Rafael R. Villalobos: “Nuestra obligación como artistas es preguntarnos quiénes somos”
Ópera
El sevillano estrena hoy en el Maestranza ‘Ifigenia en Táuride’ de Gluck y esta semana presenta en el Real su díptico ‘La vida breve / Tejas verdes’
La "revolución" de Gluck llega al Maestranza

En su currículum, se lee que Rafael R. Villalobos “nunca dirigirá Tristan und Isolde: ante esta obra maestra prefiere relajarse y dejarse llevar”. Sorprende toparse con una renuncia en el horizonte de este creador incombustible, solicitado por los mejores teatros, que encontró en la ópera el modo de hablar de su tiempo y de todos los tiempos, del hombre y sus dilemas. Hoy (también el jueves y el sábado), el sevillano estrena en el Maestranza su versión de Iphigénie en Tauride de Gluck.
Pregunta.–Es la primera vez que se representa Ifigenia en Táuride en el Maestranza. ¿Qué se va a encontrar el público?
Respuesta.–Una de las grandes obras de Gluck, que es un compositor que me apasiona. Hay algo muy interesante, y es que todas las veces que la ópera se ha reformulado, desde su nacimiento en Florencia, lo ha hecho inspirándose en la tragedia. Ese ha sido el punto de partida para esta producción en concreto, queríamos recuperar ese espíritu. Los griegos veían en la tragedia una herramienta para la democracia, los ciudadanos se sentían reconocidos en lo que acontecía en el escenario y reflexionaban y debatían. La ópera se basa en la obra de Eurípides, pero aquí hemos contado también con Sófocles y su Electra, para dar voz a Clitemnestra. Su crimen sólo se ha contado a partir de los hombres.
P.–Aquí se pregunta por “el lugar que ocupa el teatro como refugio contra la barbarie”.
R.–En Montpellier me dieron carta blanca después de Tosca, que allí fue un exitazo, y una de las cosas que me apetecía era volver a Gluck. Y en cuanto me puse a estudiar Ifigenia en Táuride estalla la guerra en Ucrania, y me impacta un episodio: la matanza del Teatro Dramático de Mariúpol. Me emocionó que un grupo de personas encontrara cobijo en un teatro con la inocente idea de que allí estaban a salvo, y que no fuera así.
P.–Visconti dirigió a la Callas en esta ópera. ¿Le pesan los referentes cuando aborda un proyecto?
R.–No repaso versiones anteriores, pero, como el niño friqui que he sido, no puedo evitar que esas historias estén en mi cabeza. Yo analizo la partitura a fondo, encuentro muchas imágenes en ella, y a partir de ahí empiezo a pensar la producción. En este sentido, Gluck te sugiere atmósferas fantásticas. Y ha sido una suerte contar con una directora como Zoe Zeniodi, que conecta tanto con esta propuesta que no paró de llorar cuando la vio en Amberes y que se ha implicado muchísimo. He podido hacer un trabajo muy minucioso con ella y con los solistas, que son espectaculares; el coro está asombroso y funciona como un personaje más. Hemos cuidado cada respiración, cada coma, para que la teatralidad y la emoción tomen el escenario.
P.–Ha comentado que Tosca fue un triunfo en Montpellier. ¿Le decepcionó lo que sucedió en Sevilla?
R.–Cada público es diferente y le puede gustar lo que haces o no, faltaría más, y eso tienes que respetarlo, pero he de decir que como sevillano me avergonzó el comportamiento que tuvieron algunos espectadores, algo que no ocurrió en Montpellier, que no ocurrió en Bruselas, sí en Barcelona y en Sevilla. Tú no puedes robarle al compañero de butacas la posibilidad de disfrutar de un espectáculo por el que pagó una entrada. Y al mismo tiempo debo decir que me enorgullezco de cómo otra parte del auditorio reaccionó ante esa situación.
P.–No comparte esa etiqueta de enfant terrible que algunos le cuelgan.
R.–Oigo eso y no siento que me represente. Nunca he tenido una voluntad de provocación, por mi personalidad diría que soy casi un monaguillo. Un amante de la música, un amante del teatro. Me gusta una frase de Joan Matabosch que dice que al escándalo ni se le busca ni se le teme. Yo no lo he buscado. La Tosca de la que hablamos me sigue pareciendo una versión ultraclásica.
P.–Esta semana estrena también en el Teatro Real el díptico de La vida breve, de Falla, y Tejas verdes, de Jesús Torres.
R.–Es curioso cómo en siglos distintos y con lenguajes diferentes ambos músicos respiran hispanidad. Cuando uno escucha La vida breve parece una cosa folclórica, costumbrista, pero es de una altura próxima a Mahler, heredera del cromatismo de Wagner. Y con Jesús Torres pasa algo parecido. Es un díptico sobre la memoria. Nuestra responsabilidad como artistas es colocar sobre el escenario quiénes somos.
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