupa también de rincones condenados a la desaparición como el convento de San Francisco, ubicado en la Plaza Nueva, y que inmortaliza en su derribo. El mecenazgo de Antonio de Orleans, duque de Montpensier, está detrás de numerosos reportajes, como el de la ermita de la Virgen de Valme o la caseta de feria del noble.
Las piezas que recoge la exposición incluyen las reproducciones que el sevillano hizo de obras de arte: un San Antonio de Padua o una Multiplicación de panes y peces de Murillo, así como algunas escenas costumbristas que plasmaron pintores como Manuel Cabral Aguado-Bejarano (Procesión del Viernes Santo en Sevilla) o Manuel Barrón (Combate de unos ladrones con la Guardia Civil). Pero la fascinación por los monumentos lleva a Leygonier también a Córdoba y Granada: su producción se detendrá en la grandeza de la Mezquita y la Alhambra, y también firmará llamativas estampas de las armas de Boabdil, “llamado el Rey Chico de Granada”.
Leygonier. El primero de los fotógrafos sevillanos adentra al público en las claves de un arte que descubría su enorme potencial. Los paneles explican que el daguerrotipo era “una imagen sobre una placa de cobre recubierta de plata, que debía protegerse de forma hermética, un producto único y bastante caro, pero de un efecto sorprendente, sobre todo en los retratos. El calotipo en cambio fue el primer procedimiento negativo/positivo que permitió múltiples reproducciones. Desarrollado paralelamente al daguerrotipo, presentaba en sus primeros momentos algunas imperfecciones, dado que utilizaba papel como soporte del negativo, y si bien no podía competir con el daguerrotipo en los retratos, funcionaba muy bien para la toma de vistas y paisajes”.
El catálogo publicado con motivo de la exposición revela la apasionante biografía de Leygonier, nacido en Sevilla pero formado en un castillo francés, que desempeñó durante 18 años el oficio de marino y que fue herido de bala en la Revolución de Julio de 1830. En 1842, un periódico de Zaragoza da cuenta de los prodigios que conseguía con los daguerrotipos. No es hasta 1845, con 33 años, cuando se instala en Sevilla. Es un hombre maduro, pero tiene un alma joven dispuesta a experimentar y a desafiarse, como demostró durante décadas en su estudio sevillano.
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