La revolución futurista

Marinetti. Retrato de un revolucionario | Crítica

Maurizio Serra aborda la controvertida figura de Marinetti, creador de la primera vanguardia, en el contexto político e intelectual de una Europa obsesionada por la decadencia

La revolución futurista
Filippo Tommaso Marinetti (Alejandría, 1876-Bellagio, 1944) en su estudio, hacia 1930.

La ficha

Maurizio Serra. Traducción de Ester Quirós. Prólogo de Juan Bonilla. Fórcola. Madrid, 2021. 320 páginas. 26,50 euros

Sin excesiva injusticia, como habría dicho Borges, la figura y la obra de Marinetti han quedado relegadas al desván donde reposan muchos de los innovadores que quisieron abolir el pasado y hoy lo habitan como paradójicas antiguallas, pero ni los libros de historia ni los manuales de literatura pueden pasar por alto que el cantor de la velocidad y la belleza de las máquinas inauguró la era de las vanguardias –el primer manifiesto futurista data de febrero de 1909, mucho antes de las veladas del Cabaret Voltaire y de la eclosión del surrealismo– que marcaría el siglo XX y cuyo programa de demolición radical dejó un rastro ineludible tanto en las artes como en la política, no en vano preludió o acompañó el tiempo de las revoluciones y las dos guerras mundiales. Al margen de las anécdotas pintorescas y de su afán provocador, Marinetti fue un poeta y narrador de segundo orden que demostró su verdadero talento en el manejo de la propaganda, y fue en ese terreno, el de la publicidad, las acciones y las consignas epatantes, donde ejerció un influjo extraordinario. Los famosos eslóganes, sin embargo, no deben ocultar la complejidad del personaje y de su movimiento, abordados por Maurizio Serra en tres ensayos que se toman, como dice en su prólogo Juan Bonilla, al vanguardista en serio.

Maurizio Serra (Londres, 1955) es diplomático y escritor italiano.
Maurizio Serra (Londres, 1955) es diplomático y escritor italiano.
El excéntrico padre del futurismo no fue ajeno al espíritu de su época

Autor de dos espléndidas biografías, Malaparte, vidas y leyendas (Tusquets, 2012) y La antivida de Italo Svevo (Fórcola, 2017), dedicadas a escritores y personajes muy distintos o incluso antagónicos, el uno aventurero, seductor y excesivo, el otro manso, pusilánime y acomodaticio, Serra ha publicado una tercera, aún no traducida entre nosotros, sobre el magnífico D'Annunzio, que conforman una suerte de trilogía escrita en francés donde el autor italiano, nacido en Londres y diplomático de carrera, muestra su admirable familiaridad con las literaturas europeas de la primera mitad del siglo XX. Los tres acercamientos recogidos en Marinetti et la révolution futuriste no ofrecen un "retrato" tan completo y acabado como los de Malaparte o Svevo, pero aportan claves importantes para entender aspectos específicos y sobre todo prueban que el excéntrico padre del futurismo no fue en absoluto ajeno, en lo bueno y en lo malo, al espíritu de su época. En el primero de ellos, "Sobre los modernos bárbaros", Serra apunta a la idea de decadencia, tan extendida a comienzos de la centuria, como desencadenante del proyecto de "regeneración estético-política" que –influido por Nietzsche, Huysmans o el mismo D'Annunzio, autores frecuentados por el fundador en su prehistoria simbolista– representó el futurismo italiano. La relación entre el nuevo credo y el estrepitoso naufragio del "mundo de ayer" es abordada en el segundo, "Marinetti, la Gran Guerra y la revuelta futurista", que dedica páginas muy lúcidas a la ideología del ismo y aporta en apéndice dos textos hasta ahora inéditos, la interesante semblanza Estado de ánimo de F.T. Marinetti (1946) de Shinrokuro Hidaka, embajador de Japón en Roma y Saló, durante los estertores del Ventennio, y el discreto poema en prosa –El canto del aeropoeta (1944)– que el propio Marinetti le había dedicado, poco antes de su muerte, a su admirador y amigo nipón. El tercero y último, "Marinetti, Lewis y otros indomables", relaciona la propuesta del italiano con la del creador del vorticismo y acaba señalando, pese a su evidente fracaso, la vocación internacional de un movimiento que aspiraba a crear franquicias con una ambición desusada.

Serra analiza las ideas de Marinetti al margen de tópicos y prejuicios

Como en los citados trabajos, el elegante estilo de Serra, impecablemente documentado, destaca por la amplitud de sus referentes y por una perspicacia que lo lleva a prescindir de los "juicios esquemáticos" para ofrecer análisis en profundidad, especialmente a la hora de contextualizar las ideas y la contribución de Marinetti al margen de los tópicos y los prejuicios más extendidos. No se trata de una reivindicación en sentido estricto, pero a la luz de estos asedios el lector tiende a ver en el escritor un perfil menos lúdico que dramático. El ruidoso publicista, se sugiere en varios momentos, no fue una figura episódica. Su cruzada refleja una herida profunda que se manifestó de muchas maneras y quizá no ha acabado de cerrarse.

Página de 'Zang Tumb Tumb' (1914) de Marinetti, con tipografías futuristas.
Página de 'Zang Tumb Tumb' (1914) de Marinetti, con tipografías futuristas.

Estetas en armas

"Payaso sin escrúpulos para unos, genio incansable para otros", como escribe Bonilla, Marinetti ejerció de teórico, polemista, agitador cultural y apóstol de la modernidad, pero desde principios de los años veinte su futurismo –hubo otros, como el ruso o el mexicano, de orientación bolchevique– se diluyó en la marea triunfante de la revolución nacional de Mussolini. No extraña que el defensor de las "palabras en libertad" se convirtiera en heraldo y compañero de viaje del fascismo, pues de hecho el culto de la nación, la fuerza y la violencia –tan patente en la definición de la guerra como "única higiene del mundo"– estaban en la base del ideario futurista, pero tras la marcha sobre Roma el discurso rabiosamente antipasadista de Marinetti tuvo que convivir con un neoclasicismo de cartón piedra que –como el realismo soviético, una vez que acabó o fue reprimida la confluencia entre el arte nuevo y la revolución de Octubre– se avenía mal con la estética de la ruptura. Aunque beneficiado por el nuevo régimen, que lo premió con el ingreso en la Academia, Marinetti, destaca Serra, no accedió a convertirse en un poeta oficial, viviendo en una posición de relativo privilegio –o de benévola tolerancia– pero decididamente minoritaria: "Nunca renegó de su propio pasado, como lo hizo Aragon con el surrealismo o Brecht con la anarquía expresionista". Su vitalismo de raíz romántica, sus contradicciones y su carácter combativo no casaban con las necesidades de la burocracia fascista y acabaron reduciéndolo al papel de un impugnador cada vez más orillado. Cuestionado por su caudillismo, el Poeta-Condotiero sentía una verdadera alergia hacia el orden instituido y la negativa a renunciar a sus ensoñaciones le impidió hacer una verdadera carrera política. Su personalidad y su destino remiten a los de otros "estetas en armas", una categoría acuñada por el propio Serra con la que el autor se refiere a artistas e intelectuales muy diferentes, pero más o menos implicados en el auge de las ideologías totalitarias.

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