La noche que Sevilla tembló a ritmo de trallazos
ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST
Con Ángelus Apátrida abriendo fuego y Dave Mustaine comandando el asalto, Sevilla ardió entre riffs acerados, solos quirúrgicos y proclamas apocalípticas. La maquinaria de Megadeth no vino a seducir, sino a arrasar
Cypress Hill y Molotov fueron dos cargas de profundidad en la Plaza de España

Megadeth arrasó anoche Sevilla a golpe de metralla sonora en el Icónica Santalucía Sevilla Fest. Las guitarras de la banda rasgaron la noche en la Plaza de España con la precisión quirúrgica de un bisturí; pero de un bisturí oxidado. Dave Mustaine, incombustible en su trono de fuego, se presentó sin demasiados preámbulos, se ve que el tío no venía a seducirnos, sino a arrasarnos. El arranque fue fulminante; Hangar 18 encendió los motores de un público entregado desde antes de que salieran al escenario. Le siguieron con la misma brutalidad Wake Up Dead, a la que le enlazaron In My Darkest Hour, seguidas de Dread and the Fugitive Mind y Angry Again, hiladas sin concesiones, como capítulos de una misma sentencia. Mustaine se movía con la parsimonia del que ya ha conquistado todos los escenarios y solo necesita recordarlo; no gastó ni una palabra de más, ni una sonrisa forzada, solo riffs acerados y el liderazgo de una banda ensamblada con precisión militar.
Teemu Mäntysaari, reciente fichaje a la otra guitarra, cumplió con creces el desafío de replicar los solos legendarios sin que se resintiera la potencia ni el pulso del directo. Hay que tenerlos bien puestos para calzarse los zapatos de Kiko Loureiro, pero el finlandés no se limitó a cumplir, yo diría que incluso elevó el nivel. Cada punteo suyo era una ráfaga limpia, cada armonía un martillo de hielo. El bajo de James LoMenzo y la batería implacable de Dirk Verbeuren construyeron un andamiaje impenetrable sobre el que Mustaine pudo desatar el vendaval. La maquinaria de Megadeth no dejó tiempo para el respiro con Countdown to Extinction, una cuenta atrás gélida y afilada que convirtió la distopía en un himno; Sweating Bullets, una pesadilla con riffs al borde del colapso; She Wolf, salvaje, seductora, letal; Skin o' My Teeth, Trust, las dos entre melodía y metralla, con Mustaine como equilibrista de su propia sombra. Todas ellas retumbaron como estampidas de los noventa, y cuando empezó a sonar Tornado of Souls la parroquia metalera la recibió con la misma fe fanática que los videntes del Palmar de Troya recibían la aparición de la Virgen. No hubo espacio para la nostalgia blanda; aquí no se venía a recordar, sino a demostrar que el thrash sigue vivo, con los colmillos afilados.

El sonido fue apabullante. Ni una sola frecuencia fuera de sitio, ni un desajuste, ni un gramo de gordura digital. Solo carne, hueso y metal. Una banda que ha sobrevivido a los excesos, a los cambios de formación, al cáncer, a la industria y al tiempo, y que ahora se presenta con la seriedad de quien se sabe leyenda, pero todavía tiene cosas que decir. El público, de camisetas negras, gestos endurecidos y puños al aire, respondió como una masa unida por la electricidad. Megadeth no hizo discursos vacíos ni juegos de luces para distraer. Lo suyo era furia controlada, técnica impecable, el músculo de una banda que se niega a convertirse en un museo.
Dystopia y We´ll Be Back fueron protesta, parodia y profecía a golpe de trallazo. El cierre fue una trilogía de demolición. Primero Peace Sells, que aún mantiene su filo irónico intacto, aunque el mundo haya cambiado de máscara. El estribillo más irónico del trash fue coreado por los 9.000 asistentes al concierto: peace sells, peace sells; todos a la vez, gritando la paz se vende y Mustaine contestando, pero ¿quién la compra? Una vez, dos, tres, cuatro… diez veces… luego Symphony of Destruction, coreada de nuevo como un himno bélico por todas las gargantas. Y por último Holy Wars… The Punishment Due, ejecutada como un manifiesto político en forma de cañonazo sónico. La Plaza de España tembló, como si sus torres hubiesen sentido el eco de una guerra lejana. En Sevilla, única ciudad española por la que pasan este año, dejaron claro que el thrash metal, cuando está en buenas manos, no necesita actualizarse, solo sonar. Y retumbar. Y arrasar.

Ángelus Apátrida había sido otro vendaval. Desde el primer compás de bajo en One of Us, el pulso ya fue inflexible, Estaba siendo un atardecer de bochorno y acero, pero ahora el calor no venía solo del aire denso, ni de los cuerpos pegados contra las vallas. Venía también del escenario, donde la banda se plantó como una apisonadora ibérica con vocación internacional. El grupo de Albacete, que ya no necesita presentación en ningún rincón donde el metal se escriba con mayúsculas, ofreció en nuestra ciudad una descarga impecable, feroz, y sobre todo necesaria, tras las últimas discrepancias que han tenido incluso con sus propios fans a causa de su participación en un festival gestionado con fondos espurios.
No hubo tiempo para las introducciones ceremoniosas. Salieron a matar. Con Snob, Indoctrinate y Cold, mantuvieron encendida la mecha de un repertorio que no levantó el pie del acelerador en ningún momento. Guillermo Izquierdo, guitarra y voz, demostró una vez más por qué es uno de los frontmen más sólidos del metal europeo; afinado en su rugido, preciso en su ataque, y con ese carisma áspero de quien sabe que no ha heredado nada, que todo lo ha ganado a mordiscos. David G. Álvarez, al otro lado del escenario, soltaba riffs como si afilara cuchillas. Su guitarra cortaba el aire con una mezcla de rabia y control, y cuando llegaba el turno de los solos, como en We Stand Alone, se lanzaba con una mezcla de técnica y mala leche que levantó los cuernos del público como espigas al viento. José J. Izquierdo, hermano del vocalista, sostuvo la línea de bajo con una firmeza subterránea; su sonido no fue adorno ni acompañamiento, era la columna vertebral del monstruo. Y en la batería, Víctor Valera marcaba el paso con la solvencia de un veterano de mil trincheras, doblando bombos como si repartiera hostias como panes. A mí me dolía mi prótesis de rodilla solo de escucharlo.

El repertorio fue una patada directa a los dientes. Caían los temas como proyectiles bien calibrados: Violent Dawn, Give 'Em War, Sharpen the Guillotine; el público, con hambre de ruido, respondió con moshpits sudorosos y gargantas desfondadas. No hubo artificio escénico ni pantallas que quisieran suplir lo que les sobraba, que fue actitud, músculo y canciones. El cierre fue con You Are Next, convertido ya en himno de resistencia. Cada golpe, cada nota, fueron una declaración de principios. Ángelus Apátrida nos recordó que en este país también se puede hacer metal con calidad y sin bajarle el volumen a nada.
Sevilla, que no siempre acoge bien al metal más extremo, se rindió anoche sin condiciones. Porque cuando dos bandas siguen en plena forma, lo único que puede hacerse es dejarse arrastrar. Y ahí, en esa plaza que parecía más una forja, ardimos todos con ellas.
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